MURCIA. De un tiempo a esta parte, transito casi a diario el barrio de Vistabella, constatando el espanto organizado en el entorno del hospital con la dichosa inmovilidad, al extremo de que hasta el Ayuntamiento lo ha reconocido como punto negro a solucionar.
Un enredo que irá a más cuando se derive hacia allí el tráfico de salida del Barrio del Carmen, y que se asemejará a aquel célebre nudo gordiano que, según la leyenda, nadie podía desatar, dada su complejidad, y quien lo hiciera dominaría Oriente. Llegó Alejandro Magno y, en un arranque de creatividad e ingenio, lo liquidó de un mandoble. Y dominó Oriente, como es sabido.
Mientras averiguamos cómo se las ingenian las autoridades responsables en este caso para desatar el nudo, paso a diario por el infrautilizado Puente Nuevo o de Hierro, cerrado al tráfico rodado desde el año 2001, cuando al afrontar su restauración se determinó que el puente original no fue diseñado para las cargas de tráfico que determinaba para los puentes de carretera la normativa recién aprobada en 1998.
Algo tan cierto como que el puente ya dejó de ser de carretera hace muchos años, y que seguramente la eliminación del tráfico pesado podría bastar para que el más que centenario viaducto soportara una carga asumible.
Esta carga la asumió durante muchos años, cuando todo el flujo viario entre la carretera de Alicante y las de Cartagena y Andalucía pasaba por allí. Incluido el pesado, que entonces incluía tanto autobuses como todo tipo de camiones. No había otra alternativa en forma de puente.
"El Puente Nuevo se pensó, precisamente, para propiciar la conexión entre las dos orillas del Segura y aliviar el incipiente tráfico"
Haciendo planificación urbana-ficción, y con el atrevimiento y la osadía propias del desconocimiento, me pregunto si la hipotética reapertura limitada de ese puente se podría considerar una alternativa eficaz a dos problemas: el nudo gordiano y evitar que los 100 metros escasos que separan hoy la margen derecha del río de la izquierda, cruzando en coche el puente Miguel Caballero, se conviertan dentro de unos días en 1.600 metros y varios atascos.
Pero el escribidor de estos ‘ayeres’ debe reconducir su relato al pasado, y dejar que sea el futuro quien desvele las resultas de este embrollo por el que transitamos… en fila india.
El Puente Nuevo se pensó, precisamente, para propiciar la conexión entre las dos orillas del Segura y aliviar el incipiente tráfico y el discurrir de los vehículos que debían cruzar una ciudad encorsetada en su traza y su intrincada trama medieval.
Y la cosa venía de lejos, porque el Puente Viejo, el único sólido más allá de las pasarelas de madera o los llamados de barcas, debía de ser descargado de tanto peso y responsabilidad, a la vez que se enlazaba El Carmen, por el que era entonces su confín de Levante, con los populosos barrios de San Juan y Santa Eulalia y con la salida de la ciudad hacia el Reino de Valencia. Y eso ya lo planteó en el siglo XIX el obispo Diego de Rojas, el mismo que concluyó las obras del Palacio Episcopal, que llegó a poner una primera piedra en 1758. La empresa no fue mucho más allá, y el proyecto lo recuperó el conde de Floridablanca en 1875, pero tampoco consiguió que cuajara.
Y así, tuvieron que llegar los años finales del siglo XIX, no solo para que se volviera sobre el asunto, sino para conseguir, al fin, que Murcia contara con un segundo puente fiable… al menos mientras no cambiaran la normativa sobre la solidez de los mismos.
El proyecto lo redactó en 1894 el ingeniero de caminos, canales y puertos José María Ortiz, y fue construido por la empresa Materiales para Ferrocarriles y Construcciones de Barcelona con un presupuesto de cerca de 600.000 pesetas, si bien las obras no dieron comienzo hasta bastante tiempo después.
Con razón se quejaban los vecinos de la calle del Conde del Valle (hoy Ricardo Gil), a primeros de 1900, más de un año antes, de que hacía ya más de dos que se habían abierto en dicha calle las zanjas para el Puente Nuevo; y estas, con motivo de una reciente inundación, se habían llenado de aguas que acabaron por corromperse, amenazando gravemente la salud pública.
"surgió un curioso asunto en forma de brote de agua milagrosa en las proximidades de donde se construiría el puente"
Poco después de esta queja surgió un curioso asunto en forma de brote de agua milagrosa en las proximidades de donde se construiría el puente. La gente dio en creer que aquel agua curaba las afecciones del estómago y acudía a beberla un buen número de creyentes. Un cordón de personas, con botijos y cacharros; unas bebiendo el agua y otras llevándola á sus casas, se alineaba ante el brote.
A finales del mes de agosto de 1900, una quincena después de que empezara a circular la noticia, el agua se había derivado mediante una canalización para evitar que la aglomeración de demandantes del milagroso líquido, que ya llegaban desde distintas localidades de la Región, estorbara los trabajos preparatorios de la construcción del puente, y hasta se construyó un pilón, a costa de un usuario agradecido por los benéficos efectos de aquél brote.
Y un año después seguía la peregrinación, por más que prensa era clara al afirmar que como el agua “sale fresca y muy clara, se bebe con avidez por toda clase de personas, en los vasos o cacharros que allí prestan. La fuente podrá ser milagrosa de nombre, pero en ningún otro concepto, porque su agua es naturalmente artesiana, y de ínfima calidad a la que dan otros pozos de igual índole”.
El puente se abrió provisionalmente al paso de peatones a finales de 1901, antes de que se autorizara el de todo tipo de vehículos, con objeto de evitar a los murcianos de aquella parte de la ciudad que hubieran de rodear por el de los Peligros, pero cuando se volvió a cerrar esa posibilidad, con el fin de pintar la gran estructura metálica, algunos viandantes no se conformaron, llegando a esgrimir armas frente a los guardias encargados de hacer cumplir la prohibición. Por eso, el ‘Heraldo de Murcia’, que daba cuenta en el mes de diciembre de la situación creada, solicitaba, una vez concluidos los trabajos, que se activara la definitiva puesta en servicio del viaducto.
Así sucedió en el mes de enero siguiente, con una longitud 140,40 metros y 12 de anchura. Hoy en día, y debido a que con la desaparición del llamado Parque de Ruiz Hidalgo, que era sobrevolado por la estructura, la longitud quedó reducida a la actual.
Hoy, como queda dicho, es una estructura que podría ofrecer alternativas a la planificación del contra-caos, más eficaces incluso que el agua milagrosa del puente, y menos drásticas que la aplicada por Alejandro al nudo gordiano.