Da que pensar la unanimidad con que la prensa conservadora ha recibido el advenimiento del discreto Alberto a la presidencia del PP. Nos cuesta verlo como el hombre providencial que necesita la pobre y malgastada España. El gallego confía en la crisis para llegar a la Moncloa sin mancharse las manos
La prensa conservadora, de la que soy fiel lector, ha saludado, con repicar de campanas y soniquete de trompetas, el adelanto electoral andaluz al 19 de junio. Diarios monárquicos, razonables y con perspectiva mundial han aplaudido la decisión del señorito Moreno Bonilla porque, al entender de estos linces del periodismo, la derechina ganará de calle las elecciones gracias al ‘efecto Feijóo’.
Desde que el político gallego advino a la presidencia del PP en un congreso a la búlgara, todo plumilla de derechas, si quiere dárselas de entendido, escribe sobre el ‘efecto Feijóo’. Hasta se publican encuestas —debidamente condimentadas con la pimienta del voluntarismo— para que esta idea cale en el electorado conservador.
Quise palpar el ambiente político en un bar de la plaza Mayor de Torrent. Nada más entrar me acodé en la barra, pedí un carajillo y, dirigiéndome a la escasa clientela, dije con voz firme: “¡Un hurra por el señor Feijóo!”. Nadie se dio por enterado. Volví a repetirlo, si cabe con más energía y con acento orensano: “¡Un hurra por el señor Feijóo!”. Todos clientes volvieron a ignorarme, todos menos uno, un gañán melenudo, con cara de primate y anchas espaldas, que me dirigió una mirada como la de Charles Manson, y me escupió el palillo que sostenía con los dientes. Retrocedí unos pasos y me puse en alerta.
Como vi que mi presencia no era bien recibida, pagué la consumición y me marché por donde había venido.
De manera más discreta he tanteado el ambiente en lugares proclives a la causa del discreto Alberto —como el bar Aquarium, en el cogollo burgués de Valencia— pero sin hallar una prueba fehaciente para acreditar el manido ‘efecto Feijóo’.
Por el momento, Albertiño no suscita entusiasmo entre la parroquia de derechas, ni poco ni mucho. Este fervor sólo se aprecia en las redacciones de los periódicos que predican la Santa Moderación de acuerdo con el catecismo del buen liberal. Se escriben muchos artículos de este tenor que ya ni nos molestamos en leer.
El ‘efecto Feijóo’ va camino de ser como el misterio de la Santísima Trinidad. A falta del auxilio de la razón se necesita fe (la fe del carbonero, tal vez) para creer en él.
"Como Rajoy, parece que Feijóo centrará su alternativa en la reconstrucción de la economía olvidándose de la batalla cultural"
Quizá por su condición de galaico, la presencia diaria del discreto Alberto en los medios nacionales tiene un cierto aire de déjà vu. No es que sea idéntico a don Mariano Rajoy pero nos recuerda a él. Parece que también centrará su alternativa en la reconstrucción de la economía olvidándose de la batalla cultural.
En las últimas semanas, el presidente del PP ha filtrado, por entregas, su plan fiscal para aliviar —dice— los efectos de la crisis en las rentas medias y bajas. Esto nos suena. Lo hizo Aznar en 1996 y Rajoy en 2011. ¿Será suficiente esta vez? ¿Bastará con esperar a que la metástasis se extienda por el cuerpo de la economía española para que Feijóo llegue al poder por consunción del presidente maniquí?
No lo veo claro, muchos no lo veis claro.
Si casi cuatro millones de españoles se pasaron al lado oscuro de la fuerza no fue por la gestión económica —razonable en los mandatos de Rajoy—, sino por asuntos como el golpe de Estado en Cataluña, que no supo frenar el anterior Gobierno conservador, y la no derogación de leyes socialistas como la de Memoria Histórica.
Si el discreto Alberto se limita a cuadrar las cuentas para evitar el rescate de los hombres negro, algo necesario pero insuficiente, evitando derogar la agenda de ingeniería social del Gobierno calamidad (leyes de memoria democrática, educación, trans, eutanasia, entre otras), la izquierda conservará la hegemonía cultural. Su regreso al poder será cuestión de pocos años, una vez que la derecha le haya hecho el trabajo sucio de sanear la economía tras su gestión desastrosa.
Se repetirá la historia. El PP será el criado que le guarda la finca al señorito mientras este pasa unas vacaciones pagadas por los poderes económicos y financieros a los que sirve. El señorito, evidentemente, es el PSOE, partido sistémico en el que se asienta el Régimen del 78, del que hay cada día pruebas inequívocas de su decadencia acelerada. Sólo cabe esperar unos años para ver cómo se derrumba.
En tanto llega la ansiada hora, dejemos que los moderados, los liberales y los centristas se apunten al carro (¿vencedor?) de Alberto el discreto. Nosotros, tristes, solitarios y con final incierto, seguiremos a lo nuestro: a propinar patadas en las espinillas de los que mandan, tarea modestísima a la que consagramos lo mejor de nuestro talento.