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EL GATO EN LA TALEGA / OPINIÓN

CODA, por fin

5/04/2022 - 

MURCIA. Las películas suelen ayudarnos a desconectar, soñar e incluso a aprender. En muchos casos, las historias reales superan a las de ficción, como también superan los libros los filmes en los que se basan. Intento no ver películas de las que he leído el libro para evitar la desagradable sensación de vacuidad que me deja. Tampoco me gustan demasiado los remakes, pero en el caso de CODA: los sonidos del silencio, he hecho una excepción por razones obvias.

"Es imposible que una persona sorda y sus hijos e hijas oyentes vean esta película sin asentir, llorar, reír, sonreír y descubrirse en la gran pantalla"

Vi La Familia Bélier en su momento, además de por la temática, porque me gusta mucho la comedia francesa. La versión americana, sin embargo, tiene un plus incontestable: trabaja con personas sordas. Y aunque la interpretación de los actores y las actrices oyentes en la versión francesa es buena, el compromiso de accesibilidad, visibilidad e identificación ha dado un paso más en esta nueva entrega. Quizá para una persona oyente no exista más que una sutil diferencia si se traduce en calidad interpretativa, pero hay un abismo para la comunidad sorda: para nosotros se trata de encontrar espejos y reconocernos. Es imposible que una persona sorda y sus hijos e hijas oyentes vean esta película sin asentir, llorar, reír, sonreír y descubrirse en la gran pantalla. Y esto tiene un valor que no solo merece los premios, sino que mediante ellos se muestra esa otra realidad.

Es verdad que pueden recogerse situaciones demasiado preparadas con la intención de emocionar al público oyente. Situaciones que narradas de un modo más sutil serían igualmente percibidas por las personas sordas signantes, como algunas escenas del concierto. Pero otras, como las reuniones con oyentes haciendo la hija de traductora, el núcleo familiar inviolable como pacto de unión y supervivencia, la sorpresa de los padres al comprender, la de la hija al liberarse, son una realidad. La imagen de Troy Kotsur con sus manos sobre las cuerdas vocales de su hija son la única verdad posible para sentir la voz más allá de los falsos oyentes tecnológicos. Son tantas cosas en lenguaje visual que es imposible transcribirlas a la lengua oral. Imposible literalmente. Y ahí está Troy con su artillería de comunicación visual, forjado en el teatro, trayéndome a la cabeza a los españoles The Maloes Show, una pareja de personas sordas que en tono humorístico pero real como la vida misma, con un simple sketch son capaces de reflejar el universo comunicador que nos habita.

"¿de qué están hablando LOS CRÍTICOS? ¿de sordomudos felices? ¿de situaciones fáciles? Porque leyendo estos disparates pienso desde luego en un fracaso colectivo"

A CODA la catalogan de película amable, sin el nivel pseudosesudo que reclaman los grandes expertos de celuloide. En España he podido leer artículos como el de Carlos Boyero para El País en el que expresa que CODA es algo así como "cine independiente sobre sordomudos felices". Luis Martínez, en su crítica de cine para El Mundo, comenta: "Imagino que es más duro (y también más interesante, cuidado) entrar al cine para asistir a la historia de un fracaso colectivo cierto y evidente que para disfrutar de un cuento de hadas", y la cataloga de película fácil. En serio, ¿de qué están hablando? ¿de sordomudos felices? ¿de cuentos de hadas? ¿de situaciones fáciles? Porque leyendo estos disparates pienso, desde luego, en un fracaso colectivo.

En resumidas cuentas, que muchos no se han enterado de nada. Ni de lo que es la comunidad sorda y su idiosincrasia, ni de que esta película ha sido premiada, entre otras cosas, porque venimos de una pandemia en la que los valores familiares y humanos, la sencillez de los cotidiano, o la superación del día a día, sin grandes dramas ni epopeyas, son los que unen y protegen a la sociedad. Y el cine es sociedad. No es una película denuncia, sino de contar lo que es una familia donde conviven personas sordas con oyentes, ligadas emocionalmente. Una película para hacer extensiva la realidad de estas familias al resto del mundo. Y si en el camino se dan cuenta de la inoperante accesibilidad para esta discapacidad y el esfuerzo personal de los CODA por esta falta, mejor. Se trata de ir al origen, como con las causas de contaminación de ecosistemas. Y el origen es la sordera, las personas sordas, su lengua muy poco difundida, los ausentes y pésimos servicios de subtitulado, la deficiente accesibilidad ante una discapacidad poco visible. Si tuviésemos una sociedad más formada al respecto, con un sistema educativo inclusivo para personas sordas y su lengua, con un respeto por parte de los promotores de tecnologías e implantes, los CODA sufrirían menos. No se trata de hacer un daño colateral innecesario.

En mi casa hay un CODA, que es mi hijo. Y sí es cierto que son personas especiales a la hora de comprender otro modo de comunicación desde que nacen. Pero mucho más allá de la lengua de signos, es que es una comunicación diferente, conceptual, intensísima. Necesitamos un mayor espacio físico de expresión, y estos niños y niñas CODA, una dosis extraordinaria de empatía y paciencia. Existen, y no son una treta para emocionar al público.

Yo misma soy CODA, sin serlo. Cuando un miembro de la pareja de personas sordas tiene la lengua oral más desarrollada, lo es. Haría falta una saga para mostrar las innumerables situaciones sin lógica, de supervivencia y superación que se dan. Afortunadamente, puedo asegurar que en este más difícil todavía es posible crear un mundo intermedio, aunque a veces no se oiga, ni se mire, aunque a veces se crea un matiz del mundo oyente que se encuentra en la misma superficie en lugar de comprender que hay una profundidad.

Celia Martínez Mora

Investigadora

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