Qué difícil es plasmar en papel, decir con palabras, lo que se siente en estos momentos.
No son diez, ni cincuenta, ni cien los fallecidos o desaparecidos. Son diez, cincuenta o cien o las que sean, familias rotas. Detrás de cada uno de ellos hay una historia, hay un proyecto que se ha roto, que se ha parado en seco. Y cada uno de ellos es único, irrepetible y no hay nada que pueda restituir a las familias y amigos la triste pérdida.
Pero el resto, sin abandonar el dolor que produce esta tragedia, hemos de estar ahí, cada uno en su lugar, haciendo todo lo posible para ayudar donde nos digan y como nos digan.
Municipios destruidos, campos arrasados, negocios destrozados. La situación es dantesca, pero ahí están nuestros héroes, los servicios de emergencia, Bomberos, UME, Guardia Civil, Policía, sanitarios…
Mientras escribo estas líneas no han pasado ni 24 horas de la tragedia y ya han aparecido campañas solidarias, miles y miles de españoles dispuestos a ayudar, cada uno en la medida de sus posibilidades. Y puedo asegurar que toda ayuda será poca. Pero sé que en situaciones así, España demuestra su grandeza, no hay valencianos, asturianos o andaluces, hay españoles que se vuelcan para mitigar el sufrimiento de sus compatriotas. Como digo, no será suficiente, pero ayudará a suplir lo más necesario, una cama, una manta, ropa limpia, un abrazo.
Y después habrá que reconstruir casas, negocios, pueblos enteros y lo más importante, habrá que reconstruir vidas.
De las casas, los negocios y los pueblos ya habrá tiempo mañana de exigir a los gobiernos que asuman su responsabilidad en esa reconstrucción. De las vidas hemos de encargarnos todos y no hay que esperar, han de sentir nuestro apoyo, nuestra mano amiga, un abrazo, una sonrisa. O quizá es suficiente con escuchar, sin decir nada, solo escuchar. El sufrimiento compartido es menos sufrimiento.