Hoy es 12 de diciembre

Día Internacional de las Montañas  

De cumbres peladas a bosques frondosos: la épica de Codorníu que transformó Sierra Espuña

Sierra Espuña. Foto Marcial Guillén (EFE)
11/12/2024 - 

CARTAGENA. Afrontamos una época nunca explorada hasta ahora por el ser humano, en la que el cambio climático ha acelerado y agravado las alteraciones de las que la Tierra está acostumbrada desde hace millones de años. La naturaleza no entiende cómo ni porqué, pero es capaz de adaptarse, transformarse cual camaleón en plena selva, y sobrevivir a todo tipo de situaciones, por muy humanas que se antojen.

La Región de Murcia lleva años en un proceso de alteración de su ecosistema. El agua, desgraciadamente, es escasa aunque todo aquel que ha habitado en épocas pasadas o que lo hace actualmente aquí ha sabido entenderlo y concienciarse del valor de cada gota de este recurso imprescindible para nuestra vida, de ahí que seamos un referente en aprovechamiento de aguas para el campo y la huerta. Pero, por desgracia, la falta de lluvia de los últimos tiempos afecta de manera alarmante y peligrosa nuestro ecosistema. Son miles los árboles de nuestras montañas que se están muriendo. Las estimaciones ya se elevan a cerca de medio millón de pinos, una auténtica hecatombe arbórea que, no lo dudemos, puede traer trágicas consecuencias.

Vivimos unos momentos complejos para nuestro sistema montañoso, porque la sequía está provocando la muerte de miles de árboles por toda la orografía regional. Datos recientes de la propia Comunidad Autónoma alertan que la falta de agua ha afectado a 960.000 árboles, sobre un total de 23.000 hectáreas, una lenta pero implacable guillotina que, silenciosa, acaba con todo nuestro patrimonio natural.

Este 11 de diciembre se celebra el Día Internacional de las Montañas y aunque todos las vemos a menudo y sabemos que están ahí o han permanecido siempre en nuestra retina y recuerdos, no son buenos momentos para la naturaleza, que pide a gritos ayuda para que la acción del hombre, lejos de convertirse en su tumba, sea la palanca que necesita para evitar un desastre sin solución.

Por ello, es un buen día para reivindicar la figura de Ricardo Codorníu y Stárico (Cartagena 1846-Murcia, 1923) que es considerado como uno de los grandes personajes del ecologismo en nuestro país, escasamente conocido y reconocido a pesar de su incansable labor naturalista que ayudó a convertir Sierra Espuña en lo que es a día de hoy.

El Apóstol del Árbol, como se le conoció para la posteridad al naturalista, ayudó a emprender un cuidadoso y efectivo plan de reforestación de finales del siglo XIX en el pulmón de la Región de Murcia, modificando de manera definitiva el paisaje de la sierra. Se tuvo que emplear grandes dosis de imaginación, mucho esfuerzo, dedicación y cuidado.

Fotos: Archivo Regional (CARM)

Imaginación, esfuerzo, dedicación y cuidado

Abordó este trabajo utilizando criterios ecológicos y medioambientales poco vistos en esa época, lo que suponen la semilla de la metodología empleada actualmente. «Crecen nuestras esperanzas de tener repoblada esta sierra dentro de pocos años, una gran superficie que ejerza su influjo en la salubridad del país, que aumente notablemente el caudal de sus manantiales y que dé valiosos productos al Estado, a la par que empleo y sustento a aquellos jornaleros tan sobrios, tan virtuosos y tan buenos trabajadores», decía con anhelo Codorníu, pionero de la educación ambiental en España y del movimiento conservacionista, en sus Apuntes de la Repoblación de Sierra Espuña. 

Dos siglos antes, Sierra Espuña acusó un terrible proceso de sobreexplotación en sus recursos. Conforme aumentó la población, la demanda de agua, tierra para cultivar o madera se incrementó de forma paulatina. A esto hay que añadir que la Marina, que gestionaba esta zona, utilizó cientos árboles de la sierra para la construcción de barcos. Otro de los acontecimientos que marca la historia de Sierra Espuña es la desamortización del territorio a mediados del siglo XIX. El monte pasa a manos privadas, perdiéndose el interés social de los bosques, que abastecían de leña, caza, pastos y otros bienes a los vecinos. En el siglo XIX el riesgo de riadas y erosión era más que palpable.  

Una sierra arrasada por el hombre

Calientes ya los ánimos en eso de repoblar se produjeron desastrosas avenidas como la de la Ascensión, en 1884; o la de la Feria, en 1888. Incluso repoblando ya en los montes de Espuña se sucedieron las de San Jacinto, en 1891; San Amos, explica Manuel Águila en el estudio Las Raíces del Bosque, publicado a comienzos de este año. Fue entonces cuando en 1888 se impulsa la creación de la Comisión de Repoblación de la Cuenca del Segura, organismo integrado entre otros por Ricardo Codorníu.

