MURCIA. Proclamaba la primera plana de Murcia Plaza el pasado jueves: "Los vecinos de La Manga claman por la gallina de los huevos de oro", refiriéndose de esta forma llamativa y cacareante a lo que la reducida población permanente del lugar considera olvido y abandono por parte de las administraciones públicas de un lugar que, durante décadas, ha sido tenido por emblema del turismo regional.
El clamor no es nuevo, desde luego, porque La Manga carga sobre sus dunas con una larga historia en torno a lo que pudo ser y no fue, a la que se suman los eternos dimes y diretes sobre lo que debe ser, a partir de lo que hay, y tampoco es.
Una cantinela que me lleva a rememorar décadas de noticias recurrentes sobre deficiencias en la seguridad vial y en el transporte público, vertidos de aguas residuales que obligaban a cerrar playas, colapso de tráfico en los meses estivales, cierre casi absoluto de comercios y establecimientos hosteleros más allá del mes de septiembre (y ahora, con la pandemia y sin turismo senior, más aún), y unas cuantas más, sin olvidar las periódicas averías del puente del Estacio.
Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que se llegó a reivindicar la independencia como ayuntamiento de la diputación del Rincón de San Ginés, extenso territorio que comprende, entre otras, las entidades poblacionales de Los Belones, Cabo de Palos, Islas Menores, Mar de Cristal, Los Nietos, Playa Honda y La Manga del Mar Menor, siendo las más pobladas, con carácter estable, la primera y la última citadas, en torno a los2.000 habitantes, y alcanzando el conjunto alrededor de 10.000.
"La Manga se ha puesto como ejemplo de una urbanización sin orden ni concierto, a impulsos del desarrollismo de los 60 y del ‘boom’ turístico"
Pero aquella lucha, sostenida por la necesidad de mejorar la gestión del espacio citado, tenía pocos visos de prosperar, aparte de que una de las dificultades que se ha citado desde antiguo como obstáculo para un adecuado gobierno de La Manga ha sido su división administrativa entre dos municipios: Cartagena y San Javier.
Una partición que no es de ayer, o del siglo pasado, ni siquiera decimonónica, como lo son muchos municipios y lo es la distribución provincial de España, sino que data de los días del medievo y de la necesidad de establecer un deslinde que definiera los intereses de Murcia (cuyo término hasta allí alcanzaba) y Cartagena en el Mar Menor. Sobre todo, los relativos a la pesca. Pero eso da, sin duda, para otra historia.
Lo cierto es que La Manga se ha puesto demasiadas veces como ejemplo de una urbanización hecha sin orden ni concierto, a impulsos del desarrollismo español de los 60 y del ‘boom’ turístico, que había que explotar al máximo. A ello se aplicaron las partes interesadas cuando en 1962 se expuso en el Ayuntamiento de San Javier el proyecto de ordenación y urbanización, contando con la presencia del secretario general técnico del Ministerio de Información y Turismo, al que dio el espaldarazo definitivo el ministro en persona con su visita de enero de 1963. El ministro no era otro que Manuel Fraga Iribarne.
Durante dos días de intensa actividad, el ministro estudió sobre el terreno las posibilidades turísticas de la entonces provincia. El primer día recorrió la zona del Mar Menor. Embarcó en Los Nietos, y tras visitar el vivero de Las Salinas, Cabo de Palos y as islas del Barón y del Pedrucho, continuó embarcado a El Estacio y La Manga. En una lancha recorrió los criaderos de pescado en Las Encañizadas y, más tarde, los viveros de pinos marítimos y plantas tropicales.
A continuación, y en la residencia de Tomás Maestre, indiscutible impulsor del proyecto, el ministro contempló los gráficos del puerto de El Estacio, siendo obsequiado con un álbum de fotografías y gráficos del Plan de Ordenación de La Manga. Posteriormente, se dirigió embarcado a Lo Pagán, y una vez terminada la gira, Fraga dijo que "la realidad del Mar Menor, un verdadero mar con todas las ventajas de un lago, es muy interesante, como las posibilidades de La Manga, que me ha impresionado por su belleza".
Por aquellos días se celebró la primera Asamblea Turística Provincial, que arrojó un amplio catálogo de conclusiones, y entre ellas la necesidad de utilización conjunta, militar y civil, del aeropuerto de San Javier y el acondicionamiento en el aeropuerto de Alcantarilla de una pista de uso civil, signo inequívoco del avance de la conciencia turística, y la necesidad de colaboración entre las distintas administraciones para el trazado de la carretera que había de recorrer La Manga.
Para entonces se habían realizado sesudos estudios para prever y resolver cuestiones como el efecto del mar sobre la franja arenosa o los vertidos urbanos que se producirían en un futuro, que se eliminarían, en palabras de Maestre, mediante un sistema experimentado en Cannes, consistente en una serie de instalaciones de bombas de molturación y el lanzamiento posterior delos residuos, por medio de tuberías, a más de siete metros de profundidad, hasta una distancia de milla y media de la costa.
También se estudiaron los principales destinos turísticos del Mediterráneo y se analizó la posible clientela e inversores, antes de poner en marcha la primera obra: un hotel de 150 habitaciones, bungalows y toda clase de instalaciones accesorias, con un presupuesto de 125 millones de pesetas. Finalmente, aquél hotel pionero fue el ‘Entremares’, inaugurado en 1966, con ciertas rebajas tanto en presupuesto como en instalaciones.
El siguiente paso sería, en el proyecto original, un campo y complejo destinado al golf, con un coste de otros 30 millones. En este caso, el ambicioso proyecto tuvo que esperar hasta octubre de1972, cuando un golfista californiano, Gregory Peters, hizo realidad aquella sorprendente apuesta.
El relato podría ser más extenso, pero parece suficiente para acreditar que no pintaba tan mal la cosa cuando la idea echó a andar.