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COMO AYER / OPINIÓN

El barrio de carmelitas y capuchinos

14/07/2022 - 

MURCIA. En plenas celebraciones de la Virgen del Carmen, de tanto alcance en numerosas localidades de la costa y del interior de la Región, merece dar un paseo por el histórico barrio carmelitano de Murcia, en torno a cuyo convento de frailes carmelitas calzados creció y adquirió personalidad la ciudad del margen derecho del Segura.

Esto de calzados y descalzos es algo que en nuestros días conviene aclarar, pues la sociedad ya no está puesta en los matices que distinguen a las órdenes religiosas. Digamos que los calzados son los provenientes de la orden original, constituida en el Monte Carmelo, en Tierra Santa, en el siglo XII y los descalzos (y descalzas), los que derivan de la reforma introducida por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz en el siglo XVI.

Fue en el año 1583 cuando hicieron saber al Concejo los calzados su pretensión de instalarse en la ciudad, alegando que no había convento alguno de la orden en el Reino de Murcia. Obtuvieron rápidamente el permiso requerido, y les fue adjudicado un emplazamiento cerca del lugar descrito en estos ayeres hace una semana: la Inclusa y la llamada Puerta del Azogue.

Pero la proximidad del nuevo establecimiento religioso al convento de los agustinos, custodios de la Virgen de la Arrixaca, provocó la protesta de frailes de San Agustín que, según testimonio del carmelita Diego de Castro, auxiliados de gente armada, les echaron y se apoderaron del altar y la campana, para que no hubiera vuelta posible.

Munícipes y prelado debieron reconsiderar la situación, y otorgaron a los peticionarios la vieja ermita de San Benito, que daba nombre al partido huertano sito al otro lado del río, con el serio inconveniente de que era un lugar apenas poblado, por lo que el sostenimiento de la orden en lo que a limosnas se refiere se resentiría seriamente. Muy poco después, en 1589, erigió allí su sede la Cofradía de la Sangre.

Las obras del convento, que se construyó en el lugar que hoy ocupan el Museo y la Capilla del Cristo de la Sangre, fueron contratadas en el año 1601, mientras que las de la iglesia actual, sustituyendo a la citada de San Benito, aún debieron esperar hasta el año 1721, dilatándose la empresa a lo largo de cerca de medio siglo, pues el nuevo templo no fue consagrado hasta el año 1769.

Buena culpa de que finalmente se pusiera término a la deseada edificación la tuvo un matrimonio de acomodados molineros del barrio, que aportaron sus buenos reales. La gratitud debida quedó plasmada en la presencia de San Felipe y Santa Catalina en la fachada, santos cuyos nombres llevaban los generosos donantes.

La imagen titular debe datarse en el primer cuarto del siglo XVIII, y aunque durante mucho tiempo se adjudicó a Nicolás de Bussy, hoy se considera obra de Nicolás Salzillo.

Con el afianzamiento del convento carmelita y de la devoción a su Patrona, y el crecimiento del asentamiento poblacional entre el río y el templo, el que había sido partido de San Benito pasó a ser barrio del Carmen, y la calle situada frente a la iglesia, la más próxima entre las varias que se trazaron para unir la alameda (hoy de Colón) con la calle de Cartagena, se nombró del mismo modo.

Pero no sería justo centrar esta breve reseña únicamente en el convento carmelita, que dejó de serlo durante el denominado Trienio Liberal (1820-1823), porque contó el barrio con otro cenobio algo más alejado de la ciudad y regentado por los capuchinos y bajo la advocación de San Antonio, del que es sucesor el existente hoy en las instalaciones que también ocupan parroquia y colegio en la plaza Circular.

En 1615 obtuvieron permiso episcopal para erigir un convento en Murcia, justamente en el lugar al que, por esta circunstancia, y por plantarse un paseo de álamos, como era frecuente, se dio el nombre de Alameda de Capuchinos, que aún conserva pese a que los frailes dejaron su residencia, forzosamente, en el año 1836.

Pero no fue ésta la única vía del carmelitano barrio donde se conserva la memoria de aquellos monjes franciscanos (los capuchinos son una de las numerosas ramas de la Orden Franciscana) sino que a la alameda se suma la calla de Capuchinos, que es prolongación de la anterior, al otro lado del Paseo de Corvera, y avanza en línea recta para terminar, aparentemente, en la dedicada a los hermanos Álvarez Quintero. Pero sólo aparentemente, porque unos metros más al sur se prolonga hasta llegar a la de Diego Hernández. Deduzco que el trazado original hacía una curva y al abrirse la citada calle de Álvarez Quintero quedaron desgajados los dos tramos.

Otra referencia es la vía denominada Huerto de Capuchinos, en paralelo a la Alameda y separada de ella por la calle de Goya. Antaño debió correr junto a las tapias del huerto conventual, y de él tomó el nombre. Pero no termina ahí la nómina, pues una de las calles que lleva del actual Mercado del Carmen a Torre de Romo se denomina de San Francisco, con lo que el santo fundador tendría dos en la ciudad, al contar también con el Plano de su nombre a la entrada del Malecón, donde estuvo, precisamente, el convento de los franciscanos (asentados en la actualidad en La Merced).

Y aún añadiré una calle más que considero vinculada a estos frailes, como particular hipótesis: la calle de la Pastora, pues consultado el callejero escrito por Ortega Pagán sólo alude a la posibilidad de que en ella viviera alguna señora de tal nombre o de ese oficio. Más probable entiendo que en realidad se refiera a la advocación mariana de la Divina Pastora, difundida precisamente por los frailes, una imagen de la cual se conserva en la vecina Iglesia del Carmen.

Es así, como ya quedó por escrito en otros ayeres cómo el callejero nos habla desde las calladas lápidas de nuestra historia.

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