MURCIA. Ha pasado por Murcia un estudio (set, le dicen también) de Radio Televisión Española que viaja por España haciendo lo que ellos llaman La Gran Consulta, lo que se traduce en preguntarle al público, durante unas pocas horas, sus preferencias televisivas y musicales. Para alcanzar su propósito y obtener los oportunos réditos propagandísticos, el mamotreto rodante fue aparcado en mitad de la plaza de Belluga, con lo cual, durante un par de días, la vista más fotografiada de la ciudad, con la Catedral al fondo, quedó imposibilitada a mayor gloria del Ente.
Y es entonces cuando me viene a la cabeza aquella extraña iniciativa, en forma de moción de la oposición municipal, que determinó que la presencia durante la Semana Santa de las tribunas desde las que el público (y las autoridades) contemplaba el paso de las procesiones estorbaba a la estética del 'marco incomparable', y forzó al Gobierno, entonces 'pepero', a eliminar el tradicional montaje. Un exceso que podría darse por bueno si no se contradijera con relativa frecuencia instalando otros estorbos bastante más evidentes.
"Suplió en Belluga a un mingitorio o urinario público, que hermoseó y aromatizó durante décadas tan emblemático espacio"
También recordé, mientras contemplaba el escenario rodante, que se situaba justo en el lugar que ocupó, antes de la peatonalización de la plaza, la fuente desplazada hoy a la puerta de la Escuela de Arte Dramático y Danza (antiguo Seminario de San Fulgencio), que a su vez suplió en Belluga, afortunadamente, a un mingitorio o urinario público, que hermoseó y aromatizó durante varias décadas tan emblemático espacio.
Y hace todo esto al caso, porque leía hace unos días la noticia de que se echaban en falta en Murcia lugares donde evacuar en caso de aprieto turistas y viandantes en general, sin necesidad de abonar a cambio una consumición en el bar más a mano. La historia, como podemos comprobar tantas veces en estos ayeres, se repite, porque esa demanda se hacía presente en letras de molde hace más de un siglo.
Y así, en el mes de abril del año 1914, los molineros del molino de San Francisco, del que se conservan en la actualidad unos muros reaprovechados como mirador en la bajada al cauce del río sita frente al Almudí, hacían notar a través de la prensa el abuso que venían padeciendo por parte de quienes habían hecho "de las inmediaciones de dicho molino, su entrada y cuesta, urinario público, de lo que resulta un espectáculo bastante indecoroso, para quienes salen y entran al Malecón y un hedor insufrible". Por tanto, rogaban al alcalde que remediara la situación mediante la instalación del oportuno mingitorio.
Pero ya los había desde antes, y habiéndolos, ya provocaban parecidos problemas a los que causa su ausencia: la falta de civismo y de limpieza en su uso. Por eso, el Diario de Murcia, en vísperas del comienzo de la feria septembrina de 1902, planteaba, entre otras demandas elementales para que los días de celebración transcurrieran correctamente, que se cuidara "especialmente, la limpieza de los urinarios públicos".
Porque, al final, todo es una cuestión de urbanidad, tanto si hay donde aliviarse, como si no lo hay. Y la prueba de ello la encontramos, por ejemplo, en El Liberal, cuando a finales de agosto del año 1919, en una misma columna, lamentaba tanto el uso que se daba a los urinarios existentes como a las calle escondidas que se empleaban para el mismo fin.
Uno de los que había en funcionamiento por entonces se situaba en la plaza de los Apóstoles, nada menos, y estaba adosado a los muros catedralicios. Aseguraba el periódico que "quedan pocas columnas mingitorias, pero las pocos son buenas… para intoxicar a toda una barriada" y se refería al "abandono, los hedores y las pestilencias" que emanaban del urinario. Y concluía: "Lo que más nos apena es que los forasteros que llegan a admirar la belleza artística de nuestra Catedral, protestan de no poder permanecer allí contemplando la célebre cadena de piedra que rodea la capilla de los Vélez".
A la vez, se denunciaba que la calle del Almudí, un callejón en el que se enmarca la desconocida fachada trasera del viejo caserón destinado hoy a Centro Cultural, "toda, desde la entrada hasta la salida, es un urinario público y concurrido. Pero como todos los urinarios de Murcia, sin agua y sin ninguna clase de limpieza".
Fue por ese tiempo cuando se abrieron los urinarios de la plaza de Belluga, que ilustran este artículo y que permanecieron en el centro del espacio más visitado de Murcia hasta la segunda mitad de los años 40. Pero aún les sobrevivieron otros. Recuerdo los que hubo en el lateral del Teatro de Romea sobre la calle de Echegaray, pero los últimos que fueron derruidos fueron los del jardín de Floridablanca, que se mantuvieron en pie hasta la primavera de 1970.
Su clausura y derribo era una cuestión de salubridad e imagen pública… hasta que una vez desaparecidos, se volvió a clamar por su vuelta. Lo hacía, sólo dos años más tarde el recordado periodista Pedro Soler desde las páginas de Línea. "Resulta que, actualmente, en la ciudad no queda ninguno de estos casi -o del todo- imprescindibles servicios públicos…Resulta que (los solares) se han convertido en urinarios públicos, ocupen un lugar céntrico o apartado…".
De todo lo cual deducía que "levantar los edificios, vallar los solares o no hacer necesidades personales donde no se debe son las tres soluciones factibles. Pero como la primera va para largo y en la tercera no confío, me inclino por la segunda. O por la cuarta: construir urinarios públicos".
Yo no confío ni en esa cuarta. No ya en que se construyan esas dependencias por las que ya se clamaba hace medio siglo, sino en que sirvan para contener a quienes usan indebidamente de cualquier rincón para aliviarse, como tampoco en que se conserven en las condiciones de limpieza e higiene adecuadas.
Ruth Lorenzo homenajea a las víctimas murcianas con la interpretación de 'Miedo', una canción que compuso en el confinamiento