MURCIA. En uno de mis flashes observadores caí en la cuenta de que el mar de banderitas que se alza en el festival de Eurovisión es comparable con el que anima la campaña electoral. El espíritu que las hace ondear, en uno y otro caso, es capaz de unificar la masa porque está enraizado en la mismísima ensoñación. Las personas que asisten a un mitin o a la emisión del Festival de Eurovisión entran en un estado de euforia comparable al pico máximo que alcanzan los eurofanes españoles tras la actuación de Blanca Paloma sintiéndola ya ganadora, sin considerar que por más que uno se teletransporte, la realidad manda, y solo se trata del espejismo provocado por un estado de felicidad puntual. Ea, ea.
No soy muy eurofán, es imposible que aguante la totalidad del evento, sus presentadores, sus jurados, pero reconozco que en los últimos años sí me gusta ver algunas de las actuaciones que despiertan mi atención y me encanta extraer conclusiones de las diferentes respuestas y comportamientos sobre el lienzo europeo. En lo que sí he participado es en dos campañas municipales y autonómicas y sé bien el halo que envuelve a las personas que asisten a ellas, de ahí la comparativa que me ha venido a la cabeza. En ambos casos se genera una especie de trance que se desliza sibilino y es contagioso, como si las personas fuesen terminales. Hasta el punto de perder toda perspectiva, acunados por las arengas, las estudiadas frases y actitudes de los discursos, las puestas en escena, la música y la iluminación. Múltiples escenarios en municipios y pedanías que recogen pinceladas del lugar y el toque del uniforme corporativo de cada partido, como múltiples reuniones en lugares comunes para ver el festival europeo de la canción, ya sea en la plaza del pueblo con las familias, como con amigos en un cónclave más trasgresor.
Para dormir hay que pensar en cosas bonitas, que generen bienestar en una: ¡qué bonito sería y qué de bien funcionaríamos si las promesas hechas en la campaña electoral se ejecutaran una vez asumido el Gobierno! No importa que las propuestas de unos choquen con las de otros; de lo que se trataría en ese estado de felicidad global es de alcanzar el verdadero consenso mediante negociaciones que permitan ceder y ganar algo a cada parte. Incluso quizá sería genial que las elecciones fuesen cada dos años. Ya estoy viendo los ojos como platos y las bocas abiertas e incluso el desdén al leer lo de los dos añitos, ante la consabida idea de que "no da tiempo a ejecutar lo proyectado" o "es imposible sacar los proyectos importantes en tan poco tiempo". Lamentablemente, todo este pensamiento tiene muchos puntos de ser debido a la baja capacidad de negociar que existe en España. Porque si alguien está gobernando se supone que es para el bien común, con lo que, si en dos años no se ha concluido un proyecto beneficioso para todos, este tendría continuidad en el siguiente Gobierno.
Al final, en la competición juega un papel fundamental la llegada del mensaje. Los más efectivos, dada la gandulería mental predominante en un ambiente de banderitas y música, son aquellos en los que las personas receptoras comprenden sin esfuerzo y se asumen sin necesidad de comprobación porque conectan con el sentir más simple. El mensaje "estas pegado a mi como un tatuaje", que dice la canción ganadora en la voz de su hipnótica intérprete, comparado con "lagrimitas del Nilo, noches en vela" de nuestra profunda artista no llega tan sencillamente dentro de un enfoque internacional, no genera la conexión rápida y simple que impulsa las banderitas y los votos. Me abstengo a comentar aquí los eslóganes y mensajes de los partidos políticos siguiendo el consejo de Baltasar Gracián en su Oráculo manual y arte de la prudencia: "Lo bueno, si breve, dos veces bueno".
Está muy marcado en nuestra idiosincrasia ser muy de un equipo u otro, y nos va la marcha de la contraposición, la de lo mío es lo mejor simplemente porque es lo mío y ni falta que hace darle una vuelta. A pesar de ser quisquillosos entre nosotros, desarrollamos una probada solidaridad para los demás. "Llevas sangre, llevas oro. En el fondo de tu alma", dice el pasodoble en un mensaje subliminal visto desde aquí. También tenemos una memoria potente para las cosas buenas, mientras que las malas quedan adormecidas en la nana de la esperanza. La misma que cada año tendremos tras la actuación de España en Eurovisión. La misma que nos lleva querer creer en que las promesas electorales serán realidades.