Subidas de salarios, falta de agua, desafortunadas inversiones y agresivas políticas de precios, causas de la caída de grandes empresas agrícolas
MURCIA. “Si General Motors, una de las mayores empresas del mundo, quebró, ¿cómo no van a hacerlo otras más pequeñas?”. En esta reflexión coinciden tanto fuentes de la banca como del sector agroalimentario. La Región ha vivido en los últimos meses pequeños terremotos que han afectado directamente al sector más fuerte de la economía murciana. La agricultura fue el refugio de la economía regional en la crisis de 2008 a 2014 y ahora está pagando sus consecuencias. Inversiones arriesgadas y agresivas políticas de precios, además de posiciones dominantes de intermediarios, están provocando una cierta caída en cascada de emblemáticas empresas. Pero no todo el sector está en esa situación, advierten; y prueba de ello es el interés de fondos de inversión y family office por tomar posiciones de la agricultura. Ejemplo de esto último son Moyca, que dio entrada a ProA Capital, o Frutas Esther, que con la incorporación de Miura Capital han creado el gigante Cítrico Global. El ‘agrobusiness’ es una alternativa a los bajos rendimientos de los mercados financieros.
En el otro extremo están las suspensiones de pago y liquidaciones. El último gran caso es el de Agrícola Aguileña (Agrasa), que con unas deudas de 16,2 millones de euros (a cierre de 2018) se encamina a la liquidación y dejar en la calle a cerca de 500 trabajadores. Pero esta no es la única empresa del sector que suspende pagos. Antes lo hizo la alameña Agroherni (20 millones de euros de deuda); y en situación de preconcurso también se encuentra la lorquina El Niño del Campo, con una deuda de 15 millones. Al igual que las agrícolas, también hay comercializadoras en serias dificultades: Arkadia Europa (17,6 millones de deuda) o Gruventa (en preconcurso con una deuda de cuatro millones).
La banca no se siente a gusto, pero no puede seguir financiando proyectos “a lo loco” y repetir el patrón de lo que ocurrió con el sector inmobiliario en los primeros años de este siglo. Muchos de los proyectos que llegan a los departamentos de riesgo de las entidades financieras se han mirado “con especial cariño” (forma eufemística para decir que se aceptaron ciertos riesgos por proceder de quien procedía la petición); pero ya no caben más lances de este tipo y dejar caer a alguna empresa agroalimentaria es evitar que aumente la bola de nieve de las deudas y las pérdidas no sean asumibles.
La banca, insisten las fuentes consultadas por Murcia Plaza, no está abandonando al sector agrícola en general. Al contrario, han encontrado mayoritariamente un buen socio con negocios que reportan rentabilidad. Lo que está haciendo, recalcan, es tomar unas riendas que quizá en un pasado muy próximo se dejaron demasiado sueltas.
Precisamente la banca ha querido acompañar al sector hortofrutícola cuando otros tipos de negocios habían dejado de ser fiables. De hecho, cuando pocas entidades financieras se prestaban a acompañar a la agricultura, en los últimos años se ha acelerado la puesta en marcha de departamentos y líneas de crédito creadas singularmente para este sector.
¿Qué ocurre entonces? Que no era viable todo lo que entraba a estudio y en muchos casos se aceptaba con cierta ligereza. La inmensa mayoría de las empresas agrícolas son muy sólidas, pero otras no han podido o sabido gestionar rápidos crecimientos: fincas que se han comprado o modernizado sin rigor; inversiones a largo plazo financiadas con pólizas a corto; una escasez de agua que ha elevado el coste de producción; algún gestor que desconocía el sector… Son variadas las razones y tras cada suspensión de pagos o liquidación hay una amplia casuística; pero hay dos motivos más que le son común a todos los casos: los precios de venta del producto y el encarecimiento de los costes laborales tras la subida del Salario Mínimo Interprofesional. Ambas razones, además, van unidas; pues el sector agrario no ha podido repercutir directamente el aumento de los costes al precio del producto ante la fuerte competencia de segundos (UE) y terceros países y la obligación de mantener contratos firmados con grandes cadenas de distribución en condiciones leoninas. “Tenemos que empezar a decir no y rechazar imposiciones de distribuidores e intermediarios”, afirman fuentes del sector, que comienza a ser plenamente consciente de que es preferible perder un cliente -por mucho volumen que garantice- a seguir acumulando pérdidas. Una figura no muy utilizada en las más tradiciones empresas agrícolas es la del ‘controller’.
Volúmenes de producción y de ventas (facturación) no son sinónimo de rentabilidad y el sector agrícola lo está comprobando, por lo que se está viendo obligado a reordenar la oferta hasta lograr una mayor estabilidad.
Volviendo a la banca, no hay ningún indicio que apunte a una próxima salida de las entidades financieras de la agricultura, pero sí a un mayor estudio de la exposición al riesgo. “Una buena base productiva no asegura la rentabilidad del negocio”, y ello está llevando a que se dé la vuelta a elementos estratégicos como aumentar la cooperación en lugar de fomentar la competencia. Precisamente los ejemplos que se están vivienda y la necesidad de cooperación pueden provocar en un futuro próximo que la intermediación pierda peso en la agricultura y que sea el productor quien busque llegar directamente al distribuidor.
Los casos de grandes empresas agroalimentarias en quiebra están llamando mucho la atención, pero existen otras ‘crisis silenciosas’ a las que no se presta atención. Son a las que se enfrentan los pequeños agricultores proveedores de las grandes. También los juzgados de lo Mercantil registran sus concursos de acreedores como personas físicas, por lo que poco tienen de mediático. Son un goteo constante, abandonos de tierras y siguientes generaciones que renuncian a explotar la agricultura ante fallidas experiencias.
En cuanto a los trabajadores despedidos, los expertos prevén que puedan ser absorbidos por la solidez general de un sector mayoritariamente estable que hace bien las cosas.