CARTAGENA. Preocupados por su posible extinción tras los sonados fracasos en las elecciones autonómicas de Murcia, Madrid, Castilla-León y Andalucía, andan los dirigentes de Ciudadanos (Cs) inmersos en un proceso de refundación para conjurar esa amenaza. Sus temores no son infundados. Ya antes desaparecieron otros partidos similares: Centro Democrático y Social (CDS); Partido Reformista; Unión, Progreso y Democracia (UPyD); Partido Democrático Liberal (PDL); Federación Progresista... Y eso que estaban dirigidos por personalidades de la talla de Adolfo Suárez, Miguel Roca Junyent, Rosa Díez, Garrigues Walker y Ramón Tamames, respectivamente. Sus fracasos no se debieron a la escasa entidad política de sus dirigentes, sino a que no acertaron con un programa adecuado para su momento político.
Como refleja el Decálogo que ha elaborado, la única seña de identidad consistente de Cs es su españolismo, en aras del cual Edmundo Bal, abogado del Estado, fue separado del proceso contra los dirigentes separatistas por negarse a rebajar el delito de rebelión al de sedición. Solo por eso, merece una medalla. Y fue gracias a ese españolismo que ganó Cs las elecciones autonómicas catalanas, aunque luego, grave error, Arrimadas no presentó su candidatura a presidir la Generalidad. No lo habría conseguido, pero habría dejado en evidencia que el PSC siempre ha preferido y preferirá a los separatistas.
"Es irrelevante prometer que seguirán dándose codazos con el bipartidismo"
Se quejan los de Cs que los pactos para gobernar en España del PSOE y del PP con partidos nacionalistas, como el PNV y la Convergencia de Pujol, han sido muy gravosos para la nación. Y llevan razón. Sin embargo, es ineficaz que siga pretendiendo ayudar ora al PSOE, ora al PP, a librarse de la dependencia nacionalista. Es inútil que se opongan a que vuelva el "asfixiante" bipartidismo, que "concede privilegios territoriales y no lucha contra la despoblación". Es irrelevante prometer que seguirán "dándose codazos con el bipartidismo". Y lo es porque Sánchez ha elegido un proyecto estratégico tendente a sobrepasar los límites de la Constitución en materia territorial y, congruentemente, ha fijado un pacto de apoyo mutuo con partidos directamente separatistas, como Bildu, IRC, Compromiso, etc. Las políticas de Puig en la Comunidad Valenciana y de Armengol en las Islas Baleares confirman que la tendencia a pactar con partidos separatistas no es un capricho de Sánchez, sino que está bien arraigada en amplios sectores socialistas. Como dice Bildu, los socialistas son un chollo para ellos. Recientemente, Sánchez se ha ratificado en que, en vez de pactar con el PP, prefiere "la mayoría de investidura", o sea Podemos y los separatistas. No es transitorio; es su estrategia, por más que el presidente manchego Page se oponga públicamente. Por su parte, Feijóo está tratando de establecer puentes con el PNV, a pesar de que Vox ya le ha avisado de que tendrán que elegir entre el partido de Sabino Arana, un racista rabioso, y el del Abascal.
En ese escenario que Cs trate de servir para evitar que hoy Sánchez y mañana Feijóo dependan de grupos nacionalistas está destinado al fracaso. Por voluntad propia, Sánchez persistirá en esa dependencia, mientras que solo una improbable mayoría absoluta, o el apoyo de Vox, librarán a Feijóo del PNV. La clave está en que los españoles no eligen directamente a su presidente de Gobierno, sino a unos diputados que figuran en listas cerradas y bloqueadas, lo que confiere una gran capacidad de influencia a grupos minoritarios, como PNV, IRC, Juntos por Cataluña y Bildu. Con menos del 10% de los votos en el conjunto de España, ese paquete de separatistas ejerce una influencia letal en la gobernabilidad nacional.
"Cs debe decidir si prefiere defender sus mejores principios o solo aspira a convertirse en una más de las minorías influyentes"
Un posible remedio sería modificar la legislación para instalar un sistema presidencialista en España, como lo hay en Estados Unidos desde siempre y en Francia más recientemente. De hecho, es lo que está proponiendo Meloni en Italia, y puede que gane las elecciones. En un tal sistema el presidente es elegido directamente por los votantes, lo que fulmina de raíz la capacidad decisoria de las pequeñas minorías. En la España actual, eso implicaría que la elección enfrentaría a Sánchez con Feijóo, sin que Rufián, Otegui u Ortuzar pudieran decidir quién presidiría el gobierno español. Y en nuestra región el dilema se daría entre Miras y Vélez, sin que los expulsados de Cs o de Vox pudieran decidir quién ocupa la principal poltrona en el Palacio de San Esteban. Se dirá que tampoco Cs podría decidir quién gobernaría, pero ese partido, a punto de extinguirse, debe decidir si prefiere defender sus mejores principios, conseguir que minorías políticamente viciosas dejen de mandar en la gobernabilidad, o solo aspira a convertirse en una más de las minorías influyentes. De hecho, coherentemente con su punto de partida radicalmente españolista, Cs es un partido bastante presidencialista en su estructura interna, así que ¿por qué no hacer propaganda en España y en sus autonomías del sistema, electoral presidencialista?
JR Medina Precioso