EL PASICO DEL APARECIDO / OPINIÓN

De chaperos y prostitutas

30/10/2021 - 

CARTAGENA. En su novela El Giocondo, de 1970, el finado Francisco Umbral exploró el mundillo de la prostitución masculina, a la que solemos prestar menos atención que a la femenina. En ese contexto, introdujo la diferencia entre los chaperos de "pistilo largo" y los de "pistilo corto", la metáfora sobre el pene más original que el Aparecido leyó nunca. Por su parte, los griegos de la Antigüedad, grandes escultores y arquitectos, consideraban de buen gusto los genitales masculinos pequeños, signo de elogiable moderación, despreciando como indeseable priapismo los de mayor talla. Nada hay más consolador para cualquier varón con dudas sobre su tamaño que contemplar la estatua del dios del comercio, Hermes para los griegos y Mercurio para los romanos, que luce su diminuto pistilo en el recibidor de la Cámara de Comercio de Lorca (ni se les ocurra desplazarse a la vecina Águilas a mirar el del Ícaro que preside el puerto porque podrían desmoralizarse).

Aun siendo magnífica la similitud fonética entre pistilo y pilila, no anduvo fino en Botánica el maestro Umbral, pues el pistilo es el órgano femenino de la flor, que se prolonga en un estilo que acaba en el estigma por el que entran los granos de polen. Más correcto habría sido hablar de estambres largos y cortos; en efecto, hay plantas con dos tipos de flores, unas de pistilo largo y estambre corto y otras de pistilo corto y estambre largo, heterostilia determinada genéticamente que dificulta la autofecundación, evitando así las posibles consecuencias perjudiciales de la endogamia.

"LUCHAR CONTRA LAS MAFIAS DE LA PROSTITUCIÓN ES UN IMPERATIVO MORAL Y POLÍTICO DE PRIMER ORDEN"

Trataba, pues, en su novela Umbral dos temas muy sugerentes, la endogamia y la prostitución, que la mayoría de las sociedades y las religiones han regulado prolija y severamente. En general, ha predominado la prohibición de los matrimonios consanguíneos en línea vertical (entre progenitores y sus descendientes), pero se suelen permitir entre primos. Con frecuencia también se ha prohibido el adulterio y las relaciones sexuales con parientes no consanguíneos, como cuñados, yernos, nueras y suegras, lo que sugiere que estas regulaciones perseguían un objetivo de estabilidad social más que de tipo genético. De hecho, Levi-Strauss llegó a postular que el tabú del incesto se debió a la conveniencia de establecer parejas entre tribus distintas para mejorar la colaboración, política que las monarquías solían practicar y que los españoles se tomaron muy en serio, mestizándose con todas las poblaciones indígenas con las que estuvieron en contacto.

Foto: EDUARDO PARRA (EP)

Mientras que los debates sobre la consanguinidad han decaído en las últimas décadas, el de la prostitución, en la que ya parece anticuado distinguir entre la masculina y la femenina, se ha reavivado en España por dos motivos. En primer lugar, la ministra Irene Montero ha introducido en su ley del "solo sí es sí" la idea de penalizar el negocio de alquilar habitaciones para practicar la prostitución, pena derogada por un ministro de Felipe González para no perjudicar a las rameras. Curiosamente, el grupo de los Comunes, aliados de Podemos, se opone a esa penalización por el motivo ya señalado y porque dificultaría la distinción entre prostitución forzada y voluntaria, un tema que tradicionalmente ha dividido al feminismo. En segundo lugar, en el congreso que acaba de celebrar en Valencia, el PSOE ha anunciado que abolirá la prostitución, objetivo que comparte el PP, pero no Cs, partidario de regularla, como buenos liberales, aunque paradójicamente coinciden en eso con los afines a Colau y también con los de Errejón.

Solo hay unanimidad, y el Aparecido se suma encantado, en perseguir con saña a los tratantes y a los proxenetas, que esclavizan a las izas, cometiendo el grave delito de atentar contra la libertad de esas personas, a las que además explotan y maltratan. Luchar contra las mafias de la prostitución es un imperativo moral y político de primer orden.

