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'Imperdonable', un documental sobre un sicario que encuentra el amor en una celda de aislamiento

Son escalofriantes las palabras que pronuncia recordando sus años en la calle. Mataba sin parar, hasta llegó a destripar a sus enemigos y comerse su corazón. Sin embargo, se enamoró de otro sicario. Algo completamente prohibido. Si en una mara alguien es homosexual, eso afecta a la reputación de toda la banda. Son los propios jefes los que ordenan matarlos. Eso, sumado a la ola de conversiones al cristianismo evangelista en la cárcel, hacen que la pareja sobreviva en un módulo de aislamiento.

13/11/2021 - 

MURCIA. El documental que se emitió en el festival de mediometrajes de Valencia, La Cabina, el pasado miércoles 10 de noviembre fue uno de esos impactos audiovisuales que jamás podrán emular las producciones de Netflix y compañía. Si lo viésemos en ficción, no resultaría muy creíble, o no lo sería en los mismos términos. En un documental te deja de una pieza.

La acción transcurre en El Salvador. Se trata de un hombre, Geovanny, que se introdujo en una pandilla, "Barrio 18", cuando tenía solo 11 o 12 años. Eran sicarios. Se dedicaban a asesinar. Cuenta en un testimonio escalofriante que lo hacían "como un deporte", "como una competición", "a ver quién mata más". En esta dinámica llegó a odiar a los miembros de las bandas rivales, pero en realidad no sabía por qué estaba luchando. Es lo que tiene la violencia en tiempos de paz, o supuesta paz. No obstante, nada de eso le impidió llegar a destripar a la gente y comerse sus vísceras.

Al final acabó en la prisión San Francisco Gotera, le cayó una condena de 35 años. Es una cárcel dominada por la iglesia evangélica, hay predicadores que van a organizar ceremonias con su ímpetu característico y, al protagonista de esta historia, eso le supone un verdadero problema. No por haber asesinado de forma compulsiva a otro seres humanos, sino por haberse enamorado de uno de ellos. Es otro sicario que ahora es su pareja dentro de la prisión, pero no pueden hacer vida normal como internos.

Un homosexual en una mara es un problema de reputación para la banda completa. Los jefes son partidarios de machacarlos, incluso de acabar con su vida. Por eso la pareja tiene que estar en un pequeño módulo de aislamiento. Son unos pocos metros cuadrados entre ratones donde no tienen prácticamente productos de higiene. "Era un gángster, pero escondía una mariposa en mi interior", confiesa. Pero sin duda la frase más impactante es la que pronuncia uno de ellos cuando dice que es más fácil matar a una persona que amar a otro hombre.

"Nos van a matar", dice Geovanny. "Moriré feliz, ya me da igual", contesta su pareja. Hay un antecedente en el centro en el que se hallan. Se supo de otro pandillero que confesó su homosexualidad y los jefes se pusieron de acuerdo para darle una paliza. Los golpes fueron tan fuertes que le rompieron los pulmones y murió. Si ya los crímenes que cometen estas bandas de sicarios pueden llegar a ser especialmente crueles, son todavía más despiadados y escatológicos si se trata de ajusticiar a los gais que pueden aparecer entre sus filas.

Llegados a este punto se dan varias paradojas, no solo la de que tanto para la iglesia como para los delincuentes es peor la homosexualidad que el asesinato, sino que la relación que tienen en el módulo de aislamiento de escasos dos metros cuadrados, sería imposible de mantener en el exterior. Es decir, para sentirse libres o amarse en libertad, tienen que estar encerrados en un espacio angosto, aislados de los que también están encerrados. Es como una matrioska. Las conversaciones entre los dos enamorados en la intimidad, aunque no se pase por alto su pasado, son muy tristes. Uno le dice al otro que fuera de la cárcel no van a poder estar juntos. El problema, la familia. Uno no quiere que su madre se vea avergonzada. "No quiero que seamos esta basura que somos", dice.

La historia la descubrió el periodista salvadoreño Carlos Martínez y se la contó a Marlén Viñayo, natural de León y radicada en El Salvador desde 2013 y donde tiene su productora, Jaula Abierta, que ha colaborado con el programa estadounidense referente de la televisión pública, Frontline. El desorden mental que implica poder perdonar el asesinato pero no la homosexualidad para la directora es como "una brújula moral rota, donde es igual matar a una persona que amar a otro de tu mismo sexo o incluso para ciertos sectores de la población es todavía peor ser homosexual que matar a una persona". Cuando se enteró de la existencia de esa pareja, se atrevió a introducirse en el centro penitenciario motivada porque lo último que esperaba encontrarse en una cárcel es amor.

La grabación solo le llevó doce días y, al igual que cualquier espectador, ella también se quedó alucinada con que "con frialdad absoluta" alternasen en la conversación el relato de cómo asesinaban a personas para pasar a hablar de amor mientras se daban ternura, amor y cuidados entre ellos. Lógicamente, el encuentro le generó conflictos internos: "llegó un momento donde yo no sabía qué sentía por ellos. Era una vorágine de sentimientos y una confusión. Y como que de alguna manera me intentaba forzar a que tenía que definir qué sentía por ellos. Hasta que llegó un momento en el que dije 'bueno, no. No puedo y no tengo por qué definir lo que siento por ellos'. Entonces, intenté, a través de esa película, transmitir esta complejidad y la confusión que yo tenía interna, sobre qué sentía por ellos. Intenté transmitirlo en la película. Y entonces no es una película que trate de ofrecer respuestas. Nunca fue la idea. Trata de generar preguntas".

Preguntas que también se hace el protagonista. Cuando le preguntan dónde iría si fuese libre, no sabe qué contestar: "No sé, no sé qué haría. No sé a dónde iría porque no tengo dónde ir, a mi comunidad no puedo ir. A mi casa no puedo ir y no sé qué haría. Tal vez me metería en una alcantarilla".

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