MURCIA. El lector andariego que dirija sus pasos al entorno de la parroquia de San Miguel podrá constatar que se llevan a cabo trabajos de reparación en su torre y cúpula debido a unos pequeños desprendimientos que, tras las oportunas inspecciones, aconsejaron una intervención que evitara en un futuro males mayores.
Y esta circunstancia me ha llevado a evocar lo que sucedió el 22 de abril de 1864, que ha hecho hace unos meses la redonda cifra de 160 años, cuando con gran estrépito se derrumbó el citado campanario, dicen que a causa de las filtraciones de la acequia Aljufía, que discurre junto al templo, hundiendo en su caída la cúpula y causando gran destrozo en el interior de la iglesia, en especial en el precioso y valioso retablo mayor y en los del crucero.
15 años y medio después, el 27 de septiembre de 1879, dos días antes de la festividad de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, el obispo Diego Alguacil bendijo la remozada parroquia, cuyas funciones se habían trasladado en tanto al vecino templo de San Esteban, junto con las principales imágenes.
"el cura había advertido unas grietas en los arcos del crucero que habían surgido de la noche a la mañana"
Para que puedan constatar quienes estos ayeres leyeren lo cierto que resulta lo de que más vale prevenir que lamentar en esto del cuidado del patrimonio, baste decir que don Miguel Ortega, quien era cura de San Miguel en el remoto año 1864, había advertido, por el mes de enero, unas grietas en los arcos del crucero que habían surgido de la noche a la mañana y que le causaron inquietud.
Acudió a técnicos que analizaran la situación y le pusieran remedio, pero antes de que esto ocurriera, a las cinco y media de la mañana del citado 22 de abril, se produjo el desastre. Tan rápidamente ocurrió el hundimiento como veloz fue la reacción del párroco y las autoridades, que sólo dos días después habían logrado que despachara el Gobierno de España, del Partido Moderado, 7.500 pesetas para que se pudiera de inmediato desescombrar e iniciar las labores de reconstrucción.
Poco después quedó presupuestada la obra de reparación de los destrozos en la cantidad de 117.139 pesetas, una cifra más que respetable para la época, a la que el Gobierno decidió aportar, en febrero de 1865, 65.000 pesetas, encomendando el resto a lo que se pudiera obtener a través de donativos. Y fue el 2 de julio cuando el arquitecto Juan Ibáñez presentó el proyecto por medio del cual la iglesia de San Miguel había de recuperar su aspecto original.
Pero en empresas como esta siempre han de surgir dificultades, como la disposición de fondos para las obras, que se agotaron a finales de aquel año, o el fallecimiento del esforzado párroco Ortega en el mes de octubre, víctima de la virulenta epidemia de cólera que azotó a parte de España y que penetró por el puerto de Valencia. Para sustituir al finado, el obispo Landeira designó a un sobrino del mismo, don José Martínez Ortega.
Las circunstancias reseñadas provocaron un parón en los trabajos de reconstrucción hasta que en 1868, a base de donativos y de una entrega de 10.000 pesetas de la parte comprometida en su momento por el Gobierno de España, antes de que en septiembre se produjera la revolución que acabó con el reinado de Isabel II, permitieron dar un nuevo impulso a la reconstrucción, que se detuvo de nuevo en octubre cuando de nuevo se acabó el capital disponible.
Ni qué decir tiene que los vaivenes políticos de los años siguientes no propiciaron la estabilidad que la necesidad de ver cumplidos los antiguos compromisos gubernamentales requería: gobiernos provisionales, regencias, reinado de Amadeo I, I República…
El llamado sexenio democrático desembocó, finalmente, en la dinastía finiquitada en 1868 con la llegada al trono de Alfonso XII en 1874, y en 1876 se reconstituyó la junta encargada de que San Miguel volviera a abrirse al culto cuanto antes, dándose el caso de que algunos de sus principales elementos cubrían el lugar de sus padres, como el marqués de Ordoño, poniéndose al frente de los trabajos los arquitectos Juan Antonio Alcázar y Jerónimo Ros.
"la arquitectura del retablo fue obra de Jacinto Perales y su escultura de Francisco Salzillo y de su padre, Nicolás Salzillo"
A partir de ese momento, con nuevas entregas por parte del Gobierno de España y donativos recogidos por importe de 1.400 pesetas y otras 205 procedentes de los socios de la mina llamada 'Pozo de San Miguel', se llegó al momento de la reinauguración y rebendición citadas al principio, sin perjuicio de que aún quedaran pendientes de ejecución actuaciones en el pavimento, los retablos del crucero y las capillas, que se afrontarían con los pagos gubernamentales pendientes.
Contemplando hoy el retablo de San Miguel, cuya arquitectura fue obra de Jacinto Perales y su escultura de Francisco Salzillo y de su padre, Nicolás Salzillo, nadie diría que todo ese magnífico trabajo quedó convertido en un informe rompecabezas cuando cayó la torre sobre el crucero.
Pero una serie de artistas y artesanos pusieron todo su empeño y sus habilidades en conseguir que Murcia pudiera recuperar una de sus joyas patrimoniales.
Y así, Francisco Celdrán y sus oficiales, tuvo la paciencia y el buen criterio necesarios para colocar el retablo del altar mayor, "buscando pieza por pieza en la hacinada madera a que se hallaba reducido", en expresión de un artículo de prensa de aquellos días, haciendo con acierto la talla destruida e imitando dorado y pintura tal como eran en su estado primitivo.
Por otro lado, Joaquín Eusebio Baglietto, hijo del genovés afincado en Murcia desde 1813 Santiago Baglietto, supo conservar las huellas trazadas por Salzillo en los ángeles del retablo, contribuyendo al buen éxito de la empresa Agustín González como hábil policromador de las ropas de dichas imágenes.
Por su parte, el pintor Juan Albacete se ocupó de la restauración de los cuadros que representan a cuatro doctores de la Iglesia, como también José Miguel Pastor y Ortega se hizo cargo de los situados en el crucero.
Y con todos ellos, albañiles, cerrajeros y todos los oficios que trabajaron a conciencia y merecieron el aplauso y reconocimiento de la junta impulsora de las obras y de los murcianos en general, que se lo seguimos brindando cada vez que nos detenemos a admirar las maravillas que alberga la iglesia de San Miguel, que pronto celebrará los 145 años de su reapertura tras el suceso de la torre.