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COMO AYER / OPINIÓN

Crónica apasionada de una semana de 10 días (II)

14/04/2022 - 

MURCIA. Ciertamente, una cosa es anticipar sentimientos, vivencias que van producirse y que se intuyen intensas, y otra bien distinta es el relato de lo acontecido en los primeros días de una Semana Santa que vuelve a serlo en todo su esplendor, al margen de que los cofrades se vean obligados a guardar unas mínimas precauciones ante una pandemia que no acaba de marcharse, por más que lo índices actuales de afectados resulten asumibles.

Todo ha sido más de lo que uno esperaba. Mucho público, mucha participación, mucho orden… y muchas emociones desde que a las siete en punto de la tarde del pasado viernes, con exquisita puntualidad, se abrieron las puertas de San Nicolás. Cuando escribo estas líneas, la amenaza de lluvia para el Miércoles Santo es más que preocupante, pero en primavera nunca se sabe, y la fe nazarena no sólo mueve montañas, sino también borrascas.

Pero volvamos a nuestra crónica de la semana más larga y más santa del año, la que comenzó el Viernes de Dolores y concluirá el Domingo de Pascua. Y nos quedábamos absortos ante la hazaña de colar a la sacrosanta mole de la Conversión del Buen Ladrón por las angosturas de Sociedad, como paso previo a disponer el ánimo para afrontar el elocuente silencio que nos trae el Refugio desde San Lorenzo, recibido este año con mudas saetas, hechas de fervorosas miradas, desde las celosías de Santa Ana.

A impulsos de cántico sacros, de pisadas sigilosas, de oraciones siseantes, el crucificado avanza solemne rompiendo la oscuridad con el resplandor que envuelve su figura dolorida, cubriendo con su sombra las fachadas, iluminando sutilmente los corazones, en un recorrido tan breve como intenso, tan fugaz como profundo.

Y aún parece oírse a lo lejos aquella campana que marcaba el caminar del paso plateado, cuando otros repiques, que anuncian el amanecer, nos convocan a la mañana de Salzillo. Es Viernes Santo, el día culminante del sacrificio narrado por la gubia barroca y espiritual de Salzillo; de la Pasión hecha arte itinerante; de callada devoción hacia el venerable Nazareno y sentidas expresiones de amor filial hacia la Dolorosa.

Primitivo paso del Resucitado, obra de Venancio Marco, destruido en 1936

Es, la de esa mañana singular, cita inexcusable con las esencias de la tradición nazarena, reproducción anual de una puesta en escena dieciochesca que devuelve a la ciudad a los días de su máximo esplendor, cuando configuró en gran parte su ser y su forma de vivir y sentir la Semana Santa, y serán, precisamente, los rincones más castizos de la ciudad donde la larga procesión morada se revista de autenticidad y sabor a siglos, como en el largo desfiladero de San Nicolás, calle de la Amargura murciana en la mañana de Salzillo.

Por la tarde, todo está consumado. Y nuestros pasos han de encaminarse este año, más que nunca, hasta las puertas de San Esteban, de donde partirá, a las seis y media de la tarde, la procesión de la Misericordia, tras haberlo hecho por última vez en el lejano año de 2010 y haber sacado su cortejo en todo este tiempo desde San Antolín.

Vuelve el señor de la marfileña y exquisita anatomía al templo que lo custodió desde el siglo XVI, cuando el hermano Domingo Beltrán compuso una de las joyas más desconocidas de nuestro extenso y valioso patrimonio, y asistiremos de nuevo a la salida del espectacular Descendimiento enmarcado en la portada renacentista donde se lee: "Al nombre de Jesús, toda rodilla se doble".

Con la tarde entrada en fuertes sensaciones nazarenas, hay que ir en busca de la antañona Cofradía de Servitas para deleitarse con ese paso desbordante de salzillismo que es la Virgen de las Angustias, donde no sabe uno si causa mayor asombro el desgarro de la Madre, ojos vueltos a lo alto buscando respuestas en la fe, o el cuerpo inerte del Redentor, de delicada talla y excepcional policromía. Componen ambos una de las obras más acabadas y hermosas de nuestro escultor, y dan cumplida réplica al muestrario matutino, que parecía imposible emular.

Cierra la jornada, que arrancó con el clarear del día, una procesión tras otra, el solemne y elegante Entierro de Cristo, que gira en torno al Sepulcro surgido de la maestría contemporánea e innovadora de Juan González Moreno. El cuerpo esbelto de ese Jesús para el que posó un goleador murcianista, es la expresión patente de todos los padecimientos sufridos, el resumen elocuente de la Pasión. Y en torno a él se agrupan María, San Juan y Magdalena, doloridos y absortos, mientras José de Arimatea y Nicodemo cumplen con la piadosa función de depositar la preciada carga sobre la fría losa.

Estrenará el extenso cortejo, que acumula once pasos entre las tres cofradías, un serpenteante itinerario de regreso por las estrecheces de Puxmarina y Sociedad, donde se vivirán los últimos suspiros de la jornada más larga de estos diez días de procesiones.

El penúltimo eslabón de la cadena semanasantera es el Sábado Santo, el día del luto y la soledad, pero también de la esperanza en que se cumplirá lo anunciado, en que la vida triunfará sobre la muerte. Y las horas que preceden a la Vigilia Pascual vienen marcadas por dos silenciosas procesiones que propician la meditación en las horas de la tarde y del anochecer.

Va por delante el Rosario Doloroso de la Caridad, que en este día deja el corinto para asumir el negro como color identificativo y porta a una Virgen genuflexa, orante y lacrimosa. Y después llegan el Cristo Yacente y Nuestra Señora de la Luz en su Soledad, que resume en su advocación todo el sentido de la jornada, que alumbra nuestra fe y nuestro camino cuando todo parece perdido, cuando el Señor yace en el Sepulcro. Nazarenos blancos marcan el sendero, y cuando el cortejo se asoma a la plaza de Santo Domingo a través del Arco, parece un anticipo de la gloria que está a punto de llegar.

Y lo hace unas horas después, cuando el amanecer más gozoso se asoma por Santa Eulalia y Cristo emerge victorioso del sepulcro, tal como había predicho, porque esa multitud de penitentes portando cruces y cirios, cargando los tronos sobre los que se muestran las escenas pasionarias; todo ese dolor y esos padecimientos; encuentran su justificación en un luminoso Domingo de Pascua, en el que la juventud, el colorido, las fragancias primaverales y las músicas festivas dan por completado el ciclo del amor, del dolor y de la vida en una Murcia que habrá vivido, un año más, una Pasión sorprendente.

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