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Hallazgos

3/06/2021 - 

MURCIA. Nos han contado los medios informativos durante los últimos días que han hallado en Santomera una de las torres de defensa iberas más grandes de toda España. Durante la campaña arqueológica, se encontró una estructura de gran tamaño que ha sido identificada por los expertos como una torre de 8,25 por 8,25 metros de base. Con estas dimensiones, se estima que podría haber alcanzado los ocho metros de altura, una enormidad si se compara con la del poblado de Coimbra del Barranco Ancho, en Jumilla, que no sobrepasaba los tres metros.

Como es de rigor, este yacimiento y los restos encontrados se musealizarán para hacerlos visitables, y está previsto que se cree un centro de atención, además de recuperar el entorno con la vegetación propia de la zona para revertir el paisaje de escombros y canteras a que dieron lugar décadas de abandono y olvido desde la excavación inicial de los años 70 del pasado siglo.

"tenemos en Santa Eulalia el Centro de Visitantes de la Muralla: Ni su espacio bien planteado, de indudable atractivo histórico y acceso gratuito, induce a visitantes a traspasar el umbral"

Pero que nadie piense que lo que hay allí es lo que todos entendemos por una torre, y menos de ocho metros de altura. Lo que han encontrado son, más bien, los vestigios de lo que debió ser una torre, y que a juzgar por la base se deduce una considerable altura. Y es lo que sucede con muchos vestigios de nuestra historia, que una cosa es su interés científico y otra, su atractivo turístico.

Pienso, por ejemplo, en el célebre yacimiento de San Esteban, una década larga le contempla desde que fue puesto al descubierto. Y me cuesta imaginar, por muy bien que se musealice aquello (a alto coste), que represente alguna vez algo capaz de promover el interés del gran público, sin perjuicio de sus indudables valores arqueológicos.

Sin salir de los vestigios de nuestro pasado musulmán, tenemos en Santa Eulalia el Centro de Visitantes de la Muralla, versión renovada de la exposición de los vestigios hallados hace cerca de 60 años. Ni su condición de espacio bien planteado, de indudable atractivo histórico y acceso gratuito, induce a demasiados visitantes a traspasar el umbral. Ni siquiera a los murcianos.

Y esto me conduce a rememorar el muy sonado hallazgo de estos restos, que se produjo en noviembre de 1963. El derribo del viejo convento de los filipenses, que había servido también de cuartel a la Guardia Civil, para abrir la calle dedicada de antemano al periodista Nicolás Ortega Pagán, y destinada a dar continuidad a la de Cánovas del Castillo hasta la plaza de Toros, permitió encontrar  "en perfecto estado de conservación", un tramo de la muralla árabe de Murcia.

Se llegó a decir entonces por voces autorizadas, como las de Manuel Jorge Aragoneses, director del Museo Arqueológico, y Juan Torres Fontes, que lo era del Museo Salzillo y archivero municipal, que aquellas ruinas representaban “lo más importante que ha surgido en la historia de Murcia”, y que  por vez primera se iba a determinar el alto y el ancho de la muralla, su estructura y su enlucido, y a obtener los tipos de cerámica que permitirían dar la medida cronológica de los diversos estratos excavados. Y así, según el segundo de los citados, la muralla tendría 35 codos de altura y 15 de anchura, o lo que es igual, 12,775 metros de alto por 5,475 de ancho.

Uno de los grandes objetivos de aquella excavación fue determinar exactamente el lugar donde se encontraba "la última de las siete puertas, aquella por donde hizo su entrada el rey Jaime de Aragón, cuando conquistó Murcia para su yerno, el rey Alfonso X el Sabio, el día 13 de febrero de 1266". Pero los avances fueron más allá de lo previsible, porque pocos días después se informó de que se había encontrado la coronación de la muralla, que ésta cruzaba toda la plaza, que había comenzado a excavarse un depósito en forma de tinaja, que aparecía loza morisca de reflejos metálicos del siglo XVI, que se había abierto un pasillo que permitiera las visitas a la excavación… y que los medios nacionales e internacionales se habían hecho eco del hallazgo.

"El Museo de la Muralla, abierto en 1965, no tuvo mucho recorrido, pues apenas una docena de años después se denunciaba su abandono"

Claro que también se escribió por aquellos días: "Estos restos, que tienen un gran valor arqueológico para la historia local, carecen, sin embargo, de interés artístico o monumental para su exhibición al profano, por lo que una vez que sean estudiados y obtenidos los planos y fotografías oportunos por los técnicos correspondientes, habrán de volver a ser tapados para proseguir las obras de la nueva calle, que por este motivo no sufrirá variación alguna".

Al final, se buscó una solución intermedia, como explicaba en abril de 1964, Manuel Jorge Aragoneses, que a la pregunta sobre si se cubrirían los restos explicaba: "En parte, de modo que pueda reanudarse el tráfico sin el menor peligro. Pero, sin perjuicio de esto, se podrá ver desde arriba, por un lugar adecuado, y tendrá su acceso. El director general de Bellas Artes está interesadísimo, y pronto se realizarán las obras de adaptación. Estas serán costeadas por la Dirección General y por el Ayuntamiento". El proyecto de Bellas Artes tenía un presupuesto de 414.000 pesetas, de las que el Ayuntamiento aprobó aportar 150.000.

El que se llamó Museo de la Muralla, abierto en 1965, no tuvo mucho recorrido, pues apenas una docena de años después, en 1977, se denunciaba en la prensa el abandono en que estaba sumido, a la vez que se lamentaba que sólo cuando iba a producirse la visita de algún personaje se adecentaba el entorno, refugio de gatos, vertedero ocasional y esparcimiento de gamberretes. Meses más tarde, se informó de que un grupo de scouts del barrio asumía el mantenimiento y la tarea de abrir los sábados por la mañana. Pero el número medio de visitantes durante aquellas matinales sabatinas fue de cinco personas, y no alentó a los muchachos a mantener su loable iniciativa.

En 1984 se informaba de que el lugar era refugio de drogadictos e indigentes, y se recordaba la génesis del fallido museo y los daños irreparables que venían sufriendo algunas de las piezas expuestas en un interior, que cada vez lo era menos al haber sido forzados los candados que impedían el acceso. Y, como tantas veces, las administraciones se pasaban la pelota: "AI estar en una plaza pública, debiera ser del Ayuntamiento, pero al ser un yacimiento arqueológico, correspondería al Ministerio de Cultura. La verdad, no existe escritura alguna en que se especifique quién es el propietario ante la situación de abandono total en que se encuentra. Pero lo cierto es que se trata de una verdadera vergüenza que urge arreglar", clamaba el director del Museo Arqueológico.

Aún pasaron bastantes años hasta la intervención que transformó el antiguo espacio museístico en el edificio actual, poniendo al menos a salvo los vestigios arqueológicos. Lo que no ha variado demasiado es la voluntad de visitarlos.

 

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