CARTAGENA. El silencio tiene algo de paz, cuando es intencionado, pero emite un miedo inquietante cuando ese silencio se sabe impuesto. Una semana después, seguimos expectantes ante la pandemia que nos vino sin avisar, pese a que la crisis ya se había desatado meses antes en la otra punta del planeta. Pero estaba demasiado lejos. Así, de repente, Cartagena, la ciudad Trimilenaria, que siguió en pie durante las batallas entre Cartago y Roma, resistente durante la guerra civil, se quedó en silencio. Pocas situaciones inquietan más que una urbe sin vida. Incluso una como Cartagena, bulliciosa durante muchas horas del día pero que también tiene sus horas de paz en muchos barrios, especialmente durante la semana una vez que han cerrado los comercios.
Solo unos pocos transeúntes se asoman ahora por las calles, siempre con un destino fijado, bajo amenaza de multa. Es curioso como incluso en situaciones excepcionales como la actual, el ser humano sigue intentando bordear la ley, como si fuera un capricho del ‘papa Estado’ el confinamiento. Tiene que venir la policía y el ejército a recordarnos que la situación es de alerta para que seamos responsables, no ya con nosotros, sino con los que nos rodean. Y es así como ahora la única vida en las calles es la de las Fuerzas de Seguridad del Estado, velando porque precisamente la única existencia sea la suya.
Se agolpó la gente en los supermercados, carnicerías y farmacias en el primer día de confinamiento, como si el mundo fuera a cerrar al día siguiente, pese a que se había asegurado la apertura de tiendas de alimentación, farmacias y quioscos. Poco a poco, ha llegado la nueva rutina a nuestras casas, resignados a que el estado de alarma durará más de un par de semanas. Se adaptan los periodistas, que aceptan, esta vez sí, una rueda de prensa desde un plasma, se adaptan los comerciantes y tiembla la hostelería y el turismo, pilar importante de Cartagena. Llora el Puerto, con la mar en calma, esperando que vuelva el ir y venir de turistas, las terrazas llenas y el brillo del día a día. Hasta el tiempo se muestra gris, recién estrenada la primavera con una lluvia intermitente.
Ahora la vida se encuentra en las casas, con miles de actividades que hemos descubierto que podíamos hacer sin salir de las cuatro paredes del hogar. Se intensifica la convivencia, asoman los primeros conflictos, y se estrecha el lazo con familiares y amigos. Descubrimos que siguen existiendo las llamadas de teléfono, y que en algún lugar de la casa hay un teléfono fijo, que no depende de la cobertura ni de los megas contratados. Se colapsa el whatsapp de ofertas culturales para disfrutar desde el sofá junto a los mensajes de ánimo y las últimas noticias, teniendo que diferenciar entre bulos y reales. Ahora más que nunca, el papel de los medios, y la responsabilidad que deben ejercer para informar, se pone a prueba. Mientras, Cartagena sigue en silencio, esperando que vuelvan el ruido, las fiestas, las terrazas llenas y que acabe esta maldita pesadilla en forma de virus.