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EL CABECICUBO DE DOCUS, SERIES Y TV 

'El crítico': aquellos chalados en sus locos periódicos

El documental sobre Carlos Boyero sirve para constatar, sobre todo, una cosa, que ahora los espectadores pueden intuir la calidad de una película o una serie gracias a la opinión de otros espectadores. El acceso a lo que piensa gente como tú ha revolucionado el género, nunca se habrán leído tantas críticas como ahora, pero ha desplazado a los que se han pasado años haciéndolas de forma profesional. En el caso de Boyero, regadas en buen vino y grandes cantidades de cocaína. Lo dice él

3/12/2022 - 

MURCIA. ¿Tiene sentido la crítica? Siempre. Los aficionados al cine, la literatura o la música siguen interesados en ella. Quizá se ha reducido la virulencia de las batallas entre ellos, que en la época de los foros, antes de las redes sociales, eran terribles. A veces, de estar a punto de llegar a las manos. Yo siempre he dicho que te insultan con más respeto por tus opiniones políticas que si dices, por ejemplo, que el cine que dirige Clint Eastwood te parece sumamente mediocre. 

Esto tiene una explicación no necesariamente ligada a la andropausia. Ignoro cómo se significan ahora los jóvenes, decía Yolanda Gándara en Jot Down que hay tan pocos que el mero hecho de ser joven ya es una distinción. Sin embargo, especialmente antes de 2008, eras tus gustos. Eras la música que escuchabas, las películas que veías y los libros que leías. Si alguna vez cuando llegabas de currar te ponías Tómbola, eso podía restarte puntos para una hipotética cópula. Es absurdo, pero mucha gente lo vivía así y cuidaba hasta el extremo y estudiaba lo que veía, escuchaba y leía para tener un currículum impoluto ante los demás y ante sí mismo. 


En realidad, éramos consumistas. Sujetos alienados en una sociedad capitalista que había penetrado en nuestra personalidad. Lo que consumes es lo que eres, el paradigma del negocio, venderle a la gente su propia identidad. En el camino, también había disfrute, pero en el caso que nos ocupa, el crítico Carlos Boyero, sobre el que se ha estrenado este año un documental, había una conexión con el público. No del artista, sino del crítico. La actitud cáustica y nihilista del periodista, su querencia por la bohemia y sus frases lapidarias resultaban muy atractivas a unos lectores que querían ser así, sacados del decadente pero glamuroso bar de una película estadounidense. 

De esta forma, el crítico obtuvo una legión de fans. Su gusto por el cine sencillo, sin abstracciones ni lirismos de ningún tipo, lo ponía más fácil. Las críticas eran me gusta o no me gusta, me ha entretenido o no, me ha llegado o no. Su época dorada quizá fue cuando tuvo el chat de El Mundo, donde ejercía directamente de gurú de todas las facetas de la vida. A estas alturas ya se le objetaban muchos excesos verbales, pero hay que admitir que era una referencia válida para saber por dónde iban los tiros de lo que criticaba. Lo elogiara o lo defenestrara. 

Echando la mirada atrás, en el documental El crítico tenemos a un hombre orgulloso de su estilo procaz. Deja claro en un momento que haber criticado películas que "gastan más en marketing que en el rodaje" no influía en la taquilla, pero los productores aseguran que dependían de sus palabras. Hasta tal punto que ya en su etapa temprana en la Guía del Ocio hubo un boicot de anunciantes para sacarlo de la circulación. Por desgracia para ellos, eso le llevó a caer en manos de Pedro J. Ramírez junto al que estuvo un par de décadas afianzando al personaje descrito. 

Mi impresión es que cuando más suspicacias despertó fue cuando las carreras de Audiovisuales y Periodismo empezaron a vomitar licenciados a un estrecho mercado laboral. Tenía que ser duro verse en la precariedad o en la nada y leer a Boyero opinar tan ligeramente ni siquiera desde su casa, desde en Cannes, San Sebastián, Venecia y festivales de todo el mundo. Para más inri, él mismo alimentaba su leyenda aprovechando esos viajes para pillarse buenos ciegos, correr aventuras nocturnas y salirse de las películas a mitad. El documental sirve para que veamos que esa bohemia acabó en clínicas de desintoxicación, un episodio que en el cine que más le gusta a este crítico, el de mafiosos y criminales torturaditos, pinta muy bien, pero en la vida real le dobla a uno y le deja cierta mirada bobalicona. 

Personalmente, lo que me repateaba del Boyero era su desdén por el cine de países fuera de la órbita anglosajona, es decir, de las industrias fuertes. Rechazar una película porque fuese albanesa, rumana, vietnamita o tailandesa, como repite en esta cinta, me parece indecente. Si bien hay que admitir algo. En el llamado "cine del mundo" se hacen producciones pensando exclusivamente en los festivales occidentales, cuyos jurados le dan el caramelito al país exótico por reforzar nuestros prejuicios sobre ellos con historias generalmente bélicas o de pobreza o de ambos problemas a la vez. 

Si recuerdan la película A Serbian Film, de un gore extremo que tanto dio que hablar, no era más que una crítica abrasiva y deliberada a los compatriotas y balcánicos que hacían ese tipo de cine para darle todavía más confort a los occidentales entregándoles los clichés que esperaban. Desgraciadamente, Boyero nunca ha hilado tan fino y disparaba con su artillería indiscriminadamente. Pedirle que rascara un poco fuera de los circuitos comerciales convencionales en los que se movía para descubrir algo en el exterior, en cualquier otro país, hubiera sido como levantar una vaca a pulso. 

Porque eso es algo que también se menciona en el documental. Lo llaman edad dorada del periodismo, en referencia a los tardíos ochenta y los noventa, pero no lo enfocan correctamente. En esa época, los grandes medios tenían  mercados cautivos y más que en su calidad, en lo que repercutía la situación era en las cuentas corrientes. El dinero, una adormidera de periodistas que luego, oh, ah, se vieron muy sorprendidos cuando la gente prefería leer blogs de fans y aficionados diversos, lo que ellos llamaban frikis. 

Ahora esos vientos frescos ya son un huracán que lo ha arrasado todo. Lo normal para decidir qué ver es mirar la nota que tiene algo. Servidor, por debajo de 8 en IMBD o de 7 en Filmaffinity procura no ver nada. Hay un mar de críticas para establecer esas puntuaciones. Son críticas que reciben críticas, hay un botón para saber si ha sido útil o no que lleva a que se lean las mejor consideradas por el resto de espectadores. Si esto no ha acabado con todos los críticos, es porque los pocos que queden van a ser eliminados lentamente por los influencers mientras el enfant terrible de Boyero, como se insiste en El crítico, es un hombre que envejece sin pareja ni hijos y que lo que más agradece el fin de semana es que le inviten a comer con la familia de otro. Un argumento muy típico del cine... taiwanés. 

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