Que dice Adriana Lastra, cuyo currículum -aparte de la política- no nos habla de títulos universitarios, ni máster en derecho penal por más universidad que la de la vida y estudios ocasionales en Antropología Social, con dos stages en una panadería de Rivadesella, que sí, que los socialistas van a convertir en delito la apología del franquismo.
Como lo más seguro es que ella no lo haya hecho, acudo al diccionario de la RAE para asegurarme de que, como pensaba, la apología es el “discurso de palabra o por escrito, en defensa o alabanza de alguien o algo”. Y lo hago porque los ignorantes, ante las calificaciones que podemos usar quienes nos dedicamos a la palabra escrita o hablada, tienden a correr al diccionario de la docta institución y atenerse a él, olvidando la riqueza de matices, los significados coloquiales y la gloriosa amplitud de nuestro idioma, para acudir a la regañina, el amago e incluso la amenaza.
Pues bien, si alguien pretende llevar al Código Penal, convertir en delito o sea, la apología de lo que apetezcan en cada momento, sepan todos que no se está haciendo otra cosa que atentar contra uno de los derechos fundamentales contemplados en la Constitución española (en su artículo 20, para ser más exactos), cual es la libertad de expresión.
Y no es que me preocupe que ensalzar la figura de Franco o sus obras se convierta en delito, porque no me veo yo cometiendo tal. Pero que se comiencen a limar, por el lado que sea, los límites del derecho al que nos acogemos, de una forma u otra, todos y cada uno, me parece de una gravedad que hay que detener antes de que se convierta en un vicio del poder.
Apologías, miren ustedes, se hacen muchas, todos los días, de muchas cosas. Se hace apología de la homosexualidad hasta en el más insospechado espacio televisivo, en el que aparece siempre el gay de guardia. Lo respeto.
Se hace constante apología del feminazismo que, lejos de defender la igualdad entre sexos, clama por la supremacía femenina. Que me parecería incluso bien, por qué no, si eso no conllevara el ataque al varón por el mero hecho de serlo, o la aplicación de sesgados y demagógicos tópicos muy en boga, como eso del heteropatriarcado, que vaya usted a saber qué es.
Se hace apología de lo que se considera que son las “ideas progresistas”, aunque entre ellas se encuentre, al parecer, el de cercenar la libertad de expresión de quienes se desmarquen del pensamiento único. Apologías, todas, que no faltaría quien pudiera considerar tan perseguibles como la del franquismo.
Y no, no puede ser que un derecho fundamental como ése dependa de quién esté en el gobierno. Decía el periodista y político italiano Marco Pannella, líder del Partido Radical italiano, que “una de las grandezas -y servidumbres- de la democracia es que acoge en su seno incluso a quienes, no creyendo en ella, la denostan y vilipendian”. Y lo mismo pueden ser tardofranquistas, que populistas neocomunistas. Es lo que hay, pero no puede poner en riesgo nuestro derecho a opinar. Hasta ahí podía llegar la guasa.