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como ayer / OPINIÓN

Las flores de mayo (a porfía)

9/05/2020 - 

La graciosa concesión de poder salir a pasear una horita al día se agradece, y permite disfrutar del mayo florido y hermoso si uno escoge bien el itinerario a seguir, buscando un prudente equilibrio entre los apetecibles rincones coloridos y fragantes y la menor concurrencia posible de transeúntes.

Se supone que nos encontramos en el ápice de la primavera, aunque el verano ya haya asomado su rostro en las últimas jornadas para advertirnos de que este año viene con ganas, pero no por fastidiar, sino por contribuir a erradicar al bicho que lleva tantos meses haciendo sufrir a la humanidad.

La identificación de mayo como mes de las flores, nos lleva hoy a rememorar los lejanos días en que, puesto que la iglesia proponía (y propone) estas fechas como idóneas para honrar a la Virgen, se sucedían los cultos marianos en unas y otras iglesias, las actividades encaminadas a ese fin en los colegios religiosos, las peregrinaciones a los santuarios marianos (en Murcia, a la Fuensanta)… algunas de aquellas cosas quedan, mientras otras pasaron, con los años y los cambios de hábitos sociales y religiosos, al baúl de los recuerdos.

Un ejercicio piadoso muy extendido, y durante mucho tiempo, fue el de las flores de mayo, cuyos orígenes podemos buscar en la Edad Media, de la mano de nuestro Rey Alfonso el Sabio, tan entrañablemente unido al viejo Reino de Murcia, que en sus célebres Cantigas a Santa María, exaltaba los loores de mayo en honor de la Santísima Virgen.

Fue luego el florecimiento espiritual del siglo XVI el que dio impulso a la práctica de la veneración mariana cada uno de los días del mes, considerando en ellos los misterios, títulos y excelencias de la Madre de Cristo; para alcanzar, finalmente, la universalidad en el XIX, de la mano de los Papas Pío VII y Pío VIII, que favorecieron esta práctica mediante la concesión de indulgencias.  

Mediado el siglo, vino a Murcia desde Palencia, donde ejercía como vicario general de aquella Diócesis, el nuevo obispo Mariano Barrio, que había de ocupar un puesto vacante desde hacía más de siete años. Fue éste el prelado que heredó un territorio recién desamortizado, que padeció el pavoroso incendio de la Catedral en 1854, que obtuvo de la reina Isabel II la cesión de la riquísima sillería de la que hoy disfrutamos para suplir a la desaparecida; y que recuperó y devolvió al culto la iglesia del extinto convento de San Agustín, a la que algunos años después se trasladó la parroquia de San Andrés por ruina de la original.

Y fue en ese templo, tan querido y protegido por Barrio, donde mayor arraigo, perdurabilidad y relevancia tuvo el ejercicio de las flores, bajo los auspicios del propio obispo, comenzando desde el mes de mayo de 1851, primer año en que se reabrió al culto tras ser usado como polvorín, en primer lugar, y luego como almacén de leña y carbón.

Lo acredita el suelto publicado el 30 abril en el ‘Diario de Murcia’ en el que se anuncia que las “Flores de mayo o mes de María”, quedaban instituidas por el obispo, Mariano Barrio, en la “magnífica iglesia de San Agustín” en honor de Santa María del Amor Hermoso, comenzando el día primero con la “misa solemne de inauguración, con el Señor manifiesto, y por la tarde, a las 6, los ejercicios de las Flores Espirituales”.

El ejercicio marianista no sólo representó en su momento un acto de exaltación de la Virgen, sino que propició que algunos de los mejores predicadores que dio la Diócesis se iniciaran como tales en el púlpito de San Agustín, y entre ellos los hubo que llegaron al episcopado, como Frutos Valiente, que lo ejerció en Jaca y Salamanca; Ródenas García, en Almería; o Cavero Tormo, en Coria.

La Virgen del Amor Hermoso del actual San Andrés es la antiguamente conocida como de la Consolación y de la Correa, advocación muy querida y favorecida por los agustinos, que la vinculan a una aparición de Nuestra Señora a Santa Mónica, la madre de San Agustín. Al aparecer como destinataria de las flores de mayo vio muy aumentada su devoción, llegando a presidir el altar mayor.  

Y a Ella, con ocasión de la epidemia de cólera de 1885, le dedicó un niño unos versos en la prensa local, el mismo día y en la misma página que se informaba que la epidemia había causado 172 muertos en la Región sólo el 11 de agosto: 

Virgen del Amor Hermoso, 

Reina y Señora del Cielo, 

dile a tu Hijo precioso 

que nos preste algún consuelo 

y nos conceda el reposo 

en este afligido suelo. 

Virgen santa, te pedimos,

con fervor grande y profundo, 

que se acabe ya este mal

que tiene enlutado al mundo.

A lo que sólo podemos añadir, a 135 años de distancia: Amén.

José Emilio Rubio es periodista


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