Internet ha enterrado todo aquel mundo, aunque no lo haya hecho desaparecer del todo. Antes de la comunicación digital, todo lo que estaba al margen de los circuitos comerciales y oficiales de la cultura se desarrollaba fundamentalmente en hojas fotocopiadas y grapadas. Era el mundo del fanzine. En Estados Unidos, hay recopilaciones de iniciativas que, llevadas por el Do It Yourself, ahora constituyen verdaderas obras de arte inclasificables
MURCIA. Difícilmente puede haber nada más romántico hoy que seguir haciendo fanzines. Hay mucha gente que mantiene la llama, pero lo cierto es que, desde la llegada de la bicha internet, la difusión de ideas no solo está chupada, sino que ha acabado siendo abrumadora. Sin embargo, antes no era así. No diría que la cultura ordenada y servida de forma comercial u oficial fuese una cárcel ni nada parecido, pero lo cierto es que lo que se hacía en los márgenes y fuera de todo control era una gran sensación de alivio poder leerlo.
No se trataba de calidad ni tampoco de que se dijera lo que no se podía decir, en realidad lo gratificante era que te llegara sin filtro lo que se le había pasado por la cabeza a alguien. El fenómeno, más que la pretensión alternativa o contracultural, conceptos que muy pronto soportaron el peso de programas políticos e instrumentalizaciones de todo tipo, estaba más relacionado con el Do it yourself. Cada uno soltaba su historia y, de hecho, cuanto menos alienada estaba por tendencias, tribus o agendas, más interesante era.
En relación con el cómic, en Estados Unidos, más que fanzines, de lo que hablamos es de de minicomic o minicomix. Cualquiera, en su casa, dibujaba lo que quería, lo fotocopiaba y ponía una grapa y lo distribuía por redes informales. Podrían ser pequeñas tiendas o bares o, por correo, con redes de lectores y productores de otros minicomix. Estos circuitos postales eran ya internet como la conocemos. En lugar de banner, había flyers. En cada carta que se enviaba, se metían todos los que se podían. Cuando se recibían, se escribía a la dirección de un flyer sí lo que proponía ahí era interesante. Eso sería el email. Era todo más lento, pero no muy diferente al medio digital. De hecho, también era barato y pirata, las cintas que se intercambiaban, generalmente también autoproducidas, se enviaban en cartas en las que se pasaba pegamento de barra por la cara de Juan Carlos y luego, fácilmente con un poco de agua, se podía quitar el matasellos y volverlos a usar.
Ahora es frecuente recordar todo este legado en festivales o en volúmenes como Papeles subterráneos, de Libros Walden. Los guiris hicieron Newave!, editado por Fantagraphics, circunscrito sobre todo a los años ochenta. De la recopilación se encargó Michael Dowers con la intención de reunir el talento de una segunda generación de dibujantes después de la explosión de imaginación y posibilidades que supusieron Robert Crumb, Gilbert Shelton y Art Spiegelman. En total, 856 páginas. En las primeras páginas viene claro cuál era el espíritu: "Todo vale". No había más.
En un manifiesto se proclamaba: "¿Por qué seguimos dibujando comix cuando no hay dinero en el negocio? No tenemos opción. Comix es lo que hacemos, la forma en que nos expresamos. La forma de la que reaccionamos ante la realidad. Las ideas vienen y hay que dibujarlas, reproducirlas y difundirlas. No importa si los leen cincuenta o cincuenta mil personas. Las ideas y su expresión son el tema, no la cantidad o la calidad". En resumidas cuentas, los minicomix eran lo que hubiese sido Mad "sin la censura que implica la distribución masiva".
Los autores reunidos empezaron con esto cuando eran menores de edad. A Tom Hosier su madre le fotocopiaba los fanzines. Allan Greenier empezó en secundaria, cuando tenía 14 años. Aun así, el Estado no se los tomó a broma. Alguien de su instituto le llevó las copias del fanzine al FBI. Desde entonces, todas sus cartas le llegaron abiertas. Pudo haber estado incluido en el programa COINTELPRO (Counter Intelligence Program), proyectos de vigilancia ilegal contra posibles elementos subversivos dentro de Estados Unidos. Después, cuando llegas a las páginas de su fanzine Purple Warp lo que te encuentras es una historieta sobre un curioso superhéroe. Toe 'N' Snot tiene como superpoder que se saca los mocos con los dedos de los pies y, luego, en patadas voladoras, se los pega a la gente. A todo el mundo, a gente que se cruza por la calle, a parejas en su casa, a perros, hasta a Bob Dylan. Un homenaje al absurdo mundo de los superhéroes.
Las paridas podían ser de órdago. En Weird Secretary, Jeannene, una secretaria, se había casado con una roca. Habían visto Rocky juntos 87 veces. Sin embargo, había piezas al estilo Adrian Tomine, que no por casualidad también empezó con minicomix su carrera. Old girlfriends, de 1983, es una típica historia autobiográfica situada en la adolescencia. Son unas escasas seis páginas, pero de una sinceridad y un realismo que llegan. Se trata del típico romance en el que adolescentes se descubren, también se encuentran con el punk. Un día, le deja que le meta mano y, de paso, se grava sus iniciales en la tripa con una cuchilla. Al final, el romance se va, como todos los primeros romances suelen irse, y el autor se pregunta qué será de ella, si tendrá hijos y, sobre todo, si conservará la pedazo de cicatriz que se hizo.
Otro estilo era el irónico. En una historia del Reverendo G.O. Daniels, de 1989, un chaval que descubrió la pornografía y se convirtió en un adicto a las revistas X y dejó de leer la biblia. Pronto encontró que su adicción era incontrolable y empezó a hacer exhibicionismo en la universidad. Al final, acabó en la cárcel donde se ahorcó. Ahí concluía la historieta, sin más. Ese era el punto que tenía todo esto. No solo podía haber historietas divertidas, sino que muchas no tenían sentido ninguno. Rompen todo el canon. Ahora cuesta tanto encontrar algo sin sentido ni razón de ser. Está todo tan estudiadito y teledirigido en todas las esferas de la vida. En viñetas, muchas veces ver a un cerebro derrapando y haciendo trompos es tan interesante como las obras más profundas, cuidadas y relevantes. Perder el control o, mejor dicho, no tenerlo, sigue siendo importante.
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