MURCIA. Esta historia es uno de esos casos en los que la policía a día de hoy no tiene un veredicto claro ni sabe bien qué es lo que pudo suceder. Fueron unos acontecimientos que estremecieron a una pequeña ciudad costera de la Región de Murcia y del que todos sus habitantes participaron de alguna u otra manera. Algunos fueron investigados mientras que otros fueron cómplices de aumentar el misterio y la leyenda sobre lo que pudo suceder o no a mediados de los años cincuenta del siglo pasado.
Repasemos los hechos. El 14 de enero de 1956 en la Playa de Nares, en la localidad de Mazarrón, un pescador que regresaba de faenar como todos los días encontró los cuerpos sin vida de dos individuos, un varón y una mujer. La policía pudo identificarlos como hermanos, Julio y Luisa Pérez. Él, de 47 años y ella, de 62 años. Junto a los cadáveres aparecieron tres copas vacías junto con una carta en la que, al parecer, se indicaba a quién dejaban su herencia porque ellos se adentraron en un viaje del que nunca iban a volver. Entre los objetos que fueron rescatados de la escena del suceso había tres copas vacías, conteniendo dos de ellas veneno.
Al parecer las causas de la muerte fue el ahogamiento en ambos casos; un síndrome de inmersión provocada, tal vez, por la ingesta de algún tipo de veneno del que más adelante hablaremos.
Aparecieron vestidos con dos abrigos, ella uno de pieles –estando el resto de su cuerpo desnudo – y él uno de color gris. Dentro del abrigo de Julio apareció muy mojada su documentación junto a 1.700 pesetas (poco más de 15 euros), lo cual ayudó a identificar a los cadáveres. A los pocos metros de los cuerpos había un maletín, mojado y oxidado, con un periódico en su interior. Era un ejemplar de 'Nueva Rioja' del 30 de julio de 1953 en donde aparecía una noticia que hablaba de un suceso ocurrido en Valencia por el que un vendedor ambulante había muerto al tomar por error sales de acedera. Según los primeros datos la investigación se apuntaba a que este periódico estaba en su poder debido a que Julio renovó su DNI en la comisaría de Logroño.
Algunas hipótesis de trabajo se centraron en que esta noticia les dio una idea a los protagonistas de este suceso para con su muerte, indolora y rápida. Curioso fue comprobar cómo las marcas de las etiquetas de las prendas de vestir habían sido rasgadas para evitar su identificación. Y del mismo modo, cerca de los cuerpos, apareció una funda de gafas en donde la marca del óptico era irreconocible. Al parecer se quería evitar el rastreo de cualquier indicio que nos llevase a conocer algo de la vida de estas personas.
La investigación policial rápidamente descubrió que existía una tercera persona implicada de la que su cuerpo no había aparecido aún. Se trataba de Marina, de 52 años, hermana de los fallecidos, sobre la cual comenzaron a recaer todo tipo de historias y de leyendas para intentar explicar la ausencia del cuerpo. Se decía que ella era la que había envenenado a sus hermanos para cobrar su herencia, que había practicado con ellos algún tipo de rito –una especie de sacrificio humano– relacionado con el mal; que había huido con un galán inglés en un gran barco que días antes estaba fondeado en el Puerto de Mazarrón; e, incluso, se llegó a afirmar que su cuerpo descansaba en las profundidades de la costa de Mazarrón. Al año siguiente, en 1957 un chaval por aquel entonces, José María Moreno, quién a posteriori fue encargado del cementerio municipal de la localidad, afirmaba haber encontrado el cuerpo de Marina en el monte El Castellar, próximo a la zona. Este testigo era conocido por buscar popularidad y por crear historias y leyendas de la nada, hecho que le quitó credibilidad a su propio testimonio. Cierto es que en el año 1994 en ese cerro se hallaron restos óseos humanos pero no se pudo determinar si pertenecían a Marina u a otra persona. A día de hoy su cuerpo aún no se ha localizado.
La muerte de esta familia debió de producirse la noche anterior, el 13 de enero alrededor de las diez menos cuarto de la noche, hora en que se paró el reloj del hombre, aunque le quedaba cuerda para un rato. El agua salada había afectado al mecanismo. Uno de los primeros interrogantes que nos hacemos a la hora de enfrentarnos a esta historia es conocer a la familia, o al menos intentar rastrear sus pasos en la Región. Sabemos que desde el momento del suceso hacía pocos días que se habían instalado en Mazarrón.
Los tres hermanos eran solteros y vivían en La Rioja, en la ciudad de Haro. Era una familia algo extraña, sin apenas relaciones sociales y con una vida basada en su propio círculo familiar; hasta el punto de que nadie conocía detalles íntimos de la misma, ni sus propios vecinos. Era algo así como un clan cerrado formado por 4 hermanos, de los cuales, Consuelo – la mayor de la familia – fue la única que pudo desarrollar una vida ajena a los suyos. Hecho por el que fue defenestrada por el resto de sus hermanos. Según fuentes consultadas por el diario El Caso algunas personas aseguraban que Marina era la culpable de este carácter eminentemente endogámico, obligando a sus hermanos a desarrollar sus vidas apartados del mundo. Sabemos que Marina había estado en un psiquiátrico a consecuencia de unas crisis de ansiedad.
