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Flying Nun, el sello que hizo de Nueva Zelanda un referente del indie

30/10/2023 - 

MURCIA. Australia está al otro lado del planeta, pero es una isla casi tan grande como Europa. A su lado está Nueva Zelanda, un país infinitamente más pequeño compuesto por dos islas.  Nueva Zelanda es una nación aislada del resto del mundo. Dos mil kilómetros de mar la separan de la masa continental australiana. Su insularidad tuvo como consecuencia que sus ciudadanos tuviesen muy baja la autoestima. Nueva Zelanda apenas tenía impacto cultural en el resto del planeta. Entonces, a principios de los años ochenta, nació un sello diminuto que se centró en grabar a artistas locales. El único grupo neozelandés que hasta ese momento había logrado un reconocimiento más allá de Oceanía fue Split Enz, la formación que dio a conocer el apellido Finn, que alcanzaría la fama con Crowded House. Los objetivos de Flying Nun eran modestos. Su fundado, Roger Shepherd, tenía una tienda de discos, y era consciente de que la ciudad de Christchurch había un cultivo musical riquísimo que merecía ser impulsado. A causa de su aislamiento, las noticias y los discos llegaban tarde a Nueva Zelanda. Así que sus músicos no seguían modas si no que se abastecían de aquello que conocían o les gustaba. Los artistas que fue editando Flying Nun tenían puntos de contactos con sellos como el galés Postcard, hogar de Orange Juice y Aztec Camera, que se promocionaba bajo el lema “el sonido de la joven Escocia”.

Shepherd inauguró el sello con grupos de Christchurch, pero acabó aceptando que la escena de la vecina ciudad de Dunedin, llena de universitarios, era más rica en hallazgos. Una banda nueva llamada The Clean llegó al Top 20 en 1982 con su primer single, Tally Ho. La industria local era pequeña y estaba hambrienta de éxitos propios. El siguiente sencillo del grupo fundado por los hermanos David y Hamish Kilgour  llegó al quinto puesto de las listas. El dinero empezó a entrar en la discográfica, y eso propició la inversión en más nombres desconocidos. The Clean y el resto de grupos que iban llegando a Flying Nun compartían una característica: vivían en su propio mundo. Su música se nutría de restos de psicodelia de los sesenta, pero también poseía la incompetencia técnica del punk. A cambio, estas eran músicas que compensaban su excentricidad con una notable carga melódica. Debido a ellos, la cultura neozelandesa pasó de ser insignificante a convertirse en un referente en los cenáculos de la música alternativa. Inglaterra no hizo demasiado caso -históricamente, la relación entre ambos países ha sido más bien fría- pero Alan McGee, que siempre tuvo un excelente olfato, no perdió la oportunidad de dar a conocer a una de aquellas formaciones de Dunedin. Se llamaban The Chills y su primer disco inglés, Kaleidoscope World, editado en Creation, los dio a conocer en Europa en 1986. Un año más tarde, Flying Nun ya contaba con una sede inglesa.

Casi todas las mentes que daban vida creativa a aquellos grupos parecían flotar en una dimensión distinta. The Bats, The Verlaines, The Jean Paul Sartre Experience, Look Blue Go Purple... A los Chills lo dirigía Martin Phillipps, hijo de un político local, un joven tendente a la depresión, pero capaz de construir maravillosos mundos ficticios. La canción “Pink Frost”, un cruce entre Joy Division y Love, fue número uno en Nueva Zelanda y pieza de culto inmediata en Inglaterra (The House Of Love registraron una versión en 1991). The Chills se convirtieron en la banda kiwi más celebrada en el viejo continente, aunque por regla general, todos aquellos músicos tuvieron más impacto en el nuevo. Su manera de hacer, destartalada, alegre, inspiró a bandas como Yo La Tengo, Pavement, Unrest, Sebadoh, Magnetic Fields o Lambchop. Hasta el británico Robyn Hitchcock, que por aquel entonces también gozaba de más predicamento en Estados Unidos que en su propia casa, reconoció en aquellas canciones desangeladas y joviales a sus almas gemelas. El interés por todo lo que sonara alternativo, avivado primero por Sonic Youth y potenciado luego por el éxito global de Nirvana, puso en guardia a las multinacionales. En 1991, seis bandas de Flying Nun, The Chills entre ellas, habían conseguido un contrato con sellos norteamericanos. Ninguna tuvo suerte en las listas de venta. Siguieron siendo nombres de culto y la fiebre terminó por pasar.

De toda aquella escudería, la banda más iconoclasta fue Tall Dwarfs, cuyo nombre (Enanos Altos) ya revelaba un humor punzante.  Chris Knox y Alec Bathgate vivían en ciudades diferentes, pero se las apañaron para registrar seis álbumes y otros tantos epés entre 1981 y 2002. Al principio solamente sacaban epés. En ellos su estilo ya hablaba por sí mismo. Guitarras distorsionadas, el sonido de juguete del casiotone, melodías pop, mucho desaliño. Tall Dwarfs un día sonaban a folk desangelado, y al otro eran como si el Brian Eno del 74 quisiera transformarse en canción de Abba. Y también había días en los que conseguían amontonar todas esas tendencias en canciones que se movían entre lo delirante y lo sublime. Tall Dwarfs eran maestros del lenguaje (ese álbum titulado Fork Songs –canciones tenedor-, que no Folk Songs)  que ponían títulos a sus canciones tales como “For All The Walters In The World” (Para todos los Walters del mundo) o “The Green Green Grass Of Someone Elese’s Home” (La verde verde hierba de la casa de otra persona). Las músicas que contenían eran tan locas, imaginativas y adictivas como sus títulos.

Tall Dwarfs son el grupo más extraño y portentoso dentro de un catálogo que se caracteriza por ser maravillosamente excéntrico. Mac Macughan, fundador de Superchunk, sacó hace dos veranos un extenso recopilatorio en el sello Merge dedicado a la obra conjunta de Bathgate y Knox. En 2009, el segundo quedó fuera de juego a causa de un ictus. Como consecuencia de ello, se publicó un disco de homenaje con aportaciones de compañeros como The Chills, los hermanos Kilgour así como otras de Bonnie Prince Billy o Bill Callahan, cuyo primer proyecto, Smog debía muchísimos a Knox. Hace unos meses un fan de Flying Nun. Matthew Goody, publicó un ensayo sobre la discográfica, Needles & Plastics. Flying Nun Records 1981-1988, centrándose en sus años de esplendor creativo. Ahora acaban de reeditarse en Europa los dos primeros álbumes de The Chills. La historia terminó hace mucho y aunque hoy la mayoría de la gente asocia Nueva Zelanda con Peter Jackson, la magia de Flying Nun es imperecedera. 

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