MURCIA. Del mismo modo que Ortega y Gasset puso una luz cenital sobre el "hombre masa", como si de la Lección de anatomía del doctor Tulp se tratara, el ciudadano de esta España del siglo XXI, cansado ya de librar batallas que solo se traducen en enfrentamientos sociales y no en una mejora real de su situación a título individual en términos prácticos, está comenzando a descubrir ciertas verdades por sí mismo que van alumbrando su ser, al estilo de la mayéutica socrática. La tormenta populista va amainando, aquellos beneficios que erráticamente se encontraban en la disrupción con el pasado reciente y en la búsqueda de un hombre nuevo, o tal vez demasiado viejo, comienzan a desvanecerse.
Con la calma también va perdiendo intensidad la fuerte "batalla cultural" de la contraparte, que no resultaba menos populista al virar con virulencia al lado más rígido y reaccionario. ¿Por qué no creo en las batallas culturales? Porque subsumen al individuo en una masa y lo despojan de sus rasgos personales, provocando una respuesta beligerante contra un colectivo de rasgos bien definidos: "El enemigo". Es en este momento cuando dejamos de ver personas con sus inquietudes, afectos, alegrías, desvelos, amores, pasiones y sufrimientos para ver tan solo ideas, mensajes y propaganda. Dice Juan Manuel de Prada que el odio es esquemático: "Para odiar a alguien no necesitamos saber nada de esa persona"; por el contrario, el amor nos exige conocer, "no se puede amar abstractamente" –insiste el escritor-. Cada persona, desde el amanecer hasta el ocaso de sus días, emprende un camino vital distinto al de otra, rico en matices profundos que, generosa y sensatamente, acomoda a un entorno, del que también se retroalimenta, logrando así que esta maquinaria que llamamos mundo funcione. Estos matices profundos nuestros, que solo conocen unos pocos a los que dejamos entrar en el sacrosanto campo de nuestra intimidad, son los que nos hacen tan diversos como valiosos.
"para nuestros partidos políticos es muy probable que seamos clientes: ELLOS QUIEREN NUESTROS VOTOS"
Una peculiaridad de la abstracción que llamamos masa es que en ella se abrigan los que buscan una identidad con lo que Torcuato Fernández-Miranda llamó "conciencia de justo": "En ella hay exigencia estricta, impositiva, del que considera la verdad, el bien y la justicia con facilidad de juicio, dureza con la caída del prójimo y complacencia en la propia virtud". Sobre esta actitud también reflexionará Albert Camus en su obra Los justos, cuando plantea, como dilema moral, si el fin justifica los medios en el momento en que un grupo de personas, decididas a liberar al pueblo ruso, contempla el asesinato del gran duque Sergio en la Rusia zarista. Con esta conciencia de justo, durante este último año, hemos visto incluso divisiones entre los cristianos, y a un Papa que, en consecuencia, pedía la separación de la política y la fe tratando de evitar conflictos provocados por trampas de ingeniería social. El teólogo Raniero Cantalamessa dijo lo siguiente el día 2 de abril de 2021: "Debemos aprender del Evangelio y del ejemplo de Jesús. Había una fuerte polarización política a su alrededor, había cuatro partidos: los fariseos, los saduceos, los herodianos y los zelotes. Jesús no se alineó con ninguno de ellos y se resistió enérgicamente al intento de arrastrarlo a un lado o al otro".
No hemos de olvidar que para nuestros partidos políticos es muy probable que seamos clientes. Ellos quieren nuestros votos, de manera que, en épocas de populismo -en las que es harto difícil que el mensaje sosegado sea escuchado-, si somos inmaduros, nos venderán ideas que encajen en nuestra inmadurez. Si, por el contrario y pasada la tormenta populista, queremos seriedad, nos la intentarán vender también, pero les costará un esfuerzo mayor porque sus propuestas tendrán que pasar por el tamiz de nuestro conocimiento. Sospecho que la vocación de servicio en la política siempre llega tras épocas de gravedad, cuando sentimos tocar fondo, de manera que gran parte de la responsabilidad la tendrá el ciudadano.
José Antonio Marina explica que, a principios del siglo XX, en un mundo que ya se encontraba interconectado y era interdependiente económica y financieramente, parecía imposible que se volviera a producir un conflicto bélico, ya que "el vencedor sufriría tanto como el vencido" y, sin embargo, se libraron dos guerras mundiales. Esto supone un quebradero de cabeza y nos alerta sobre la fragilidad del hombre, sobre la facilidad para retroceder sobre sus propios pasos. Por el contrario, los cambios positivos se producen en periodos más amplios de tiempo, de ahí el peligro de agitar masas y despersonalizar a los individuos. No obstante, cuando la sociedad no llega al punto crítico de la autodestrucción, conforme va desapareciendo el adanismo, por infructuoso, que nos lleva a un activismo dionisiaco y al inevitable paso subsiguiente, que es la confrontación, y nos vamos haciendo cargo de nuestras responsabilidades más cercanas, vamos entendiendo que por mucho que pretendan alterar nuestros pilares éticos, es complicado que ello ocurra en un corto espacio de tiempo con visos de permanencia, ya que el esnobismo populista nos saca temporalmente del aburrimiento, de la desilusión o de la impotencia, pero dudo que nos haga capaces de aceptar el absurdo en el largo plazo, que suele caer por su propio peso, en una democracia.
El pasado 19 de agosto, la asociación americana que reúne a 181 directores generales de las mayores compañías del mundo abrazaba una nueva doctrina