El ingeniero de montes mostró su desolación tras ver Sierra Espuña arrasada por la acción del hombre, que además suponía un enorme peligro para la población. «El día 19 de marzo del año 1889 subí a pie al Morrón de Espuña, que por cierto estaba nevado, practicando un reconocimiento en las vertientes del Guadalentín, y al descender atravesando la cuenca alta del Espuña, llamado río con harta exageración, no vi ni un pino ni una sola encina. Deduje, por lo tanto, que había que repoblarlo todo», subrayó en los Apuntes de la Repoblación de Sierra Espuña.

Pronto se puso en marcha y ya destinado a la Comisión de Repoblación de la cuenca del Segura fue partícipe directo en la repoblación de Sierra Espuña, una faraónica labor que sirvió para que con posterioridad se pusiera en marcha el Servicio Hidrológicoforestal a comienzos del siglo XX, que se extendió por todo el país. «Sierra Espuña había quedado privada del verde manto que antes la cubría, y sólo algunos manchones de pino se salvaron como por milagro. Entonces las aguas de lluvia se precipitaban por las laderas, asurcando profundamente el terreno y originando rápidas y devastadoras avenidas. Decididos a cortar el mal, durante veinte años se plantaron árboles declives y entre las ariscas breñas.

El que dirigía los trabajos sembraba a la vez en el corazón de cada obrero el amor al árbol y las ideas de rectitud y justicia: predicando sin cesar, con la eficaz elocuencia del ejemplo, y haciéndose amar y respetar de todos por su bondad y energía. Los árboles crecieron, formando espesos rodales, las aves las poblaron y la sierra se transformó en un paraíso».

Imaginación, innovación y escopetazos

Durante casi 12 años estuvo al frente de las duras labores de repoblar cerca de 5.000 hectáreas, supervisando los trabajos de construcción de caminos, sendas, puentes, diques y viveros, con la finalidad de asegurar el éxito de las siembras y plantaciones que se llevaron a cabo posteriormente. 

Los primeros trabajos en Sierra Espuña dieron comienzo en junio de 1891 con la construcción de los diques para «crear suelo en donde las siembras y plantaciones no pudieran ser socavadas en sus primeros años y hasta tanto que ellas por sí solas consiguieran la retención de tierras y evitaran las erosiones», escribe el ingeniero. La mayor parte de estos diques aún se conservan en la actualidad, muchos de ellos en magnífico estado y algunos hasta con carretera por encima (La Mezquita, El Aire, etc.).

Las cifras de aquellas labores preparatorios hablan por sí solas: 240 kilómetros de vías de comunicación (caminos y sendas), la mayoría de nueva apertura, pero muchos de recuperación de sendas tradicionales; 11 casas rehabilitadas o de nueva construcción para ingenieros, capataces, guardas y operarios; 2 almacenes para material y semillas, 144 kilómetros lineales de diques en ladera; 420.000 bancalitos entremedias de los diques; 2 grandes diques reguladores de avenidas; 7 viveros que ocupaban un total de 5 hectáreas y 1 balsa para su riego. Fue el de Huerta Espuña el primer vivero en acondicionar.

Tal fue su importancia que se le conoció como el Vivero Central de Levante. Sus 378 bancalitos se regaban con el agua procedente de dos balsas a través de 1.400 metros de canales y acequias. 

En sus cinco primeros años de vida fue capaz de suministrar 6 millones de coníferas y 850 mil frondosas. Mientras, el de Las Alquerías por ejemplo tenía como principal misión ser tendedero y secadero de piñas para la extracción de piñón. Pero el auténtico trabajo de repoblación tuvo lugar con el inicio de las primeras siembras y plantaciones, que en muchas zonas se hacía paralelamente a la construcción de diques y trenques.

Las especies que durante esos años fueron objeto de repoblación se distribuyeron del siguiente modo: el pinar fue el elemento básico (lo cual hoy se puede apreciar perfectamente) y se hizo principalmente de pino carrasco desde los 260 hasta los 700 metros de altitud, de carrasco con rodeno o negral entre los 700 y los 1.300 y desde los 1.000 hasta los 1.500 se simultanearon negral con salgareño o laricio, indica el propio Águila en el estudio antes mencionado. Para tal menester puso en marcha criterios ecológicos y sostenibles, cuando nadie hablaba de estos conceptos. 

La plantación se realizó a lomos de mula y partiendo de los viveros antes mencionados y preparados sobre el terreno, utilizando semilla de planta local; para sitios inaccesibles disparaban piñones con escopeta. 

Resultó curioso el método para sembrar en sitios inaccesibles: a trabucazo limpio, es decir, metiendo semillas por el cañón del arma y disparando en la dirección adecuada. De un modo u otro las siembras directas en el monte tenían un gran problema: más del 90% de las semillas eran devoradas por pájaros, hormigas y en menor proporción, en aquellas descarnadas cumbres, en sus ásperos declives y entre las ariscas breñas. 

La repoblación duró 12 años, y en los 20 años siguientes el paisaje de esta Sierra cambió radicalmente, por lo que en 1931 se declaraba Sitio de Interés Nacional. «Serían los trabajos que se efectuarán -en la repoblación de Sierra Espuña- altamente beneficiosos, ya que en dicha sierra nacen los manantiales que riegan los productivos viñedos de Alhama y los incomparables huertos de naranjos de Totana y por el gran valor que allí tiene el agua para riego. 

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