como ayer / OPINIÓN

Cuando acaba bien el Rosario de la Aurora

16/05/2024 - 

37 años celebrando los sábados de mayo en Murcia

MURCIA. El próximo sábado volverá a las calles el Rosario de la Aurora, como lo ha hecho los dos anteriores de mayo, como lo hará el último del mes y como viene sucediendo desde el año 1988, cuando para sumarse a la conmemoración del Año Santo Mariano decretado por el Papa Juan Pablo II, la entonces recién fundada Cofradía del Cristo Yacente recuperó esta vieja tradición.

Y así, cada sábado de mayo, a las 7:30 horas de la mañana, un grupo de fieles y un pequeño trono con la imagen de la Virgen se citan bajo el evocador Arco de la Aurora para iniciar el rezo ambulante del Rosario hasta la Iglesia de Santo Domingo, la que fue de la Orden Dominica, propagadora de esta oración, donde concluye el acto con la celebración de la Eucaristía.

Llegados a este punto, conviene viajar a los ayeres vinculados a esta práctica piadosa para conocer algunos de sus antecedentes en una ciudad marcada desde el siglo XVI por la devoción al Santo Rosario y subrayada con la edificación de la Iglesia del mismo nombre, hoy anexa a la de Santo Domingo.

La oración del rosario tiene su origen en el siglo XIII, cuando la Virgen, según es tradición, se apareció a Santo Domingo de Guzmán, el santo español fundador de los dominicos, y le enseñó esta forma de orar, al tiempo que le pidió que la difundiera por todo el mundo.

"Durante 46 años, desde 1832 el rezo matutino del rosario desapareció de las calles"

El rosario fue arraigando entre órdenes religiosas, hermandades marianas y autoridades eclesiásticas, pero fue a raíz de la victoria naval de Lepanto, en 1571, cuando el Papa Pío V atribuyó el triunfo cristiano a la intercesión de la Virgen, e instituyó en ese día, el 7 de octubre, la fiesta de la Virgen de las Victorias, transformada después en la del Rosario, cuando el efecto multiplicador se puso de manifiesto.  

A partir de ese momento, cundió la devoción y la práctica, y el rosario vivió sus días de esplendor, convirtiéndose en una oración popular y trasladándose su rezo del interior de los templos a las calles, en especial en los meses de octubre, que le está dedicado, y de mayo, consagrado a la Virgen.

Los horarios de los rosarios públicos se ajustaron a tres momentos especialmente señalados del día: la aurora, el mediodía y el toque de oración, o lo que es igual, el anochecer. Y de todos ellos, el rosario de la aurora comenzó a ser el más concurrido, ya que a su finalización se celebraba una misa, lo que unía la devoción con el sacramento.

El auge de los siglos XVII y XVIII se quebró con la llegada del XIX, plagado de guerras, disturbios sociales y leyes desamortizadoras de los bienes eclesiásticos, que dieron al traste con muchos conventos y con no pocas tradiciones piadosas vinculadas a los mismos. Y una de ellas fue la del Rosario de la Aurora, que tenía como referente el templo de los dominicos.

Durante 46 años, desde 1832 en que salió por última vez, el rezo matutino del rosario desapareció de las calles, para volver a ellas en el amanecer del domingo 20 de octubre de 1878. 

Según el diario La Paz, "una concurrencia, mayor que si hubiera sido a hora cómoda", acudió al Rosario de la Aurora, que concluyó en el templo de Santa Ana, residencia de las monjas dominicas, colmado de fieles a pesar de la temprana hora.

Eran las tres cuando por la plaza de Santo Domingo, abriéndose paso difícilmente entre la apiñada multitud, se veía el antiguo estandarte de los Auroros, acompañado de los faroles. Seguían luego procesionalmente y rezando el rosario, dirigido por un hermano, una porción de individuos de esta hermandad, formando el cortejo que precedía a la preciosa imagen de Nuestra Señora del Rosario, "colocada sobre un lindo templete adornado con profusión de flores y luces, y cercada de una porción de farolillos de forma de estrella cuya movilidad hacia graciosísimo efecto, en el oscuro fondo en que se percibía este delicado grupo".

"el Papa León XIII vino a reforzar la devoción otorgando indulgencias a los devotos de la Aurora el 5 de julio de 1887"

Los rosarios siguieron celebrándose, de octubre en octubre, y el Papa León XIII vino a reforzar la devoción a la piadosa práctica otorgando indulgencias a los devotos de la Aurora el 5 de julio de 1887. Nada extraño en un pontífice especialmente devoto y propagador del Santo Rosario a través de sus encíclicas y documentos papales. De hecho, se calculan en unos 22 los documentos suyos, mayores y menores, al respecto.

El Rosario de la Aurora volvió a centrarse en Santo Domingo, su lugar original, de la mano de la Archicofradía allí erigida y de los jesuitas, a raíz de que se hicieran cargo del culto en el antiguo templo dominico, a partir del año 1886. Y fueron los jesuitas una de las órdenes religiosas más vinculadas a las Santas Misiones, que aunque se vinculen en la memoria con la recristianización de España después de los años de la II República y la Guerra Civil, durante el siglo XIX y las tres primeras décadas del XX ya se fomentaron como respuesta al proceso de secularización impulsado por la aparición del liberalismo, primero, y del republicanismo y el socialismo, más tarde.

Y dentro de las prácticas habituales de estas misiones populares estaban los sermones matutinos, las catequesis, confesiones y comuniones multitudinarias, visitas a centros como escuelas, hospitales o cárceles, procesiones o vía crucis y, desde luego, los rosarios de la autora, para iniciar con buen pie el día.

Como muestra de ello, una referencia a las Santas Misiones celebradas en Murcia en octubre del año 1921, con los templos de Santo Domingo y San Andrés como referencias. Se aludía en las crónicas de la prensa a la "extraordinaria concurrencia de fieles" así como a las "muy numerosas" comuniones generales celebradas el domingo en las dos iglesias, pero también se incidía en que todas las mañanas salió el Rosario de la Aurora, al que acudieron "infinidad de fieles".

De modo que aquellos rosarios, y los que en la actualidad celebra la Cofradía del Cristo Yacente, acababan y acaban muy bien, a diferencia de aquél al que hace referencia el dicho popular, aludiendo a los incidentes ocurridos cuando dos rosarios madrugadores concurrieron en una calle estrecha y acabaron, por una cuestión de preferencia de paso, a farolazos.


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