MURCIA. Esta semana se han cumplido 40 años del golpe de estado del 23 de febrero de 1981, y como consecuencia, se han evocado los sucesos de aquellas largas horas de incertidumbre, se han hecho balances, relatado vivencias, y muchos han recordado dónde estaban cuando Tejero y su gente agujerearon el techo del Congreso de los Diputados. Yo mismo, sin ir más lejos, me enteré por la radio que tenían puesta en la papelería donde hacía fotocopias de los apuntes universitarios.
Pero evitaré contar lo que está ya más que trillado y opinado, lo que aún nos queda al alcance de nuestros años y nuestra memoria a muchos, para dar un salto en el tiempo de cerca de siglo y medio, y recordar otro famoso golpe de mano militar. En este caso, el protagonizado por el general Pavía en los estertores de la I República, en las primeras horas de la mañana del 3 de enero de 1874.
Algún lector estará ya pensando en el famoso caballo de Pavía, sobre el que irrumpió el general en el Congreso disolviendo, de forma expeditiva, aquellas Cortes que acababan de certificar el final del mandato del ilustre tribuno Emilio Castelar (fallecido años más tarde en la Casa del Reloj de San Pedro del Pinatar) como cuarto presidente del Poder Ejecutivo de aquel fallido régimen en menos de un año.
Pero no hubo tal caballo. De hecho, Pavía no llegó a entrar en la sede del Poder Legislativo, sino que dirigió las operaciones desde la Carrera de San Jerónimo, una vez que supo que, como se temía, Castelar había sido derrotado en el determinante voto de censura, y se abría la puerta al federalismo llamado ‘intransigente’.
"uno de los primeros en mostrar su adhesión al golpe fue el general López Domínguez, que se encontraba al frente del sitio de Cartagena, cuya sublevación cantonal estaba a punto de concluir"
Pavía envió a uno de sus ayudantes a la Cámara con la instrucción de que entregara a su presidente, Nicolás Salmerón, un escueto mensaje escrito: "Desaloje el local". Y una vez que el inicial intento de resistir de los diputados se disipó como consecuencia de algunos tiros al aire disuasorios, el general, viendo a algunos escapar por las ventanas, alzó la voz para preguntar: "Pero, señores ¿por qué saltar por las ventanas, cuando pueden salir por la puerta?". Y es que, en efecto, nadie fue retenido, y cada cual marchó libremente sin que mediara más uso de la fuerza que aquellos disparos admonitorios… que nos es poco.
Y, a todo esto ¿dónde encaja nuestra tierra en esta historia? Para empezar, porque uno de los primeros generales en mostrar su adhesión al golpe fue el general López Domínguez, que se encontraba al frente del sitio de Cartagena, cuya sublevación cantonal estaba a punto de concluir. De hecho, la ciudad cayó sólo nueve días después. El telegrama enviado a Madrid por el sitiador decía: "Este disciplinado ejército, que tengo el honor de mandar, inspirándose en los más elevados sentimientos está dispuesto a apoyar al gobierno que se dé la nación, según lo manifestado por el capitán general de Castilla la Nueva y que representa la honra, el orden y la libertad del país".
Por su parte, el gobernador de la provincia, que lo era Juan Bautista Somongy, dirigió la siguiente alocución a los murcianos: "En los momentos supremos en que se decide la suerte del país, es más que nunca indispensable que el prestigio de la autoridad resalte en vuestra sensatez y cordura. La tranquilidad y el orden han de ser el resultado inmediato de vuestra conducta, y para garantizarlos vela incesantemente vuestro gobernador".
Lo cierto es que la tranquilidad y normalidad fueron absolutas en Murcia, y no sólo no se alteró el orden, y los establecimientos permanecieron abiertos, sino que los vecinos concurrieron con absoluta normalidad "concurriendo al teatro, cafés y círculos".
Tan cierto como que Somongy volvió a dirigirse a la ciudadanía en la tarde del día 4 de enero con un texto en el que se daba cuenta de que el general Serrano sería el encargado de presidir la República, así como de la composición del nuevo gabinete ministerial, que contaba entre sus miembros más conocidos con Sagasta, presidente del Gobierno en numerosas ocasiones; el vicealmirante Topete, héroe de la guerra del Pacífico; y el futuro Premio Nobel Echegaray, que pasó su juventud en Murcia.
Contaba también el gobernador que todas las autoridades civiles y militares habían ofrecido su apoyo a la drástica solución aplicada por Pavía, y resumía la situación afirmando que el general "impulsado del más levantado patriotismo, antes que vernos sumidos en el caos y regidos por los hombres funestos que impulsaron el movimiento separatista, y no reconociendo otra ley suprema que la salud del pueblo, declaró disuelta la Asamblea…". Y concluía: “El pueblo español ha dado una prueba más de amor a la libertad y al orden, presenciando tan supremo trance con la mayor sensatez. Murcianos, vuestra actitud hasta hoy os honra y me honra…”.
Las noticias del golpe de Pavía se mezclaban en la prensa con los partes de guerra procedentes de Cartagena, donde la resistencia tocaba a su fin, y del norte de España, donde seguían batiéndose las tropas gubernamentales con las carlistas. En el primer caso, se informaba de que los sitiadores ya controlaban San Antón, o que habían sido abatidos los defensores del castillo de San Julián.
En los días siguientes, fueron llegando noticias de los sucesos de Madrid, del cambio de Gobierno, de sus primeras medidas. Y se supo, por ejemplo, que al igual que sucedió 57 años después, cuando el ‘tejerazo’, "las descargas hecha dentro del Congreso no ocasionaron una sola víctima. Las balas dieron en el techo, viéndose en él los agujeros. Hubo dos heridos solamente, ocasionados porque tropezaron con una puerta en su salida". De modo que ni siquiera fueron causados por una coz de aquél caballo que nunca estuvo allí.
Cuarenta años exactos se cumplen del intento de golpe de Estado, el conocido como 23F porque se produjo el 23 de febrero de un aparentemente muy lejano 1981. Para algunos toda una vida, como es el caso de quien esto firma