MURCIA. El pasado 6 de diciembre vivimos una tarde triste al contemplar con asombro cómo la selección de fútbol caía eliminada del mundial 2022. La esperanza de millones de españoles que vibramos con La Roja se veía quebrada por el escaso acierto ante, en principio, una selección futbolísticamente inferior.
La Roja despertó la ilusión colectiva de una nación en torno a unos colores que iban más allá de planteamientos sociales, económicos o políticos con la consecución en 2008 de su segundo campeonato europeo, después del de 1964.
España volvía a ser importante en un deporte que, aunque a nivel de club destacaba enormemente, en el ámbito de selecciones no conseguía pasar de segundos o terceros planos. Parecía que estábamos condenados a no destacar y nos veíamos adelantados por otros países que siempre estaban en primera línea.
"La Roja trascendía de lo meramente deportivo"
Sin embargo, el europeo de 2008 fue el revulsivo que España necesitaba, una generación joven de grandes talentos realizaba un fútbol coral que pronto se convertiría en envidia mundial. Los españoles nos sentíamos identificados con esa nueva forma de armar el fútbol con una escenografía única y que con una limpieza y sencillez extrema conseguía atraer a una buena parte de la sociedad hasta entonces alejada de los estadios.
La victoria sobre Alemania el 29 de junio sacó a la calle a centenares de miles de jóvenes y mayores, chicos y chicas, mujeres y hombres orgullosos del logro español enarbolando nuestra enseña nacional o con las caras pintadas de rojo y gualda. Se había roto el maleficio que parecía condenar a España a no ganar nada colectivamente en las grandes citas deportivas mundiales.
Con esa fuerza e ilusión, una afición renovada, extremadamente joven y con gran presencia femenina encaró la cita del mundial de Sudáfrica. La última parada de la selección antes de cruzar hacia el continente africano fue precisamente en el estadio municipal Nueva Condomina de Murcia el 8 de junio. Más de 31.000 murcianos arropando el triunfo de España que reencontró su peculiar magia y las esperanzas de conseguir hacer historia.
Tras un desconcertante inicio del campeonato contra Suiza fuimos viviendo, al son del waka waka de Shakira, cómo La Roja se sobreponía y conseguía superar uno tras otro a los distintos rivales hasta llegar a la final. Por primera vez España jugaba una final del campeonato del mundo de futbol. La explosión de alegría se desbordó cuando Iniesta rompió la red para lograr la tan ansiada estrella sobre el escudo de la camiseta. La Roja era campeona del mundo.
A lo largo del campeonato se habían realizado concentraciones, cada vez más numerosas, en todos los rincones de España bajo el símbolo de nuestra bandera nacional para mostrar el apoyo y la alegría de toda una nación que había recuperado el orgullo de ser español. La Roja trascendía de lo meramente deportivo.
Desde Bilbao hasta Barcelona o Gerona, pasando por las Castillas, Galicia, Extremadura, Andalucía, Valencia o Murcia centenares de miles de españoles mostraban bajo la bandera nacional, el orgullo de que España recuperaba un lugar en el mundo con ese peculiar estilo propio de una de las generaciones más brillantes del fútbol mundial.
Éxito refrendado dos años después cuando se consiguió de nuevo ganar el campeonato europeo marcando un amplio periodo de hegemonía mundial, contribuyendo a la explosión del fútbol femenino que tantas alegrías y esperanzas nos está dando.
La Roja no solo es un equipo de fútbol, se ha convertido en la referencia para toda una generación de españoles que mantienen la ilusión colectiva de un gran país. Por eso, en la alegría y en la decepción siempre con La Roja gane o pierda.
Miguel Ángel Cámara Botía