CARTAGENA. Atracada en una esquina del muelle de la Curra, junto a su faro y tras un año y medio apeada en el olvido, el barco-restaurante La Patacha se convertirá en breve en carne de chatarra. Los miembros del Consejo de administración del Puerto de Cartagena daban hace unas semanas el visto bueno a la propuesta de declaración de abandono de 'La Patacha' y su posterior venta a subasta pública, tras estar sin actividad desde febrero de 2020 en la dársena de Remolcadores de Cartagena.
Situada antes en el Muelle Alfonso XII, el cese de la actividad hostelera durante casi quince años, supuso su cambio originado por el mal estado y proceso de degradación de la misma.
Los propietarios de la embarcación tienen una deuda contraída con el Puerto de 33.914,07 y ante la imposibilidad del cobro, el destino es sacar el máximo posible a través de una subasta. Los materiales férricos como el acero, mientras que el cobre, el aluminio, el latón, el plomo o el zinc también forman parte de los otros materiales que componen embarcaciones de este tipo. Además, hay que añadir maderas, plásticos, gomas, aceites, PVC, amianto, gases de refrigeración, pintura; un sinfín de materiales que puede valer la pena aprovechar a las empresas especializadas en desmenuzar embarcaciones.
Fue inaugurado un 5 de julio de 2005 en un acto multitudinario al que acudieron la, por entonces alcaldesa Pilar Barreiro. También asistieron al acto el entonces delegado del Gobierno, Ángel González, y el expresidente del Puerto, Adrián Ángel Viudes y la mayoría de su equipo como el responsable de explotación Fermín Rol. Y tampoco quisieron perderse la fiesta el que fuera presidente de la Asociación de Empresarios de Actividades Marítimas, Daniel Meca, o el capitán marítimo, Alberto Martín.
Capitanía Marítima lo calificó como artefacto flotante de 33 metros de eslora y 8 metros de manga y ciento setenta y cinco toneladas. El barco restaurante fue construido por los hermanos José María y Carlos García Carreño e invirtieron en torno al millón ochocientos mil euros para crear un buque en el que disfrutar de una velada gastronómica de auténtico lujo, "aunque a precios muy asequibles", decían por entonces los propietarios.
El barco no era únicamente un restaurante, también fue un auténtico museo del mar. Cada una de sus piezas había sido recuperada de barcos o casas antiguas para ser restauradas y crear este restaurante flotante. Durante su época como restaurante disponía de un comedor en una terraza para 100 comensales y todo el mobiliario era de madera de teka. Además, en su cubierta principal, nos podíamos encontrar con un acuario de 3.600 litros y unas grandes vistas al puerto de Cartagena.