Es el proyecto de un artista francés, Paul Heintz, y tuvo un mediometraje, una exposición y un libro. Interesado por la novela 1984, se puso a buscar cuántos Wilson Smith, el nombre del protagonista de la obra de Orwell, había en el listín telefónico de Londres. Les llamó uno a uno para concertar entrevistas con ellos, quería ver qué vínculos podrían tener con el verdadero Wilson Smith. Al final, les juntó a todos y un grupo de una decena de Wilson Smiths debatió sobre filosofía. El título, Personaje
MURCIA. Nunca me flipó 1984, ni la novela ni la película. Me pareció mucho más lograda Un mundo feliz. No sé tampoco por qué habría que contraponerlas, lo cierto es que yo me las leí seguidas. Aunque no era como 2001 y El fin de la eternidad, que muchos las leímos juntas porque eran la primera entrega en el kiosco de la colección Biblioteca Orbis de Ciencia ficción. En esta terna también estaba Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, cuya adaptación cinematográfica, a manos del gran François Truffaut, tampoco era nada del otro jueves.
Lo que sí que tenían estas novelas era iconos, símbolos. Imágenes que se quedaban grabadas y con las que luego hemos podido interpretar los cambios que venían o lo que nos rodeaba. El soma de Un mundo feliz llegó a dar nombre a una discoteca en Madrid en plena explosión del éxtasis, las pastillas, como droga del futuro en los años noventa.
En el caso del libro que nos ocupa, 1984, el hallazgo más duradero, Gran Hermano aparte, era el Ministerio de la Verdad. Todo el mundo está encantado de criticar al rival político aludiendo a las técnicas de desinformación de la novela, donde este decía, por ejemplo, que la guerra era la paz.
La televisión pública en España ha dado grandes momentos en esa línea, también los programas matinales para aterrorizar a la población con los peligros que le esperan al salir de casa, que incluso se le pueden meter dentro con forma de okupas. Putin y la pobre gente que le apoya en España están inmersos en un laberíntico Ministerio de la Verdad bastante triste, por el precio en vidas que se está cobrando su estupidez, y cómo no, mencionar el procés, que sí que fue muy exitoso a la hora de independizar, solo que de la realidad, a una nada desdeñable parte de la población.
En fin, que esto había dado de sí 1984 en nuestras vidas hasta que Alberto Núñez Feijoo confundió el título de la obra con la fecha de publicación de la misma. Yo no me cebaría riéndome de él porque si hiciéramos un examen de Historia de la Literatura con preguntas elementales seguramente muchos quedaríamos en evidencia. La cuestión es que si el Festival La Cabina de mediometrajes que se está celebrando en València quería una promoción para la proyección de Character, de Paul Heintz, el 10 de noviembre a las 21 h. en el Centre Cultural La Nau de la Universitat de València, el líder de la oposición y heroico privatizador de la Sanidad allá por donde ha pasado, ha hecho una campaña de las que valen millones.
La obra de Heintz, artista francés, es harto curiosa, desde luego no es nada convencional. Se trata de un proyecto que comprendía la edición de un libro, este vídeo y una exposición de objetos. La premisa, buscar por Londres a personas que se llamen Wilson Smith, protagonista de la novela de Orwell, para hacer cábalas sobre si hay algún vínculo entre ellos y el personaje de ficción.
Estas mismas, sin más, fueron las intenciones del cineasta: "A menudo me he imaginado conociendo a un personaje de una novela, preguntándome si encajaría en la imagen, física o psicológica, que me formé después de leer sobre ellos". Según la guía telefónica de Londres, tenía a 25 personas que se llamaban igual. Así que fue tras ellos.
Lo cierto es que la película es hipnótica. Sigue siendo un placer el grano de un super 8 y sumergirse en un ejercicio de surrealismo como el que propone Heintz, con esa presentación estética, nos remite a esas propuestas en las que no está todo estudiado por analistas de mercado sino que, más bien, es todo lo contrario. Cualquier cosa puede pasar en la pantalla. Resulta difícil de creer con tanta serie y tanta plataforma, pero en la expresión audiovisual este género alguna vez fue la vanguardia y entre sus propuestas hay multitud de hallazgos y se pueden extraer no pocas ideas.
El mejor momento del mediometraje es cuando se encuentran los Wilson Smith y tienen un ameno debate. A mí, sinceramente, todo esto de puro absurdo me parece una genialidad. Se juntan todos a discutir páginas del libro. La particularidad es que la mayoría de ellos son negros y llevan el debate a su terreno. Discuten si son ciudadanos de segunda clase o si se sienten menos.
Después de una intervención patética del único blanco que hay, que dice que nunca ha tenido problemas con negros y que le gusta mucho cómo bailan y cómo juegan al fútbol, entran en materia filosófica. Hablan del sentido de la vida, de los objetivos vitales y de con quién compartirlos. No faltan momentos hilarantes porque, como se ha dicho, todos se llaman Winston y con ese nombre tienen que interpelarse.
En fin, si volviera a tener ocasión de ver algo filmado por Heintz, sin duda lo haría.