Uno de los métodos más sorprendentes de los que disponemos para percibir el universo tiene que ver con una predicción de Einstein de hace un siglo. La historia de cómo trabajamos en conjunto para demostrar la predicción, y con ello a la vez que somos mucho más capaces cuando trabajamos codo con codo, es la que narra el físico italiano Matteo Barsuglia en Las olas del espacio-tiempo: La revolución de las ondas gravitatorias, que publica Alianza Editorial con traducción de Miguel Paredes Larrucea. Las obras de divulgación científica, las buenas, son pura literatura: una mezcla emocionante de aventura, suspense y poesía. Las leemos en la piel de unos animales que han crecido mirado al cielo nocturno, preguntándose qué hay ahí arriba, cómo, por qué, desde cuándo. La divulgación científica no tiene parangón porque de un modo u otro nos habla de las grandes preguntas de la existencia desde la perspectiva de los éxitos tratando de responderlas. Esto es así especialmente en lo que concierne a la física, porque no hay mayor misterio que el universo y su funcionamiento. ¿Por qué hay algo en lugar de nada? ¿Qué es el tiempo? ¿Cuántas dimensiones existen? El descubrimiento de las ondas gravitacionales por parte de LIGO (Laser Interferometry Gravitational-waves Observatory) el catorce de septiembre de dos mil quince, detectadas también posteriormente por el centro europeo Virgo —en el que Barsuglia ha desempeñado un papel esencial como director de investigaciones del CNRS de Francia en el laboratoire Astroparticule et Cosmologie—, es un paso más en la dirección de la complejísima gran respuesta. Esa primera detección es fruto de un trabajo colectivo internacional asombroso que culminó un esfuerzo de cincuenta años, una epopeya científica que Barsuglia narra en este libro de un modo apasionante, haciendo que no podamos parar de leer hasta terminarlo. ¿Hay algún tema literario que pueda igualar el fenómeno que provocó esa primera detección, lo que implica el descubrimiento, y la odisea hasta crear un detector con una sensibilidad tan increíble como la de los interferómetros que la captaron?
“Tenemos así dos monstruos cósmicos, agujeros negros o estrellas de neutrones, que bailan uno en torno al otro durante millones de años, aproximándose entre sí tímidamente. Las ondas gravitatorias emitidas son aún demasiado débiles para ser detectadas. Lo que se capta hasta ese momento es una frecuencia pura, una nota muy grave. Al seguir girando, las ondas se hacen más intensas y agudas. La espiral se torna más nítida. Los astros giran ahora a velocidades cercanas a la de la luz. Y finalmente resuena ese gorjeo final, suficientemente intenso y agudo como para ser detectado por Virgo y LIGO, justo antes y durante la fusión. A continuación vienen algunas vibraciones residuales del objeto que acaba de formarse, y después el espacio-tiempo vuelve a ser un océano en calma”. Insuperable. La divulgación científica debe ser considerada el gran género de nuestro tiempo: lo hitos actuales en la ciencia son mucho más extraños que la magia. Un agujero negro es el gran ejemplo. Dos agujeros negros girando casi a la velocidad de la luz, un ejemplo mucho mejor. Hay que reconocerlo: los italianos tienen un don para el género. Tenemos a Barsuglia, y tenemos, por supuesto, a Carlo Rovelli y El orden del tiempo, del que ya hemos hablado en esta sección. La detección de estas ondas, que nos abren los ojos a fenómenos que hasta ahora no habíamos podido ver, nos demuestra otro factor clave: seguimos teniendo la capacidad de ponernos de acuerdo para alcanzar un fin común que nos sacó de las tinieblas, esa que ha sido protagonista de nuestros más maravillosos hallazgos, porque nunca lo olvidemos, la ciencia no se hace sola y nadie es una isla, ni siquiera en este vecindario cósmico en el que no se ha recibido respuesta alguna a la llamada de la humanidad. De momento.