COMO AYER / OPINIÓN

Cableado histórico-artístico en la vieja inclusa

7/07/2022 - 

MURCIA. Hemos leído en los últimos días que unos cuantos monumentos de la ciudad van a verse liberados del antiestético cableado eléctrico y postes sustentadores del mismo que envuelve sus fachadas. Son, en concreto, los beneficiarios el Puente Viejo, la iglesia de Santo Domingo y el Hospicio de Santa Florentina, y esta buena noticia me da pie a ocuparme de uno de estos vestigios de un pasado que sería  parte del presente a poco que se hubiera tenido alguna consideración con su conservación.

Es el citado Hospicio, enclavado a lo largo del lado sur de la calle de Santa Teresa, con fachadas también a las de San Nicolás y Huérfanos, una de las pías fundaciones del obispo Belluga, establecida en el año 1715 y puesta bajo el patronazgo de la santa cartagenera, hermana de San Isidoro, San Leandro y San Fulgencio. Quizás si hablamos de la Inclusa se haga más familiar al lector el edificio al que me refiero.

La función de recogida de niños ilegítimos la había venido desarrollando el Hospital de San Juan de Dios desde el siglo XVI, pero a partir de la constitución del Hospicio se empezó a simultanear esta labor social, que pasó por completo a la fundación del prelado a partir de que entró en servicio el edificio actual entre 1741 y 1744, gestionado por las Hijas de la Caridad desde el año 1872 hasta nuestros días, lo que quiere decir que la orden lleva al servicio de los pequeños desfavorecidos de la sociedad local 150 años.

El gran edificio se atribuye al arquitecto murciano Martín Solera, formado en la escuela de la fachada de la Catedral, que participó en las obras del Colegio de Teólogos de San Isidoro, hoy Instituto Francisco Cascales, y de la vecina Iglesia de San Juan de Dios.

Posee tres portadas de piedra abiertas a la calle de Santa Teresa (una inutilizada) y una puerta sencilla a la calle de San Nicolás, que sirve de ingreso a la capilla. Dos de las primeras, situadas en los extremos de la fachada principal, aparecen coronadas con hornacinas en las que destacan las esculturas en piedra de Santa Florentina y San José, además de diversos blasones.

En diciembre de 1978, el Consejo de Ministros declaró al viejo inmueble monumento de interés histórico-artístico, una teórica protección que no evita situaciones como la que ha dado lugar a este artículo, y tampoco otras más dolorosas, como las demoliciones de edificios sujetos a la declaración de Monumento Nacional, como sucedió en su momento con el Contraste, en la plaza de Santa Catalina, o los Baños Árabes de la calle de Madre de Dios.

La declaración se había venido gestando a lo largo del año, y fue a finales del mes de febrero cuando la entonces Comisión del Patrimonio Artístico de la Delegación Provincial de Cultura, cuyo delegado era Pedro Andújar, había decidido elevar al Ministerio la solicitud de declaración de monumento para el hotel Victoria, las casas contiguas al pasaje de Zabálburu, el Paseo del Malecón y el Hospicio-Inclusa de Santa Florentina, con el fin de incrementar la protección a los mismos de forma individual, pues ya se encontraban incluidos en zonas histórico-artísticas o de respeto.

Una concatenación de circunstancias había dado lugar a las solicitudes individuales de protección, que acabaron siendo enviadas a Madrid en un mismo paquete. En el caso concreto de la Inclusa, lo había propiciado una petición de declaración de utilidad pública para la Casa Díaz Cassou, promovida por el entonces párroco de la Iglesia de San Nicolás, Antero García. Pero el caso que había causado más revuelo había sido el del Hotel Victoria, que había cerrado tras las vacaciones del Navidad del año 1977 y que se arruinaba de forma imparable, lo que movilizó a la opinión pública y aceleró las iniciativas encaminadas a su conservación.

Y ya que sale a colación la parroquia de San Nicolás, merece la pena reseñar que a ella pertenecía el Hospicio, situado a muy corta distancia, y en ella eran bautizados los niños que llegaban al benéfico establecimiento sin haber recibido con anterioridad las aguas bautismales. De aquella pila bautismal salieron muchos ‘Expósitos’ de nombre o apellido, pero también muchos ‘Nicolases’ o, incluso, ‘Sannicolases’, para honrar en aquellas criaturas desvalidas al patrono de la parroquia a la que se habían visto acogidos espiritualmente.

Desde que el benemérito Belluga puso en marcha aquella hermosa obra en la segunda década del siglo XVIII fueron miles de criaturas las que pasaron por aquellas dependencias o las que las precedieron. Fue para ellos un hogar, y mucho más que lo que dejaban atrás, que era la nada, el abandono y la miseria más absolutas. Pero pese a los desvelos de las Hermanas de la Caridad, aquello distaba de ser algo confortable.

Lo acredita un pequeño reportaje publicado en ‘Línea’ tras la Navidad de 1974. 31 niños vivían entonces en el antiguo edificio de la Inclusa, y unas cuantas madres solteras, y a su cuidado, once religiosas y unas cuantas personas más al servicio de la institución.

La Diputación contribuía trimestralmente con algo más de 60.000 pesetas, y en Navidad, por tratarse de fechas tan especiales, había dado un sustancioso aguinaldo de 75.000. Al parece, el Tribunal Tutelar de Menores, implicado también en el mantenimiento de las criaturas, apenas aportaba nada. Y  a pesar de todo, las religiosas se multiplicaban "para poder sacar las castañas del fuego" trabajando también en la guardería que por entonces tenían allí montada.

Y preguntaba, para terminar, el reportero a la superiora: “Reverenda madre, ¿existe algún complejo por parte de las familias de la calle a la hora de traer a sus chicos a esta guardería?”. Y la monja le respondía con rotundidad: “Ninguno, en absoluto”.

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