Fotos: AGRM
MURCIA. Cómo recordar a un ser querido fallecido, cómo hacer que su imagen permanezca para siempre en la retina y que sus facciones no se borren con el tiempo. La fotografía llegó en el siglo XIX para para dar cuenta de la realidad -liberando al arte de esta misión-, así como para mostrar la mejor versión de nosotros mismos en las llamadas tarjetas postales'; pero también para retratar a los difuntos, con sus mejores galas, como un recuerdo para la posteridad. Los primeros retratados post-mortem fueron personajes públicos y famosos, llegando posteriormente 'la moda' a las clases populares. La fotografía de la muerte rescataba así, mediante la imagen, el recuerdo del difunto para sus familiares.
Hubo fotógrafos murcianos que, entre otros menesteres, se dedicaron en algún momento a esta fotografía post mortem, también conocida como retrato conmemorativo o de luto. Entre ellos destaca el nombre de Fernando Navarro Ruiz (Totana 1867-1944), quien hizo coexistir vida y muerte en sus retratos familiares, rescatados del olvido por Juan Manuel Díaz Burgos y publicados por el CEHIFORM en 2002, según recordaba en uno de sus números la revista Náyades, que apuntaba que sus fotografías de difuntos parecen circunscribirse al período comprendido entre 1900 y 1916.
El fotógrafo totanero (1867-1944) es uno de los autores cuyas obras han pasado recientemente a ser de dominio público en la Biblioteca Nacional de España, que ha digitalizado el catálogo La mujer entre siglos, 1896-1916, una exposición que fue comisariada por Díaz Burgos en el Archivo General de la Región de Murcia (AGRM). Allí se custodia un buen número de obras de este fotógrafo, que retrató a la sociedad totanera de la época, tanto en la vida como en la muerte.
Según recoge el AGRM, Fernando Navarro pertenecía a una familia de profesionales de la carpintería y ebanistería, y estudió Dibujo en Valencia, becado por el Ayuntamiento de Totana. De regreso a su localidad, inicialmente alternó su trabajo como carpintero y ebanista con la práctica de la fotografía que, además de satisfacer sus inquietudes artísticas, le proporcionaba un valioso medio de sustento.
"La realización de retratos de difuntos fue su inicio en la fotografía como complemento de los servicios funerarios que brindaba como artífice de las cajas de enterramiento. Los retratos post mortem se habían popularizado en aquella época como una forma de conservar la imagen del difunto, del que normalmente no existían fotografías previas", explica el Archivo Regional, que añade que la habilidad manual y técnica del totanero le llevó a construir su propia cámara de campaña, de 13 x 18 cm.
Aunque nunca abandonaría la ebanistería, sobre 1890 abrió un estudio fotográfico en Totana junto con su esposa, Narcisa Martínez Lorenzo, encargada del atrezzo, donde se dedicó a la labor de retrato. El AGRM añade que desarrolló la mayor parte de su producción entre 1885 y 1916, año en que abandonó su actividad fotográfica, coincidiendo con la expansión de la fotografía de aficionado, que redujo considerablemente la demanda de retratos de estudio. A partir de entonces se dedicó a la talla de madera, actividad que nunca abandonó, y a la imprenta.
Su obra destaca "por su cantidad y calidad, tanto de difuntos como de estudio de familias, parejas, comulgantes, y con un carácter más singular retratos de religiosos, de jóvenes llamados a filas o los de artistas de variedades a su paso por la localidad". En ellos se muestra "la gran habilidad del fotógrafo para la composición que nos remite a su formación artística, aunque nunca llega a caer en el pictoricismo".
La colección del AGRM también incluye puntuales trabajos documentales sobre eventos relevantes para el municipio de Totana, retratos de grupo campestres o excursiones familiares en los que sobresale la habilidad compositiva y los juegos de luz y sombras. Los formatos más utilizados son los de tarjeta postal y el retratado aparece habitualmente de cuerpo entero.
Todo el fondo está digitalizado y accesible en Internet dentro del Proyecto Carmesí del AGRM.