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como ayer / OPINIÓN

Andamiajes catedralicios de ayer y hoy

28/09/2023 - 

MURCIA. En España nos referimos a la duración de las obras de El Escorial cuando queremos aludir a alguna empresa que rebasa con creces el tiempo razonable de ejecución. Pero no parece tan arraigado decir el más a propósito para este fin, ya que a poco que uno lea sobre el asunto, la inmensa obra arquitectónica de Juan de Herrera, encargada por Felipe II, fue despachada en el muy razonable espacio temporal de 21 años.

Una nadería si, en términos murcianos, lo comparamos con las de nuestra Catedral, cuya primera piedra se colocó por el obispo Fernando Pedrosa en los años finales del siglo XIV (1388), mientras que las obras de la torre-campanario no se remataron hasta cuatro siglos después (1793). Bien es verdad que el proceso constructivo se vio interrumpido en diversas ocasiones, y que la suma de nuevos elementos siguió después, tanto en el interior como en el exterior, pero lo cierto es que el aspecto global del conjunto se configuró a lo largo de esas cuatro centurias.

Claro que por estos andurriales murcianos llevamos camino de que, muy pronto, las célebres e interminables obras del Plan de Inmovilidad sean comparadas, en el decir popular, con las escurialenses o las catedralicias. Porque si en un punto de la ciudad concluyen, ofreciendo la realidad patente del lío innecesario al que han dado lugar, en otros se inician, o se reabren, o se reanudan. Y siguen los ruidos, los desvíos provisionales o definitivos, la eliminación o modificación de paradas de autobús por sorpresa… mientras crece la indignación ante el cúmulo de despropósitos.

Volveremos en próximos ayeres sobre esta fiesta de los sinsentidos, porque de lo que se trataba hoy era de hacernos eco de que la fachada de la Catedral, tan admirada por propios y extraños, ya se oculta de la vista de todos, porque el andamio inmenso que se alza para abordar su restauración, alcanza hasta la cúspide, el lugar donde se situó originalmente la efigie del apóstol Santiago.

Y, lo que son las cosas, hace 50 años justos, se hablaba y escribía mucho en Murcia sobre la necesidad de abordar la restauración de la Catedral, seriamente amenazada en su integridad, y en especial en la de dos de sus joyas arquitectónicas y escultóricas más importantes: las capillas de los Vélez y de Junterón.

Manejaban los técnicos, con el canónigo archivero y conservador del templo, Arturo Roldán, como portavoz, un presupuesto de 10 millones de pesetas, lo que supondría hoy la cantidad de 60.000 euros, aunque Roldán, conociendo que este tipo de gestiones no suelen ser ágiles, advertía de que esa cantidad crecería considerablemente con los retrasos.

El entonces director general de Bellas Artes del Ministerio, el onubense Florentino Pérez-Embid, elogiaba la labor y los desvelos del canónigo, al punto de afirmar que quisiera contar con un Roldán en cada catedral de España, y era el propio reverendo el que detallaba cuales eran las prioridades en aquél momento, del mismo modo que en el actual lo es la imponente fachada barroca.

La capilla de los Vélez, que comenzó a construirse en 1490 y que se terminó en 1507, estaba declarada Monumento Nacional desde el mes de marzo del año 1928, como reza un rotulación situada sobe la reja de acceso. En el exterior, las pomas del remate se desprendían y se caían, y en el interior presentaba una grieta de arriba abajo. Además, la cubierta amenazaba muy seriamente con desplomarse y arrastrar en su caída la maravillosa bóveda estrellada. Para completar el nefasto panorama, todas las vidrieras estaban rotas menos tres.

Las otras emergencias que quitaban el sueño al canónigo, autor de la ‘Guía de la Catedral y su Museo’ ese mismo año 1973, eran la Capilla de Junterón y el mal estado de obras de enorme valor como el retablo de Bernabé de Módena o el San Jerónimo de Salzillo.

El bello relieve pétreo representativo del nacimiento de Cristo que preside la capilla de Junterón se encontraba desde hacía tiempo afectado por el proceso de descomposición denominado mal de la piedra. Ni era nuevo el problema, ni tampoco la búsqueda de ayuda en la Dirección de Bellas Artes, pero lo cierto es que la necesaria intervención no se había producido. El problema afectaba también a la bella decoración exterior, que el lector puede reconocer en la imagen que ilustra estos ‘ayeres’.

Por su parte, el retablo de Santa Lucía, de Bernabé de Módena, del siglo XIV, y el San Jerónimo de Salzillo, una de las obras de plenitud del escultor murciano,  se veían afectados por la carcoma.

Bellas Artes comprometía la aportación de 7 millones de pesetas de los 10 necesarios para hacer frente a todas estas necesidades y a algunas otras de menos importancia en lo artístico, como el arreglo de cornisas, en general, y de las balaustradas situadas sobre los soportales de la calle de Salzillo (entonces dedicada al hijo y hoy al padre), pero sin disponer de los tres restantes no se produciría la aportación ministerial.

Unos meses más tarde, ya bien entrado el año 1974, el Ayuntamiento de Murcia acordaba contribuir con medio millón de pesetas a las obras de restauración.  Sumadas las aportaciones de la Diputación Provincial y el millón de pesetas de la Caja de Ahorros del Sureste, la que luego fue de Alicante y Murcia y más tarde del Mediterráneo, en marzo de 1975 se pudieron entregar 2,1 millones de pesetas e iniciar las obras más urgentes en el mes de junio, afectando tanto a la capillas de los Vélez y de Junterón como a la portada de los Apóstoles.  

Tras la primera fase de la restauración de la Catedral, centrada en la renovación y saneamiento de las piedras de sus zócalos exteriores y cimientos, se procedió, a la vuelta de aquél verano, a afrontar la seria y compleja empresa de reemplazar la cubierta de la capilla de los Vélez para evitar que la bóveda de crucería en piedra se desplomar.

Para facilitar la tarea y garantizar que toda la operación de descubierta de la techumbre se realizara dentro de la mayor seguridad, se instalaron sendos andamiajes, uno exterior y otro interior, formado el segundo por un intrincado haz de varillas metálicas que dieron un aspecto irreal y singular a la joya catedralicia. Del mismo modo que lo ofrece en nuestros días la espectacular fachada barroca. Como ayer.

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