MURCIA. En La Pequeña Tabena nos recibe un cartel que reza 'Siempre en positivo'. Es el lema que guía a su dueño, Miguel López, desde que abrió este emblemático restaurante en septiembre de 1980. Acaba de cumplir 40 años convertido en un referente gastronómico de la ciudad de Murcia y asegura que no hay más secreto que el esfuerzo diario. "Hay que creer en lo que haces, no escatimar en el producto y ponerle mucho cariño", indica atento a todo lo que acontece en su local mientras habla.
Y es que Miguel, a quien todo el mundo lo llama por su nombre de pila, está siempre al pie del cañón, recibiendo a clientes, recomendando platos, tomando nota y regalando charlas a una clientela para la que se ha convertido casi en un familiar. Su trato cercano, sincero y sin imposturas le ha hecho ganarse la confianza de autóctonos y foráneos que llegan de cualquier parte guiados por una segura recomendación.
A las siete de la mañana está cada día en la plaza, en Verónicas o en Saavedra Fajardo, "para ser el primero y elegir el producto que necesitamos, y luego procesarlo con todo el cariño del mundo. Cuando tienes un buen producto es muy difícil fallar y el nuestro es de primera, siempre", subraya. El restaurante es sinónimo de producto de calidad. Desde el tomate a los pimientos pasando por la carne o el marisco. "Siempre lo mejor que haya en ese momento", recalca.
Cuenta que el 29 septiembre hizo cuatro décadas desde que abrió el primer local, que entonces ocupaba uno de los reservados que ahora tiene en el lateral y disponía de 26 metros cuadrados. Empezó de forma modesta. Era una taberna típica, "de las de siempre", señala, con una variedad de tapas tradicionales murcianas hechas con mimo a base "de recetas de la abuela". En 1989 abrieron el actual restaurante, justo enfrente, y dieron un salto gastronómico, con platos algo más elaborados pero sin perder de vista la tradición. "Hemos tenido una evolución lenta pero segura y siempre contando con nuestro cliente anterior", explica. Apuestan por una cocina de mercado y al momento, y míticos son algunos de sus platos, como las deliciosas alcachofas de la abuela, "que no se puede salir de aquí sin probar"; el pisto murciano de sabor tradicional, "como lo hacía la mamá o la abuela"; la croqueta de berenjena y gamba, los huevos de Miguel o el tataki de atún, "que lo hice para mis hijos, porque les encantaba tomarlo en otros sitios y yo quería que se los tomaran aquí".
Menos conocida es su faceta de diseñador de platos para que las elaboraciones culinarias del restaurante tengan el soporte ideal, en general realizados en madera o acero. "Me encanta crear platos. Los diseño y los fabrico yo mismo", confiesa. Entre ellos está el plato-tronco donde sirve las chuletas de cordero; el de krion, una superficie sólida mineral similar a la piedra, para la merluza de Burela, o el barco donde navegan los calamares.
El trabajo bien hecho a lo largo de tantos años le está permitiendo sortear la pandemia con más gloria que pena. "Nuestro cliente está respondiendo bien. Queremos que el que venga se olvide de todo, pase un buen rato, con una buena comida y un buen vino, y creo que lo conseguimos".
Tras el confinamiento el extenso salón del restaurante apareció plagado de pajaritas de papel, realizadas en los ratos muertos del obligado aislamiento por sus hijos. Del techo cuelgan más de 1.000 que ahora quiere vender y donar lo que consigan a una ONG, "para ayudar a la gente que lo está pasando peor con esta situación".
Miguel se ha quedado con las ganas de celebrar el 40 aniversario del restaurante, pero no dejará pasar la oportunidad. "Teníamos algo preparado pero lo hemos tenido que posponer por las circunstancias. Lo haremos cuando la situación cambie. No lo olvidaremos, aunque sea el próximo año".
Mientras tanto, seguirá trabajando con la misa pasión, indica, bajo la cuidada dirección de su mujer, Ana, a la que define como "el alma de la taberna. Es la que nos dirige. Sin ella no seríamos nada". Y asegura que su objetivo sigue siendo el mismo que cuando abrió hace cuatro décadas años. "Mi objetivo era ganarme la vida, nada más. Y ahora tengo el mismo. Mi ilusión es que cuando un cliente se va de mi restaurante, lo haga satisfecho y con ganas de volver".