MURCIA. A pesar de lo que afirman opiniones recientemente publicadas, estoy firmemente convencido de que no es verdad que el sistema educativo español esté en peores condiciones hoy que hace unas décadas, ni estoy de acuerdo en que funcione tan mal como algunos agoreros proclaman. La pasada pandemia demostró el enorme potencial que es capaz de desplegar cuando existe una motivación importante que una a sus principales protagonistas. Sí es cierto que, a pesar de los numerosos avances logrados, la educación, por desgracia (y al contrario de lo que sucede en países vecinos), sigue siendo un campo de confrontación en el que las malas noticias no necesitan ser contrastadas, sino amplificadas y difundidas. A pesar de lo dicho, es evidente que nuestro sistema educativo no cuenta con un nivel de reconocimiento tan elevado y generalizado, como le ocurre, por ejemplo, a otro de los pilares de nuestro Estado de Bienestar: el sistema sanitario.
Mientras que algunas profesiones sanitarias cuentan con sistemas de acceso al ejercicio profesional mejorables, pero muy acreditadas, la profesión docente, a pesar de su importancia capital, no ha logrado todavía reformar en profundidad su sistema de acceso ofreciendo un nuevo marco para la formación inicial y permanente del profesorado. No ha habido manera, hasta hoy, de que las distintas administraciones afronten esta decisión, ni se llegue a un acuerdo sobre su carrera profesional. ¿Alguien cree que es viable un proyecto de transformación del sistema educativo que no empiece por ahí y no cuente con la participación directa de los afectados?
No es cuestión de enumerar aquí los numerosos retos pendientes que afectan, tanto a la mejora de la calidad de la enseñanza como a la imprescindible corrección de las desigualdades, pero ha quedado demostrado por la experiencia que la solución no está en la abusiva promulgación de grandes leyes, sin suficiente consenso ni participación. Además, generan tantas expectativas iniciales como desconcierto y el desánimo, cuando no la abierta oposición de algunas instancias en su desarrollo normativo.
Los fracasos vividos en los distintos intentos de alcanzar un gran pacto de Estado nos han demostrado que desde el enfrentamiento y la polarización sólo se logran movimientos pendulares que nos devuelven, en pocos años, al punto de partida. Está muy claro que no es posible construir un edificio tan complejo desde posiciones maximalistas ni desde el empacho ideológico en el que andan enredados nuestros líderes nacionales. La gran pregunta, al comienzo de un nuevo curso escolar, es si en la Región nos dejaremos llevar por la dinámica de la confrontación, o seremos capaces, sin renunciar a las convicciones de los diferentes actores educativos, de bajar el tono del debate y orientar los esfuerzos hacia la solución de los numerosos problemas concretos en base a datos contrastados.
Un encuentro celebrado el pasado mes de marzo en ESADE 'Mejorar la educación con políticas basadas en la evidencia' supuso un soplo de aire fresco que logró ilusionarme, después de muchos años de resignación y decepción. Algo nuevo se está moviendo en una sociedad civil que no acepta ya la burda confrontación sectaria, sin argumentos ni datos fundamentados. EsadeEcPol ha apostado por integrar ciencia y política mediante la elaboración de investigaciones rigurosas que deberían servir para mejorar la toma de decisiones de la mayor parte de los principales actores educativos. Es posible que algunos grupos con intereses en el ámbito de la educación decidan, inicialmente, no escuchar estas razonadas propuestas, pero en ese caso, al menos, quedaría en evidencia la endeblez e inconsistencia de su relato ante una opinión pública cada vez mejor informada y menos manipulable.
Tenemos buenas noticias recientes, como el importante impulso dado a la Formación Profesional, una de las grandes asignaturas pendientes en España; tenemos la reciente experiencia de éxito colectivo demostrado al afrontar un reto tan difícil como fue el de la pandemia y contamos con buenos profesionales que sólo necesitan apoyo y recursos para el desempeño de su trabajo. No sólo es cuestión de dinero. Les sobra trabajo burocrático y tutela administrativa y les falta autonomía en su toma de decisiones.
Empezar a valorar la importancia de un nuevo enfoque en educación podría ayudar a resolver mejor algunos de los retos pendientes. Además de las numerosas iniciativas innovadoras, de éxito comprobado en los centros educativos y que deberían tener mayor reconocimiento, continuidad y proyección, existen instituciones que aportan información relevante para ser contrastada y aplicada en nuestros centros. Por ejemplo, la británica Education Endowment Foundation se centra en el análisis y evaluación de estrategias educativas y propuestas de organización escolar y las califica en función de tres variables: su coste, su mayor o menor evidencia científica y su impacto real. Quienes lean algunos de los informes de las instituciones citadas se sorprenderán al comprobar que experiencias evaluadas demuestran que la mejora del rendimiento del alumnado no siempre es cuestión de dinero (por ejemplo, el mayor compromiso de los padres se ratifica como un elemento decisivo) y les resultará muy extraño advertir que sigan teniendo gran acogida propuestas que los datos no han demostrado que ayuden a un mayor rendimiento del alumnado, sobre todo de quienes necesitan mayor apoyo educativo, como, por ejemplo, la jornada continua. ¿Qué tal si empezásemos el nuevo curso rompiendo inercias del pasado y afrontando los viejos problemas con enfoques nuevos?