CARTAGENA. En el Palacio de Ayete, sito en San Sebastián, solía pasar el general Franco una parte de sus merecidas vacaciones estivales. También conocido como el Generalísimo, el humor popular dio en llamar el Cuñadísimo a Ramón Serrano Suñer, cuñado su esposa, Carmen Polo. Hay que reconocer que, si lo de elevar a Franco a "General de generales" sonaba bien, más chusco habría sido llamar "Cuñado de cuñados" a Suñer. Casi tanto como decir que España es una "nación de naciones". Ya puestos, sería mejor llamarla "Nacioncísima". Otra manifestación de ese burlón ingenio popular situaba a un Franco anciano repitiendo en Ayete unas misteriosas palabras: "eta y "aña"; "eta" y "aña". Los más patrióticos de sus exégetas interpretaron que, preocupado por su patria, estaba queriendo decir "ETA y España", pero uno que lo conocía mejor lo aclaró: el Generalísimo estaba pidiendo su escopeta y su caña (de pescar, preferentemente atunes). Pues bien, fue en aquel palacio guipuzcoano donde Franco nombró a los primeros cuarenta consejeros del Movimiento Nacional, que pasaron a ser conocidos como "los cuarenta de Ayete". Entre ellos figuraban algunos, como Martín Villa y Marcelino Oreja, que luego jugaron papeles importantes en la transición a la democracia.
Lo que son las cosas, aquel "eta y aña" acabó teniendo un sentido premonitorio, pues fue en Ayete donde se desarrolló la llamada "Conferencia Internacional sobre la Paz", un trampantojo para preparar el anuncio de que ETA iba a dejar de asesinar españoles. Nacida en el País Vasco, ETA cometió menos atentados en la etapa franquista que en la democrática. Amplios sectores de la izquierda española (no así el Aparecido) creían que ETA era un movimiento independentista y antifranquista; en realidad era un movimiento separatista y antidemocrático. Al final, aquel palacio fue testigo de dos grandes primicias: el nacimiento de los cuarenta de Ayete y la defunción de la etapa terrorista de ETA.
Según la información disponible, ninguno de los cuarenta de Ayete emitió nunca alguna opinión contraria a la de Franco. Y si, inadvertidamente, alguno la planteó, de inmediato la corrigió para alinearse con la doctrina oficial, que siempre era la expuesta, o insinuada, por quien lo había nombrado. Pasados los años, el presidente español Sánchez ha decidido pactar con Reunirse (Bildu), herederos políticos de ETA. Y, para que todo rime, ha designado a cincuenta españoles para que le planteen unas preguntas que él responderá. Igual que los cuarenta de Ayete solían tratar de averiguar qué pensaba Franco de cada tema para no errar al aconsejarle, la tenaz fracción burlona del pueblo español anda ahora comentando si las preguntas de los cincuenta de Sánchez no serán del siguiente tenor: ¿es verdad que Feijóo es un ignorante y se niega a pactar nada?, o bien, ¿se compromete a mantener su solidaria política de apoyo a las clases medias si vuelve a ser elegido presidente de Gobierno? Ríanse todo lo que quieran, pero al Aparecido le gustaría conocer los antecedentes de cada uno de los cincuenta de Sánchez, pues no ignora que uno de los cuarenta de Ayete era nada menos que Adolfo Suárez, que luego presidió el Gobierno de España.
A ver si resulta que de los cincuenta de Sánchez saldrá el futuro líder del PSOE y un posible presidente de España cuando él pierda las elecciones, quizás frente al ignorante de Feijóo. Como lo acusa de oponerse a todo, ha sido denominado "el señor Mopongo" por Montero, la ingeniosa ministra andaluza, mientras que a Sánchez lo llaman "el doctor No" en memoria del famoso lema que empleó contra Rajoy: "No es no" y "¿Qué parte no ha entendido del No es No?". Pues bien, ¿y si el beneficiario del próximo debate en el Senado entre el doctor No y el señor Mopongo fuese uno de los cincuenta de Sánchez? ¿Qué sabe nadie? Lo dicho: urge la lista.
JR Medina Precioso