Otra cosa es el debate entre abolir y regular la prostitución voluntaria. Se han aportado dos argumentos para abolirla: que resulta degradante para cualquier mujer tener que vender su cuerpo y que, en realidad, ninguna prostituta ejerce voluntariamente, sino siempre obligada, aunque solo sea por su necesidad de subsistir. Nada de eso resulta convincente para las portavoces de las interesadas, entre la cuales destaca la mejicana Linda Porn, quien, en una reciente entrevista a La Opinión de Murcia, ha tildado Linda a los abolicionistas de putófobos. Ese neologismo acaso llegue a popularizare tanto como el de aporofobia, u odio a los pobres, que ideó Adela Cortina, catedrática de Ética de la universidad de Valencia (curiosa coincidencia).

Afirma Linda que la prostituta no vende su cuerpo, sino que con él presta un servicio, como hacen tantos trabajadores en otros campos de actividad. En efecto, el jornalero que coge melones en el campo de Cartagena, o el albañil que pone ladrillos en una obra de Molina, están alquilando sus capacidades corporales a cambio de un salario, de forma similar al de cualquier mujer que emplee su anatomía para satisfacer las demandas sexuales de su cliente, el putero de turno. Era lo que Marx llamaba vender la fuerza de trabajo, siendo la única diferencia entre los jornaleros y las putas que solemos otorgar a los órganos sexuales una valoración distinta a las otras partes de nuestros cuerpos, lo que es un asunto meramente cultural, sin base biológica alguna. Como decía Woody Allen, "el cerebro es mi segundo órgano favorito", pero para muchos, que tienen menos materia gris que el cineasta, es obligadamente el primero. Bueno pues, según los especialistas, el principal órgano sexual del cuerpo es el cerebro.

"¿Por qué es más fácil contratar una prostituta que un fontanero o un camionero?"

Prosigue Linda afirmando que de camarera decidió meterse a puta porque ganaba más dinero y gozaba de un horario laboral menos amplio, lo que le permitió dedicar más tiempo a cuidar y educar a su hija. Eso invita a plantearse algunos interrogantes. ¿Por qué es más fácil contratar una prostituta que un fontanero o un camionero? ¿No será porque, después de todo, las condiciones salariales y laborales de las primeras les resultan ventajosas a las que lo eligen? ¿No sería preferible, como exige Linda, dotarlas de los mismos derechos que a los demás trabajadores del sector servicios, como si fuesen autónomas? ¿Por qué privarlas del derecho a sindicarse, a cotizar con vistas a una pensión, o a pasar revisiones de salud laboral, cosas a las que cualquier funcionario accede sin dificultad? ¿No sería equivalente, como dice Linda, castigar a los puteros a multar a los que entren a comprar a un supermercado o se presenten en la consulta de un dentista? ¿Es inhumano el servicio que prestan a personas discapacitadas condenadas a carecer de vida sexual sin sus servicios, toda una especialidad del ramo?

Queda finalmente el segundo y crucial tema de la libertad para prostituirse y la de dejarlo cuando convenga. Según los abolicionistas, el 95% de las prostitutas lo harían forzadas; según las lideres de las prostitutas, más del del 90% ejercen porque quieren. Mayor contradicción no cabe. Si el dato de los abolicionistas fuese correcto, paradójicamente no sería necesario prohibir la prostitución, sino que bastaría con erradicar las mafias de trata de personas, pues la prostitución restante sería residual; por el contrario, si llevasen razón las dirigentes de las putas, abolir la prostitución atentaría contra la libertad de personas adultas que estarían eligiendo una forma de ganarse la vida preferible, para ellas, a la de trabajar recogiendo lechugas o limpiando hoteles por un salario demasiado magro. Se sigue que la mejor manera de acabar con la prostitución sería crear tantos puestos de trabajo bien remunerados que a ninguna mujer le trajese cuenta prostituirse como modo de ganarse la vida. Y, mientras tanto, ayudarlas a subsistir y protegerlas de la explotación.

JR Medina Precioso

jrmedinaprecioso@gmail.com

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