MURCIA. Un reciente reportaje en el diario La Verdad sobre la restauración de las vidrieras de la Catedral me pone sobre la pista de esta vistosa forma de cubrir los grandes ventanales en edificios históricos, como es el caso del primer templo diocesano.
Y la primera pregunta que surge viene referida a las razones por las que se afrontó la colocación de unas nuevas vidrieras en un inmueble de tan compleja y dilatada edificación en los primeros años del pasado siglo XX.
"un destructivo incendio arrasó la parte central del templo en la noche del 3 al 4 de febrero de 1854"
La respuesta nos remite al destructivo incendio que arrasó la parte central del templo en la noche del 3 al 4 de febrero del año 1854. Los principales bienes dañados fueron, en consecuencia, el retablo mayor, la sillería del coro y los órganos, que fueron paulatinamente sustituidos, pero hay que reseñar que el intenso calor que produjeron las llamas dio lugar al estallido de las vidrieras.
De modo que es fácil deducir que otros asuntos de mayor importancia y cuantía tuvieron prioridad a la hora de afrontar su reparación, y que las vidrieras serían sustituidas de forma provisional hasta que llegara el momento de poder afrontar la construcción de unas nuevas, verdaderamente artísticas y adecuadas a la categoría de una Catedral.
La autoría de las luminosas obras artísticas se debe a Casa Maumejean, una empresa fundada en Pau, localidad de sur de Francia, en el año 1860. Un anuncio de aquel primer taller rezaba así: "Manufactura de vidrieras para iglesias y oratorios, suministro de cuadros de lienzo, de estandartes. Ejecución de pinturas murales. Instalacion de toldos de lienzo y tela para apartamentos, que reemplazan ventajosamente a las persianas".
Jules Pierre Maumejean era hijo y nieto de pintores de loza, por lo que no es de extrañar que se convirtiera en un diestro pintor sobre vidrio. Los hijos del fundador continuaron la trayectoria artística del padre y fueron quienes trasladaron el taller a la famosa localidad de veraneo de Biarritz, cercana a la frontera española, en 1893.
Esa circunstancia propició los contactos con España y con la Corte de Alfonso XII y llegaron a convertirse en pintores vidrieros de la Casa Real y en autores de numerosos encargos, al punto de abrir taller en Madrid en 1898, como lo harían más tarde en Barcelona y San Sebastián.
Fue el taller madrileño de los Maumejean el que afrontó la elaboración de las vidrieras catedralicias, de la mano de un noble cortesano vinculado a nuestra tierra. Era este personaje caballero Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica y mayordomo de semana del Rey y respondía al nombre de Pascual Massá y Martínez, casado en 1887 con María del Consuelo Pía de Grassot de Cibat y Fuster, natural de esa localidad murciana y baronesa de Pujol del Planés.
Visitó el erudito escritor de asuntos históricos y tradicionales murcianos Pedro Díaz Cassou los talleres de Maumejean en la corte madrileña en el mes de abril de 1902, en compañía del barón de Pujol de Planés, y de aquella visita se derivó un extenso artículo publicado en el Diario de Murcia, del que se pueden entresacar algunos detalles de interés.
Explicaba el escritor que Pascual Massa tenía "la obsesión artística del mejoramiento de nuestra ciudad natal, y es, a un tiempo mismo, inspirador, propagador, agente y hasta poeta, de todo embellecimiento de nuestra antigua iglesia, Santa María la Mayor".
"Díaz Cassou atribuía la ausencia de unas vidrieras de calidad a que la Catedral murciana era aún un templo inconcluso"
Indicaba también Cassou que andaba centrado en el "pensamiento del Cabildo" y encargo de unas vidrieras de colores, y hacía seguro que el barón andaba más preocupado de si gustarían estos "mosaicos translúcidos que de su papel en las próximas fiestas palaciegas de la coronación de Alfonso XIII".
Díaz Cassou atribuía la ausencia de unas vidrieras de calidad a que la Catedral murciana era aún, en cierto modo, un templo inconcluso en muchos detalles: "Recorredla y veréis que las paredes del coro son provisionales, que lo son también más de un altar y de una capilla, que a la más rica de estas cubre improvisado techo, y por todas partes veréis construcciones que no rematan, ménsulas que nada soportan, doseletes sin estatua que cubrir...".
Massa preguntó a Cassou si aquel trabajo, que se había puesto bajo su supervisión gustaría en Murcia. "Sí, porque esto es bueno y bien hecho, y porque los murcianos más ignorantes en materias artísticas, tienen un instinto estético muy delicado".
Y añadía como en una ensoñación: "Yo cierro los ojos para ver nuestra Catedral después de colocados estos vidrios, no la veo en la plenitud de luz del mediodía, luz alegre, orgiástica bajo ese cielo, luz que no incita, sino que retrae de la oración, como observaba Castelar; la veo cuando la noche avanza, cuando la luz brilla todavía en las facetas del alto ventanal y la sombra impera ya abajo, en la nave, invadiéndola desde los rincones de las capillas, de donde parece que brota. Completo la ilusión al fingirme que suena la voz religiosa del órgano en las oscurecidas bóvedas, y allá arriba, en la torre, la voz del campanario que toca a la oración".
Aquella entrevista entre murcianos concluyó con dos frases: "¿Con que iremos a Murcia a ver puestas las vidrieras?", preguntó Pascual Massa. "Irás, barón, yo ya las he visto, las estaba viendo cuando me has hecho la pregunta", respondió Pedro Díaz Cassou, que falleció en Madrid, solo un mes después, sin haber vuelto a pisar su tierra murciana y, por supuesto, sin haber visto colocadas las vidrieras, que lo fueron en el mes de agosto.