MURCIA. Para presentar los textos fundadores del cristianismo no hay que hablar del evangelio de Marcos (o de Mateo, etc.), sino del evangelio según Marcos. La buena nueva no residía en los evangelistas, sino en la llegada de Jesús de Nazaret y el Reino de los Cielos, que ellos se limitaban a relatar. Gracias a ese bíblico aprendizaje no he titulado este artículo como La gilipollez de Haro Hernández, sino como La gilipollez según Haro Hernández. Porque no pretendo insinuar que ese destacado comunista regional diga gilipolleces, sino que, a su parecer, la declaración de independencia de Cataluña formulada por el presidente autonómico Puigdemont no fue ninguna rebelión, sino simplemente una gilipollez. Candidato a las elecciones municipales en La Unión en la lista de IU-Podemos, así lo dice en su artículo, Una, grande y libre, publicado en La Opinión de Murcia.
"Todos sabemos que la amnistía es el precio de que los separatistas voten a Sánchez en la sesión de investidura, pero sus asesores fingen que es para pacifica"
Estoy de acuerdo en que no fue una rebelión. A pesar de que el candidato socialista Pedro Sánchez eligió públicamente esa calificación, el Tribunal Supremo optó por la sedición. Pero, según Haro, tampoco fue sedición porque ningún tribunal europeo así lo reconoció. En realidad, solo intervinieron dos tribunales europeos, uno belga y otro alemán. El belga no lo tengo en cuenta porque su sistema judicial ampara incluso a los terroristas de ETA, cuyos atentados no creo que nadie se atreva a calificar de gilipolleces. De modo solo queda elegir entre el criterio de un tribunal regional alemán y el del Tribunal Supremo español. Mientras que Haro se inclina por el alemán, yo me inclino por el español. De todos modos, ese debate ya no es relevante, toda vez que el Gobierno presidido por Sánchez tuvo a bien propiciar la derogación de ese delito. En consecuencia, ya no cuenta a la hora de evaluar el significado y constitucionalidad de la amnistía, que el candidato Sánchez está pactando con los partidos separatistas. Porque, como consta en su artículo, el objetivo de Haro al tipificar como gilipollez la declaración de independencia no es otro que sustentar la tesis de que la respuesta policial y judicial fue muy exagerada y, en consecuencia, procede la amnistía. Sería óptima como exposición de motivos de la deseada ley: visto que todas las acciones y omisiones de los separatistas entre octubre de 2014 y agosto de 2023 fueron gilipolleces, quedan amnistiados...
Pero me temo que los separatistas no aceptarían ser amnistiados si basásemos la ley en que solo cometieron una gilipollez. De hecho, un amplio sector se niega a reconocer que lo suyo fue un fracaso, e incluso una ilegalidad. Más bien opinan que la amnistía no es un olvido para pacificarlos, sino una forma de corregir el exceso que cometieron los políticos y los jueces españoles al reprimirlos. Dicen que los constitucionalistas debemos pedirles perdón y, como el referéndum de independencia sigue vigente, reconocer el derecho a la segregación de Cataluña. En ese contexto, si Haro le contase a Puigdemont o a Ponsatí, e incluso a Junqueras, que su famoso proceso fue una gilipollez, lo mismo provocaría que, en vez de investidura, se repitiesen las elecciones.
Para colmo, me temo que tampoco los socialistas aceptarían el enfoque de Haro. La idea de los asesores de Sánchez es presentar la amnistía como el único modo de normalizar la situación en Cataluña. Todos sabemos que, en realidad, es el precio de que los separatistas voten a Sánchez en la sesión de investidura, pero sus asesores fingen que es para pacificar. Sin embargo, no a costa de la credibilidad del sistema judicial español y sus fuerzas policiales. Y sería inevitable traspasar esa línea roja si se aceptase que detuvieron, procesaron y metieron a bastante gente en la cárcel por una gilipollez.
Por mi parte, una vez despenalizada la sedición, sugiero que nos centremos en los delitos remanentes, que son los ahora amnistiables. Entre ellos destaca la malversación, es decir, dedicar fondos públicos a finalidades distintas de las previstas y legales. Entonces se impone una pregunta: ¿son gilipolleces las malversaciones? Prudentemente, Haro no escribe esa palabra en ningún momento, sino que prefiere comentar el caso de una hipotética directora de instituto que abriese sus puertas para instalar las urnas. Bien elegido el ejemplo, pero de lo que se trata es de amnistiar las malversaciones cometidas por altos cargos del Gobierno catalán, no a ninguna viejecita que cruzó la calle con el semáforo en rojo el día crítico. Ante la realidad de las malversaciones, hace muy bien Haro en omitirlas porque suenan a corrupción. Además, resulta que el citado tribunal alemán aceptó entregar a Puigdemont para que fuese juzgado por ese delito, lo que echa por tierra su argumento de que ningún tribunal europeo dio la razón a nuestro Supremo. Fue exactamente al revés: nuestro Supremo no aceptó restringir la acusación de Puigdemont al delito de malversación, por el que, asimismo, el Parlamento Europeo le retiró la inmunidad y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ratificó esa privación de inmunidad. Es más, el comisario de Justicia de la Unión Europea anunció que había abierto una investigación a España por el abaratamiento penal de la malversación que acompañó a la de la sedición. Y ahora afirma que estará pendiente de todo lo relativo a la malversación en la futura amnistía. No veo la gilipollez por ningún lado.
Otro sí: como represaliado del franquismo por conspirar a favor de la democracia, no tengo el más mínimo interés en volver a ningún régimen político de ese tipo, que acuñó la consigna Una, grande y libre del título de Haro. Por el contrario, tengo bastante interés en preservar el régimen democrático reflejado en la Constitución que, según su artículo segundo, se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles. Y eso tampoco es ninguna gilipollez.