MURCIA. Seguro que son muchos los viandantes que discurren a diario junto a la estatua del cardenal Belluga emplazada en la Glorieta de España (glorieta a secas para los murcianos) sin reparar siquiera en la imponente y broncínea presencia del ilustre prelado, en imagen sedente ideada y modelada por el tantas veces citado en estas historias Juan González Moreno.
Si ni siquiera lanzarán una mirada de soslayo al paso apresurado, camino de donde sea, menos aún se detendrán a leer en el frente del pedestal la sencilla y escueta inscripción: "Murcia al Cardenal Belluga. Año 1968".
Y es que, en efecto, aunque proyectos no faltaron desde el siglo XIX, el deseo de honrar la memoria de tan notable personaje con un gran monumento no se materializó hasta mucho después, pero no tanto como reza la inscripción, sino diez años antes, en 1958. Un lavado de cara practicado hace unos años para la conservación del pedestal y la reposición de cifras y letras reconvirtió un cinco en un seis. Y hasta hoy. Hará pronto 12 años de que di cuenta de ello en un artículo similar a este.
En 1870 ya se hablaba en pasado del "sitio donde un día se pensó elevar un monumento al cardenal Belluga", y en 1884 llegó a convocarse un concurso de ideas para erigirlo, coincidiendo con la iniciativa propiciada por la denominada Sociedad Belluga para dar a la hasta entonces plaza de Palacio (por el Episcopal) el nombre de insigne eclesiástico. Nadie presentó propuestas en el tiempo fijado. Ni prosperó tampoco la iniciativa de la citada Sociedad de pedir la traza al acreditado arquitecto hellinero Justo Millán, pues de tales planes y planos sólo se ejecutó una fuente.
Mucho más sólido fue el intento propiciado en 1919 por el alcalde García Muñoz, que encargó al ya reputado escultor murciano José Planes unos bocetos que llegaron a publicarse en la prensa local. Se dijo incluso que para la feria septembrina podría haber monumento. Pero tampoco esta vez llegó a buen puerto la pretensión.
Y aunque en 1943, al cumplirse el II Centenario del fallecimiento del cardenal se volvió sobre la cuestión, la mecha la encendió, definitivamente, el periodista Carlos García Izquierdo en el año 1949. García Izquierdo, que ya en 1940 había aludido a la deuda pendiente de la ciudad con Belluga, recordaba en un extenso artículo los reiterados fracasos y los méritos del prelado, y concluía subrayando que tanto la localidad alicantina de Dolores, fundada por el cardenal, como la granadina de Motril, su lugar de nacimiento, contaban ya con sendas estatuas que honraban la memoria del prohombre.
No tuvo tal contundencia el eco esperado, pero sembró la semilla, e incluso se llegó a presentar una moción al respecto en el Ayuntamiento. Y llegado el año 1953, siendo alcalde Fernández Picón, se acometió en serio el proyecto, pese a lo cual aún se demoraría en el tiempo, como tantos otros, bastante más de lo que sus impulsores hubiesen deseado.
En el marco del embellecimiento de la emblemática plaza de Belluga, el arquitecto Eugenio Bañón presentó un proyecto conforme al cual en el centro se instalaría una fuente monumental, que mostraría en su centro la estatua del cardenal, y en los extremos otras fuentes, con surtidores de agua a distintas alturas, motivos arquitectónicos y jardinería. Las virtudes cardinales completaban el conjunto, en cuya construcción se emplearían mármoles en distintos tonos y bronce. El encargado de la obra escultórica sería Juan González, que se encontraba en la época cenital de su brillante trayectoria artística.
De hecho, en noviembre ya conoció el alcalde el boceto del aljucereño, y en febrero de 1954 se aprobó un presupuesto que incluía la pavimentación de la plaza y que alcanzaba la cantidad de 2,2 millones de pesetas. Pero el grandioso monumento se diluyó en cuanto a su coste, sus magnitudes y hasta su emplazamiento, y en noviembre de 1956 se anunció que se instalaría en la Glorieta, sujeta a una profunda remodelación que variaría radicalmente la que había sido su apariencia hasta entonces, y por medio de la cual adoptaría su aspecto actual.
Fernández Picón explicó que el monumento iría en el centro de la nueva Glorieta (luego, como es conocido, no fue así) y que se estaba intentando traer desde Roma los restos mortales del eminente cardenal para que ocuparan un lugar privilegiado en la Catedral. Tampoco este propósito se alcanzó. A primeros del año siguiente se dio a conocer el nuevo presupuesto del proyecto, que se había reducido a 75.000 pesetas. Para el vaciado en bronce, el modelado de González Moreno fue enviado a Madrid.
La estatua llegó de la capital de España, tras su fundición en Codina Hermanos, y larga espera, el 31 de diciembre de 1958, con un peso de 700 kilos y 2,60 metros de altura (con la base, 7,5) y sin más demora se situó sobre su pedestal, ya instalado en la Glorieta, frente a la portada del Palacio Episcopal.
Después de tantos proyectos, tantos años y tantas dilaciones, no hubo inauguración oficial. O yo no he sido capaz de hallarla en mis rebuscos. Pero lo que sí está claro es que la foto que ilustra estos ayeres fue tomada, como queda dicho, el 31 de enero de 1958. Y desde entonces, allí está el cardenal, viendo transcurrir los años, pero sentado.