MURCIA. La historia de las madres y las hijas empieza, siempre, a la vez. Cuando una se convierte en madre, convierte a otra en hija, no hay otra. Al principio es la madre la que actúa de cuidadora y protectora, la que es más alta y la que se muestra más fuerte… la que teme que cualquier cosa mala le pueda pasar a su descendencia. Con el tiempo, cambian las tornas, y el relato de los cuidados y los roles se invierten para dar pie a una nueva etapa en la vida de ambas.
En Un momento de ternura y piedad, la primera -y magistral- novela de Irene Cuevas (Madrid, 1991) la autora escribe una peculiar historia sobre madres e hijas. Para ello se centra en la historia de una sicaria “que bebe leche con galletas” y que intenta saberlo todo sobre la vida mientras trabaja mano a mano con la muerte. Esta protagonista sin nombre - que es hija de su madre- trabaja asesinando a mujeres mayores, siempre por el encargo de sus hijos varones para matarlas. Ella decide quién merece morir, como si existiera la justicia en su trabajo, y con el dinero que gana intenta salvar a su madre suicida.
Con todo esto, y entre chascarrillos excelentes y algunas notas de humor negro, Cuevas hace que el lector se enamore de la maternidad, de la muerte, de la vida y sus ritmos frenéticos. Lo hace con una historia con la que ella misma “intenta sobrevivir” al momento en el que su madre fallezca. Con una autoterapia que se sucede sobre las páginas y en la que todo es posible y en la que las protagonistas comparten nombre e historia con algunas autoras como Sylvia Plath o Lucia Berlin, mientras cuenta una historia que es, irónicamente, un canto a la vida.
-¿Cómo surge la idea de Un momento de ternura y de piedad?
-Hace ocho años escribí un cuento en el que había una asesina que iba a matar ancianas para salvar a una madre. En este no se detalla que le pasa exactamente, pero sí se sabe que quiere salvarla pase lo que pase. Años más tarde recupero esta historia y dibujo a una madre suicida que se enfrenta al deseo de la protagonista de salvarla. Creo que las novelas siempre parten de ese choque de deseos entre personajes.
-¿Cómo defines este relato?
-Mi editora lo define como un thriller emocional y estoy muy de acuerdo con ella. Hablamos de personajes con una parte de ficción y una parte humana y en los que se mezcla también una parte de lo cotidiano. Escribo también un relato en el que la madre y la hija no tienen nombres para que, de alguna manera, el lector pueda identificarse con sus historias. Las asesinas podríamos ser todas nosotras.
-¿Cuál es tu visión de las relaciones materno-filiales tras escribir este libro?
-Para mí hablamos de una hija que termina siendo la madre de su madre, en el libro se invierte el rol de los cuidados. La protagonista, la asesina, se acerca a las ancianas a las que va a matar y les da un último momento de vida, con un apunte un tanto poético pero perverso.
-Lo hace cuando las conoce, y para eso te apoyas en la idea de que “matar y psicoanalizar es un poco lo mismo”.
-Cuando conocemos mucho a alguien, al adentrarnos en su vida, podemos matarle con esa información. También creo que cuando racionalizamos todo lo que nos pasa en exceso nos matamos un poco y al dar una explicación a todo lo que nos ocurre nos estamos matando poco a poco, eso acaba con la individualidad de cada una y con nuestra inocencia… que personalmente me gusta que esté un poco intacta.
-Después de hacer esta novela, ¿qué significado toma la figura de la madre para ti?
-Lo primero que quería explorar en la novela era una madre que fuera antítesis de la mía. Mi madre es increíble y maravillosa y yo tenía un conflicto con crear un personaje tan contrario. De la madre aprendemos todo porque es el origen de la mitología familiar que hacemos cuando somos pequeñas y de las que aprendemos una gran parte de nuestro mundo. Yo pensé que no había tenido una “mala madre” y quería inventármela.
-¿Existen las buenas y las malas madres?
-Creo que el libro abre muchas preguntas de las que no tengo la respuesta, todas estas madres tienen un conflicto con sus hijos porque al final no ejercieron su función de cuidadoras o porque no hicieron lo que debe hacer una madre. Yo no sé si una madre egoísta es una mala madre o lo que significa ser buena madre pero lo escribo para que el lector lo sienta a su manera.
-En el libro también alternas la parte más narrativa con las conversaciones que tiene la protagonista con su madre, con su mejor amigo y con las víctimas, ¿a qué se debe?
-Me parece que es interesante ver la manera que tiene ella de relacionarse con su entorno. También quiero escribir sobre las ancianas y ese último momento de cuidados que tienen en el que alguien se para a escucharlas. Muchas veces, la asesina, no quiere matarlas y en realidad busca convertirse en su amiga, así que me interesa explorar también ese camino. Una de las partes más interesantes de la novela son las conversaciones y cómo se genera el contacto con quienes le rodean. La protagonista está intentando aprender de ellas a cómo sobrevivir a la muerte de su madre, que es el gran duelo que rodea el relato y cuando estás en duelo lo que quieres es comunicarte todo el rato. Ella se va enfrentando a las pequeñas muertes antes de enfrentarse a la de su madre.
-¿Cuál es tu reflexión actual sobre la muerte?
-Creo que en occidente tenemos una visión muy fría de la muerte y sería interesante familiarizarse con ella. A lo largo de los siglos la propia historia de la muerte ha cambiado mucho y me interesa traer el relato a una idea más actual, antes cuando alguien moría el velatorio se hacía en casa y ahora hay personas que hasta ponen una lápida en Wallapop. La realidad es que la muerte siempre tiene algo de banal.