CARTAGENA. Así se titulaba una película argentina que vi casualmente hace años, y que me gustó. Pues con un sentimiento similar abordábamos la primera procesión marraja de esta Semana Santa comprobando el pronóstico del tiempo en el móvil y alzando la vista para mirar al cielo. Horas antes, los cofrades californios disolvían la procesión del Domingo de Ramos y desplegaban esa sabiduría que la práctica y el legado oral van dejando como recurso infalible cuando la lluvia decide caer sobre un desfile que ya abraza varias calles. El cambio climático es tal que la predicción meteorológica precisa de un reajuste en su metodología para acertar, mal que le pese a los seguidores del negacionismo.
Y llovió este Lunes Santo, cuando apenas acababa de comenzar la Procesión de las Promesas y el sudario del Jesús Nazareno se balanceaba con su paso inconfundible, mientras las gotas sueltas se transformaron en una fina lluvia. Nos costaba abrir los paraguas e incluso cogerlos al salir de casa, como si hacerlo fuese un mal agüero. Costaba, pero llovía. Siendo madre de un granadero marrajo, por descontado que no lo cogí y, como conozco al dedillo los vericuetos de las procesiones, en un suspiro pasamos de estar sentados en la terraza de un bar de la Calle Honda al mismo dintel derecho de la puerta de Santa María de Gracia, llegando a punto para la salida de este Tercio. Los aplausos que arreciaban al son de la cortina de agua, entre redobles y La Micaela, acompañaban un mensaje poco subliminal sobre a ver quién osaba meterlos dentro. Nuestro Hermano Mayor paseaba incesante con su túnica morada, rampa arriba, rampa abajo, contrastando opiniones en esos instantes en los que uno tiene la última palabra, y debe hilar fino entre cabeza y corazón. El caso es que la procesión seguía saliendo con sudarios y banderines cubiertos con plásticos y las capas vueltas para proteger los bordados. Asomaba el grupo escultórico que conforma el Santo Cáliz como algo de otro mundo, con cinco plásticos gruesos que bajo la luz y las gotas mostraban opacidad.
"No solamente se trata de tesoros de arte sacro de un bello patrimonio religioso, sino también cultural"
Viendo que la cosa fluía, rápidamente fuimos a la Plaza de San Sebastián, donde se dejaba una vía abierta sin sillas hacia Santa María a modo de atajo ante una posible disolución. Empleados municipales y policías insistían en mantener abierto el paso, pero los cartageneros y visitantes incidíamos en lo contrario, apelando al cese de la lluvia, que aminoraba. El baldosín gris con vetas blancas relucía como un espejo cubierto con una fina capa de agua. La Cartagena ecléctica nos envolvía asomados al barroquismo de la Calle Mayor, con el Gran Hotel en las espaldas y el camino dibujado hacia Capitanía. Es una ciudad inconfundible cuando alzas la mirada en estas calles, y más aún lo es si tiene un desfile pasional sobre ellas. El eclectismo arquitectónico en Cartagena es una forma de ser, un mix de estilos que se combinan de forma armónica con base al criterio del individuo, y nuestro criterio era en ese momento "no nos moverán".
Afortunadamente, el cielo dejó de llorar para regalarnos los instantes sagrados de belleza. Hay cosas que están hechas para enmudecer contemplando. Reconozco que no he podido disfrutar de una Semana Santa fuera de mi ciudad, ni bajo el griterío de las cuadrigas, ni bajo los Cristos sangrientos y las Vírgenes con ríos de lágrimas, ni en las procesiones extremadamente austeras, menos aún en las representaciones teatrales. En todos esos casos me falta un silencio lleno de belleza, ordenado, limpio, floral, intimista; un silencio que te trae la libertad del mar. Y en este contexto intemporal llegó La Piedad sin su corona, que es aún más hermosa, incluso a través de la cortina de material plástico que la envolvía. Y detrás, la calle de bote en bote con promesas, ruegos, fe y esperanza. Arraigada en la historia y la devoción, La Piedad sin corona luce en sus azules y verdes suaves sobre la luz de plata y gris perla, la reminiscencia de la mar, las cinceladas del arte.
"el Jesús sin flor que aguarda en la Lonja de Santa Lucía se transformará en un rosal encendido en el momento mágico"
En Cartagena la Semana Santa tiene un impacto económico brutal, porque es una manifestación profundamente arraigada en la historia y la identidad de la ciudad. No solamente se trata de tesoros de arte sacro de un bello patrimonio religioso, sino también cultural. La ciudad, que a veces llaman de provincias, es cosmopolita en su raíz y su evolución al contexto actual ha sido ha sido extraordinaria. Dos cruceros como edificios construidos sobre el puerto en una sola noche llenan de personas que recorren cámara en mano todos sus rincones, que se detienen para capturar instantes en los que la comunidad cartagenera, familias y vecinos compartimos, que quedan deslumbrados por la belleza y el ambiente.
Incluso es posible llevar consigo el espíritu encendido en la ciudad en estas fechas y dejarlo fluir en otras localidades. El Martes Santo, sin ir más lejos, el Tercio de Granaderos Marrajos participa en la procesión de La Piedad de San Pedro del Pinatar, y allí se viven unos instantes preciosos bajo el son del tambor y la corneta que traen un trocito de Cartagena a orillas del Mar Menor. El hermanamiento entre agrupaciones ha dejado un poso de fraternidad con muchos momentos de felicidad compartida. El pasacalles de retorno al lugar donde espera el autobús, en un pueblo que descansa, es una de las experiencias que prenden para siempre, las que forjan tras las bambalinas.
Estas líneas verán la luz cuando las nubes hayan pasado, quizá empujadas por el viento de levante, cuando yo esté inmersa en las trepidantes horas que van de las 00:00h del Viernes Santo al Domingo de Resurrección, en las que revierto en marraja sin remisión. Para entonces pocos rincones del caso antiguo quedarán sin pisar, el Jesús sin flor que aguarda en la Lonja de Santa Lucía se transformará en un rosal encendido en el momento mágico. Y el sábado toca meter el hombro para ir guardando en ese último desfile al caer la noche, todos y cada uno de los momentos queridos.
La forma de celebrar la Semana Santa en Cartagena refleja la idiosincrasia y las tradiciones de la ciudad, junto a su rica historia rica naval y militar. Es una celebración instintivamente cartagenera. Por eso cada año para mí es el mismo amor, por la ciudad, y la misma lluvia, la que nos hace superarnos y creer.