MURCIA. La palabra criminalización se ha convertido en una coletilla en el contexto Mar Menor con la que unos dicen ser criminalizados o bien criminalizan a otros, y vuelta a empezar. Los que hacen esta acción al parecer son quienes protestan por la producción de vertidos que impactan en el ecosistema y piden medidas en origen, independientemente de las del final. Entendamos, pues, que todo bicho viviente de nuestra especie al que se le ocurra decir que quien contamina debe pagar y cambiar su modo de producir está criminalizando.
Politización es otro término en boga que comparte con el anterior protestar contra la producción de vertidos con el añadido de que este incluye los ejecutivos con competencias en materia, como si los valores medioambientales y la lógica estuviesen regidas por un color político.
Ambos vocablos son puestos en circulación por los sectores afectados y los ejecutivos contemplativos. ¿Y cuál es la finalidad? Probablemente que nadie mueva un dedo, cambie lo que a todas luces no funciona, no proteste y haga incluso palmas con las orejas. Con el ánimo de no criminalizar ni politizar, lo bien visto es mirar hacia delante añadiendo parches y dinero público sin atajar el problema de raíz. Su uso parece formar parte de una estrategia de quienes tienen responsabilidad directa, bien por sus acciones o bien por sus competencias. Así que el resto deberíamos darle al clic de la lucidez si no queremos convertirnos en una bolsa de anoxia teledirigida que saldría por Marchamalo nada más abrirse y se perdería en la mismísima raya azul.
"¿En serio alguien cree que los campos de golf aquí se mantienen como en la campiña inglesa, bajo el mismo déficit hídrico?"
Criminalizar y politizar traen a mi cabeza las recientes noticias sobre el caso Topillo, con novedades por todos conocidas: la existencia de desaladoras ilegales que empleaban agua de pozos perforados sin autorización en plan planta clandestina para regar campos de golf con el rechazo de nitratos, siguiendo la tradición, hacia el mismo Mar Menor. Según leí, esgrimen que solo se hacía "en ocasiones concretas de déficit hídrico". Teniendo en cuenta que hablamos de varios campos de golf en una cuenca deficitaria que recibe brutalmente el cambio climático, con incremento exponencial en la costa de viviendas y una agricultura intensiva, lo de "solo en casos de déficit hídrico" suena extraterrestre. ¿En serio alguien cree que los campos de golf aquí se mantienen como en la campiña inglesa, bajo el mismo déficit hídrico?
Al parecer todo estaba normalizado; la empresa que hacía desaladoras ilegales, la que perforaba pozos de un acuífero ya contaminado, el río de vertidos. El campo de Cartagena en modo queso Gruyere, cuando han dicho de clausurar lo ilegal continuando con el ritmo de producción y el brillo de los campos de golf, podría convertirse en un lugar de géiseres de agua cargadita de nitrógeno, fósforo y demás cosillas. La rambla de El Albujón evita ese nuevo atractivo turístico, los géiseres, y por allá ha ido un notario a certificar que es un vertido, por si alguien no lo sabía. Quizá para alguna de las medidas que se desean ejecutar es preciso un acta notarial que certifique lo que el Seprona y Medio Ambiente regional y nacional, ya saben desde hace muchos años.
Sin ánimo de criminalizar ni politizar, a mí me parece que lo ilegal, a fuerza de multiplicarse y no sancionarse, se hizo legal. ¿Y qué herencia tenemos los que calladitos debemos estar no nos digan que viramos a la izquierda, la derecha o nos hundimos en el centro? Zonas inundadas, casas abandonadas, problemas de dimensionado en depuradoras y de gestión de residuos, más estacionalidad, obra pública con la ilusión de domar las aguas después de desviarlas y contaminarlas, menor calidad turística ante la suplantación de nuestra identidad, etc.
"¿A qué espera el sector terciario de turismo, hostelería y comercio para abanderar la identidad del Mar Menor y promover el cambio?"
El manido modelo turístico de campos de golf y sol y playa de arenas kilométricas no contiene la raíz marmenorense, siendo insostenible y aniquilador de lo que de verdad sustenta la supervivencia. Cuando se habla de identidad de un lugar, o de una comarca, se hace desde sus orígenes y su cultura, no desde los novedosos sectores económicos. Valores como la producción de sal, la pesca, las explotaciones de secano, la navegación a vela, los pequeños huertos parcelados con muretes y en terrazas, los humedales naturales y sus rutas, la vida en los pueblos de vecindad y comercio local, los paisajes con sus especies silvestres y domesticadas características como reservorios de salud.
La identidad es la raíz que alimenta la vida, lo que permite luchar en la España rural contra la despoblación y el abandono, lo que nos hace buscar tras un año de pandemia, un turismo rural en el que encontramos personas y vínculos. ¿A qué espera el sector terciario de turismo, hostelería y comercio para abanderar la identidad del Mar Menor y promover el cambio? Son la pieza fundamental, el del máximo PIB, el único sector que se mira de orilla a orilla de nuestro Mar Menor, y está adormecido sin reconocerse.
Hablando de identidad, caigo en la cuenta de que gracias a la extraordinaria labor que realiza la Sociedad Geográfica de la Región de Murcia a favor de la cultura, el patrimonio y la historia que posibilita la transferencia de conocimiento en nuestra sociedad, en breve tengo una conferencia sobre el Mar Menor. Espero acordarme entre todo este drama y toda esta desfachatez, de no criminalizar ni politizar sin perder un ápice de mi libre y propio criterio.
Celia Martínez Mora
Investigadora