MURCIA. Hablamos de "empresas tractoras" para referirnos a aquellas que tienen una impacto destacado en el desarrollo económico y social de una zona o región concreta gracias a su visión estratégica y capacidad de dinamizar el ecosistema innovador en el que se asientan. Normalmente son empresas de gran tamaño, aunque no necesariamente, si bien resulta evidente que a mayor tamaño más facilidad para "arrastrar" -de ahí su nombre de tractoras- a un número mayor de empresas pequeñas y medianas que les prestan servicios auxiliares o complementarios, aquellos que no forman parte de su actividad central o core business.
Además, las empresas tractoras, como los "pura sangre", más allá de su nacencia, de lo que han heredado, lo son por su obligación de ser campeonas en el trabajo diario y el buen hacer. Asumiendo riesgos, fatigas y compromisos más exigentes que la competencia. Siendo más innovadoras y competitivas.
"la compañía tractora no sólo exige un nivel de calidad, sino que también lo procura"
Y para alcanzar este grado de excelencia, como no puede ser de otra manera, se rodean de las mejores empresas proveedoras de materias primas y auxiliares - de transporte, de mantenimiento, TICs, de consultoría legal o ambiental, o de márquetin, entre otras -. Y sucede que, en un círculo virtuoso, estas empresas para prestar el mejor servicio han de estar, a su vez, a la cabeza de la innovación, a la par que la gran empresa que las contrata.
Porque la tractora no sólo exige ese nivel de calidad, sino que también lo procura, ayudando a que las empresas que le trabajan a innovar e incorporar las últimas novedades del mercado. Y sobre todo llevan cuidado en no perjudicar a sus empresas auxiliares en el entendimiento de que no pueden matar la gallina de los huevos de oro.
Junto a estas grandes empresas tractoras existen otras, que pueden pertenecer tanto al ámbito público como al privado, y que podríamos calificar de medio-tractoras porque, si bien sostienen un importante entramado de empresas subsidiarias a su alrededor y mantienen un número importante de puestos de trabajo-, sin embargo, ejercen un cierto efecto perverso de lastre para el desarrollo pleno de las capacidades y potencialidades innovadoras de un territorio.
Pensemos, por ejemplo, en una gran empresa de carácter público, y por tanto al albur de los vaivenes políticos, que a pesar de operar en un marco de economía libre de mercado, es mantenida por razón de su carácter supuestamente estratégico desde el punto de vista energético o de defensa.
Obviamente, esta empresa, sostenida con los presupuestos del Estado, carece de la urgente necesidad de competir con otras del mercado para ser rentable, sus decisiones estratégicas dependen de políticos y altos directivos puestos a dedo frecuentemente con escasa capacidad o experiencia, y sus decisiones se dilatan en el tiempo, como su gestión presupuestaria.
"hay empresas públicas que juegan en otra división: están funcionarizadas"
Estas empresas públicas ciertamente juegan en otra división, de alguna forma están funcionarizadas, y padecen de los mismos males que la propia administración: lentitud, burocratización, desafección de los mandos directivos y los trabajadores, convenios laborales más ventajosos que el de otras empresas o sectores, menor presión de los jefes y no vinculación de los salarios al logro de objetivos, entre otros. Lo que dificulta la puesta en marcha de procesos de innovación.
Por ello, si bien es cierto que ejercen un papel indudable como motores de la economía local, paradójicamente, al mismo tiempo lastran un crecimiento innovador más dinámico, que se pondrá de manifiesto cuando el Estado cierre el grifo de los presupuestos y se evidencie la debilidad del entramado de empresas subsidiarias.
Y este lastre se produce, por ejemplo, contribuyendo a crear una mentalidad funcionarial en la sociedad en la que operan, que pierde de este modo vitalidad para enfrentarse a los fulgurantes retos que demandan actitudes más aventureras y proactivas.
O contagiando de una parsimonia incompatible con la aceleración de los cambios tecnológicos y de mercado actuales. Una lentitud que, a nivel de los pagos, hace que las empresas suministradoras destinen demasiados recursos a cobrar las cantidades adeudadas, eso sí, a un precio mucho mayor al del mercado (porque en el precio ya está amortizada esa demora).
O con una mala gestión en materia de captación de talento. Como es el caso cuando se carece o se tiene un programa de formación propio deficiente y se recurre a competir por los trabajadores con sus propias empresas suministradoras. Porque, si bien las empresas privadas pueden ofrecer más salario que las públicas, este incremento no compensa los beneficios que ofrecen los puestos públicos, más alineados con la calidad de vida que demandan las nuevas generaciones.
Pero ojo, también en el ámbito privado podemos detectar empresas tractoras que, paradójicamente, lastran los ecosistemas innovadores.
Por ejemplo, aquellas que tienen una política excesivamente celosa de sus desarrollos, incomprensible en los actuales ecosistemas innovadores abiertos y muy alejadas de la colaboración. Porque ese secretismo, que por cierto muchas veces esconde una cortedad de miras o limitada capacidad tecnológica de los equipos de I+D de la propia empresa, dificulta el intercambio de información necesario con otros actores del ecosistema innovador. Un intercambio que, sin duda, redundaría en nuevas innovaciones, porque es precisamente de esa “fertilización cruzada” donde nacen las mejores ideas e innovaciones. Creo que me estoy explicando y, por supuesto, no se trata de desproteger la propiedad industrial.
"una mala gestión en captación de talento es cuando se carece de un programa de formación propio"
O aquellas otras empresas que ven amenazas, en vez de oportunidades, cuando otras empresas de menor tamaño cercanas comienzan a alzar el vuelo gracias a sus innovaciones, y ponen todas las trabas que están en su mano para impedirlo. Por ejemplo, reduciendo sus precios de manera temporal para eliminar la competencia. Algo lícito, por supuesto, pero en detrimento de la innovación. Y una solución muy cortoplacista, porque las políticas de precios no son sostenibles.
O las que imponen restricciones contractuales a sus empleados o proveedores para evitar que trabajen con otros actores del ecosistema innovador, llegando incluso a prohibir publicar cualquier dato en cualquier revista científica a meros grupos de investigación universitaria (esto lo digo por propia experiencia).
O empresas que promocionan sus productos o servicios de manera engañosa, exagerando sus capacidades o atributos, lo que puede afectar la percepción de los consumidores y perjudicar a empresas más innovadoras que ofrecen productos genuinamente superiores.
O las que invierten en I+D+i en territorios lejanos cuando podrían hacerlo en su entorno cercano con gran beneficio del ecosistema innovador en el que se asientan y del que ellas serían las que primero se podrían beneficiar.
Como en tantas facetas de la vida, en este ámbito de la innovación, tampoco es oro todo lo que reluce.