Las elecciones celebradas en Galicia desnudaron algunas de las argumentaciones de campaña y arroparon otras. Con todo, he de confesarles que, pasadas las elecciones, me prometía días más felices. Pero nuestro clima social se mantiene tan contaminado y sometido a tantos sobresaltos que comienza a ser irrespirable para muchos ciudadanos. La esperanza de proyectar y trabajar bajo un horizonte diáfano se ha visto truncada por el silencio que nuestro gobierno mantiene en torno a su proyecto legislativo estrella, por el ruido de los tractores y hasta por una lejana pandemia que sigue arrojando en estos días y sobre todos nosotros viscosidad y ocultación a través de todos los informativos.
"No reivindiquemos lo imposible, pero comencemos a plantear exigencias"
En cierto modo, nada nuevo para quien, como es mi caso, haya venido advirtiendo de los peligros asociados a un partido que, como el PSOE, cede territorios y compensa esas cesiones con alianzas que pueden permitirle unos meses más de poder, pero que le seguirán restando presencia en ciudades y aldeas. Y, claro está, tanto ese partido como la socialdemocracia vinculada a su nombre y a su modo tradicional de hacer son necesarios para el día a día de nuestras instituciones y gentes. ¿Tiene sentido esa renuncia a hacerse ver sin intermediarios cuando la renuncia también ha estado trufada de otras dejaciones de principios como el de respetar la palabra dada?
Y mientras otras preguntas podrían surgir animadas por esta duda, paso a considerar que ya hemos alcanzado cotas en las que la vida de muchos ciudadanos comienza a ser difícil; las cifras facilitadas por la Encuesta de condiciones de vida del año 2023, elaborada por el INE, sorprenden, pero sobre todo alertan; un día más la verdad de y para muchos parece caer en el territorio de la microeconomía. Lo cierto es que el tratamiento legislativo dado a la vivienda por parte de quienes disfrutan de buenos o excelentes viviendas, ha llegado a dejar a muchos ciudadanos sin un techo bajo el que guarecerse y organizar su vida.
El proceder gubernamental nos provoca extrañeza por motivos varios y que parecen contradecir prácticas muy consolidadas. Así, encarga la gestión de una u otra empresa a quien carece de la formación precisa para regular su actividad o bien, articulando una política de repliegue para defensa del poder, agolpa la dirección de un partido como el PSPV sobre las mismas manos y espaldas que la gestión de las universidades y la investigación; ¿alguien puede pensar que cualquiera de estas dos actividades no agota el tiempo y la capacidad de trabajo de la persona más cualificada? Creo que ha llegado la hora de decir alto y claro que ha de lograrse la oferta de una vivienda digna, que los nombramientos han de estar en función exclusiva del conocimiento preciso para asistir la actividad que han de regular. Más aun, hasta ha de conseguirse que D.ª Pilar Alegría hable de educación que para ello fue nombrada y no para ser portavoz a diario de los eslogans (¡"tolerancia cero con la corrupción"!) que el partido requiera para su subsistencia y fortaleza.
No reivindiquemos lo imposible, pero comencemos a plantear exigencias: nos basta con urgir un techo para quienes lo precisan y agua para cuantos la demandan. Podemos añadir otras exigencias. Pero asumamos que el quehacer del político debe ser más austero y un verdadero catalizador del cotidiano quehacer de los ciudadanos. Digamos claro que los tractores no se detendrán fiando al Ministerio de Interior ese logro; han de ser los de Agricultura y Hacienda los que hagan la apuesta precisa para el desarrollo del sector y han de hacerla asistidos por el sector y sin suplantar el oficio de quienes han venido dando vida a los campos con su cultivo y sus ganados.