Procedentes de Logroño, hay noticias que los sitúan en Bilbao y después en Madrid. Hosteleros de profesión, pues sabemos que regentaban un el Hotel Higinia en La Rioja fruto de una herencia, al parecer habían probado suerte en alguna de estas ciudades antes de dirigirse a la Región de Murcia, en donde tras un laborioso trabajo de campo se pudo reconstruir el recorrido que habían realizado por la zona costera de Cartagena y Mazarrón.
Al parecer Julio tenía una enfermedad respiratoria y el motivo de viajar al sureste no era otro que el clima mediterráneo era favorable para la salud del hermano. Estando en la estación de Atocha facturan maletas con ropas y enseres para familiares en Burgos, así como una carta en donde se les indicaba que podían quedarse con los muebles de la casa de su ciudad natal.
Se averiguó que, junto con otra señora, habían llegado cuatro días antes desde Madrid, procedentes de Irún. La más joven era alta y algo gruesa. La otra, más delgada y con apariencia frágil. El acompañante tenía aspecto de persona fuerte.
Durante el trayecto al hotel preguntaron al cochero de la galera por las playas vecinas de mayor calidad. Les recomendó la de Cabo de Palos. Más tarde subieron a un autobús de línea que iba a dicho pueblo. Después regresaron en taxi a Cartagena, donde realizaron varias compras y, muy posiblemente, el veneno. Preguntaron al conductor del autobús por algún otro lugar de interés turístico y fue entonces cuando éste les indicó Mazarrón.
A la jornada siguiente fueron en taxi a dicha localidad costera. Las dos señoras se apearon ante una vivienda en donde se alquilaban casas para turistas. En la misma puerta la más joven habló con una mujer sobre las características de las residencias y condiciones de arrendamiento. Tras manifestar que le gustaba lo ofrecido, se despidió quedando en que regresarían para quedarse una larga temporada.
Según Juan Rada al anochecer volvieron a Mazarrón de nuevo en un taxi, el de Rafael Rivas, la última persona que ve a los hermanos con vida. Antes de llegar pasaron un control de la guardia civil en donde les preguntaron a dónde iban, hecho que hizo a Julio enfrentarse después con Rafael ya que no entendía el motivo por el cual le había dicho la verdad a la benemérita. Durante el trayecto el hombre se mostró extraño y un tanto temeroso, mientras que la mujer más joven vigilaba con suma atención un maletín rosa que portaba encima, tras haberse negado a que el conductor lo depositara en el portamaletas junto con el escaso equipaje. Le solicitaron que llevara apagadas todas las luces del interior del vehículo. No hablaron ni palabra durante el trayecto. Cuando llegaron a la ciudad costera le pidieron al taxista que no pasara por lugares luminosos. Éste los dejó en el último punto al que llegaba la carretera que no es otro que ante el Hotel Bahía.
Este suceso provocó un vuelco en la opinión pública de todo el país. No había ciudad en donde no se hablara de los sucesos de los hermanos Pérez y, por desgracia, muchas personas colocaron Mazarrón y por ende a la Región de Murcia en el mapa. Tal fue la fama que adquirió que el periódico de sucesos El Caso enviaron a la ciudad portuaria a varios periodistas e investigadores para intentar aclarar lo que había acontecido. Se realizaron multitud de entrevistas a pescadores, taxistas, camareros y trabajadores de hoteles, sin poder aclarar más allá de las pesquisas que la propia guardia civil tenía entre manos. Siete páginas repletas de hipótesis con más preguntas que respuestas en donde desde todos los puntos de España los lectores de esta publicación lanzaban ideas al aire intentando dar una explicación a tan extraño suceso. Uno de esos lugares fue el Café Gijón, en Madrid, y entre esos lectores estaba Fernando Fernán Gómez acompañado de un amigo, quien miraba muy intrigado las páginas de este periódico. Entre ambos se lanzaron una apuesta de ver quién daba una respuesta racional al suceso.
A los pocos días le contaron esas idas a Luis García Berlanga, quien se puso rápidamente a redactar un guión. Ese trabajo fue una trama en torno a que los dos fallecidos habían matado por accidente a su hermana. Después, el novio de ésta, papel que fue protagonizado por Carlos Larrañaga, se vengó envenenándolos. El primer título de esta película fue El Crimen de Mazarrón, pero el Ministerio de Información no autorizó este nombre para no dañar la imagen turística de la ciudad. Por ese motivo se denominó finalmente El Extraño Viaje y se encontró con la censura en las salas de cine, en donde se estrenó seis años después de rodarla y fue un fracaso de taquilla.
A día de hoy existen bastantes interrogantes. ¿Por qué no aparecieron el resto de copas?¿Por qué éstas aparecen en una roca?¿Por qué eran tan celosos de ese maletín?¿Es posible que ese rito de despedida formara parte de algún tipo de sacrificio?¿O de algún rito de iniciación por parte de Marina hacia alguna secta? Y, ante todo, ¿Dónde está el cuerpo de Marina?
Podemos entender que la metodología para la recogida de restos y pruebas fuese deficiente por la época y el desarrollo tecnológico, pero de lo que no cabe duda es que a día de hoy sigue siendo un verdadero misterio esas 4 horas que pasaron desde que Rafael dejó a los hermanos en el Hotel Bahía hasta la muerte de los hermanos Pérez.
*Santi García es responsable de Rutas Misteriosas y autor del libro 'Murcia, Región Sobrenatural'