No creo en la consigna “Cualquier tiempo pasado fue mejor”, pero en el caso del verano me tengo que rendir ante la evidencia. Lo de ahora son permisos penitenciarios comparados con aquellos tres meses de libertad condicional escolares. El paraíso en la tierra.
Ha sido cruzarme con la primera pandilla de playa y sin darme cuenta allí estaba yo con la mía propia. Una buscavidas más. Ibas cual Leónidas reclutando a los 300, recorriendo casa por casa, urbanización por urbanización averiguando quién había llegado antes que tú y los que faltaban. Por arma una toalla al hombro y por bandera la despreocupación. Mañanas de playa, juegos de palas, pelota y paseos de orilla infinitos. Luego mientras tu padre se echaba la siesta con tu madre o vete a saber, tú te dejabas embelesar por tu personal affair de sobremesa: KITT, el coche fantástico. ¿Recuerda esa sintonía? Sólo pensar en ella me teletransporto. Boquiabiertos nos dejaba Michael cada vez que solicitaba la asistencia de su fiel escudero a través de lo que ya se vislumbraba como un apocalíptico Smartwatch. No salíamos de nuestro asombro. ¡Bendita inocencia!
Por la tarde más: saltos desde las rocas, idas y venidas en bicicleta, Frigodedos, Dráculas, pipas, futbolín, beso atrevimiento o verdad en torno a fogatas imaginarias al atardecer. Pasada la puesta de sol, cuando la fría arena te calaba los huesos, a casa, ducha, bocata y largas caminatas a los pubs de turno. Al doblar la esquina no había cosa que llenara más de júbilo tu corazón que ver esa calle por donde sólo era posible atravesar pisando cabezas. Allí compartías minis de cerveza, que era lo más cool del momento. Ese fue nuestro civilizado botellón. Chavales como tú detrás de la barra ganándose un dinero para el invierno, a veces tú mismo de pincha en algún garito para asegurarte a la salida el calor del amor en un bar con la chati madrileña de turno, porque los madrileños eran mercancía fresca, los Mr. Marshall del verano.
Hasta que tu realidad se tropieza con una losa mal puesta en la acera y entonces te preguntas ¿Cuándo me he aburguesado tanto? ¿Fue con el primer sueldo? ¿Con la primera moto? ¿Cuándo he sustituido la fiesta de la espuma por el spa con burbujas de Möet? Eres tú, la misma que diste buena cuenta de lo difícil que es hacer el amor en un Simca 1000 (no sabías si lo que te estaba entrando era la quinta o qué), esa a la que ahora si no lo hace en una sábana de quinientos hilos no se puede concentrar porque se le irrita la piel. Aquella a la que el sol le tatuaba el bikini el primer día de verano, la misma que ahora se asegura una candidiasis crónica si se toma dos cañas en el chiringuito sin cambiarse el bañador húmedo. Ahora para programar una cena de amigos tienes que convocar agendas como si de una cumbre de la ONU se tratara.
Despojémonos de los trajes invisibles de ejecutivos que llevamos bajo nuestros bañadores de marca y dejemos a un lado las apariencias. Las vacaciones es tiempo de volver a los básicos: toalla, amigos y cerveza. Es la manera de asegurarse otro verano memorable aunque ya no sea salvaje. Sepan lo que he disfrutado reviviendo esos veranos de los 80 y terminar de escribir este artículo me supone la misma tristeza que cuando sabías que se acercaba el final, quisieras que no acabara nunca.
Gracias por su lectura.
Trinidad Guía Sánchez es Licenciada en Ciencias Económicas, Máster en Dirección y Administración de Empresas y Experta en Ventas.
@GuiaTrinidad Linkedin: Trinidad Guía