MURCIA. Al menos en las zonas rurales y en algunas ciudades del sureste de España se ha conocido una enfermedad con el nombre que le da título al presente artículo, el 'aire de muerto'. Con algunas diferencias claras respecto a la tradición mexicana, que podemos resumirlas en la propia manifestación de síntomas como las náuseas, el ardor o el enrojecimiento de algunas partes del cuerpo, este mal se manifestaba como la entrada a un estado próximo a la catalepsia.
Es cierto que en algunos casos existen similitudes entorno al necrosamiento de tejidos corporales, dada la proximidad temporal respecto al contacto con un difunto. En pedanías de Cartagena, como La Palma o La Aparecida, localizamos alguna crónica relacionada con los monjes antonianos, quienes tenían que ser llamados en los siglo XVI y XVII para erradicar este mal con el denominado 'Fuego de San Antonio', consistente en que con hierro candente se cortaba y se cauterizaba la zona necrosada del cuerpo, tras lo cual se le ofrecía a algún Santo un exvoto con la forma de la parte de la anatomía humana que había sido 'sanada'/cortada. A pesar de que este método de sanación empezó a relacionarse con la ingesta del hongo del centeno, a mediados del siglo XVI era común verlo asociado también al 'aire de difunto'.
Respecto a las causas del contagio no había lugar a dudas: el estar en contacto directo con algún muerto o en la misma sala, el respirar el mismo aire o compartir unos instantes cerca de algún cuerpo sin vida era motivo más que suficiente para entrar en contacto con el alma del difunto, la cual, según la tradición, entraría al cuerpo con vida por medio de las heridas u orificios corporales como por ejemplo la nariz o la boca, de donde se creía, además, que el alma se desprendía del cuerpo.
La creencia popular continuaba afirmando que, al entrar en contacto el alma del difunto con el alma del cuerpo que estaba invadiendo se producía un choque de energías en el interior del individuo, lo cual daba como resultado que el cuerpo reaccionase entrando en colapso, no reaccionando a los estímulos, no se comunique, no se pueda mover, ni alimentarse, con unas fiebres muy altas, dolores profundos de cabeza, náuseas y cansancio, entre otros. La virulencia de estos síntomas daban como resultado que los enfermos murieran a la semana o a los diez días a lo sumo.
A lo largo del siglo XIX hemos localizado varios casos relacionados con el aire de difunto en los hospitales de ciudades como Murcia (Hospital Virgen de la Arrixaca Vieja), Cartagena (Hospital de Marina), Lorca (Hospital San Juan de Dios) o Caravaca (Hospital de la Concepción). Sobre todo en los primeros treinta años de este siglo. Los diagnósticos eran conocidos como pacientes a los que les habían dado un 'mal aire'.
Documentados más de cien casos a lo largo de este tiempo nos centramos en el de la Duquesa de San Mamés, originaria de Avilés (Murcia) y que llega a Lorca en 1812 contagiada con esta enfermedad, pues los síntomas coincidían y hacía pocos días que había estado en contacto con el cuerpo sin vida de un amigo suyo. El caso lo hemos podido documentar gracias al Archivo Municipal de Lorca, Legajo 368, en las juntas del 7 de agosto de 1812. Es ingresada en el Hospital de San Juan de Dios pero no reacciona a ningún tratamiento, en principio.
Ante el temor de que este mal acabara con su vida se le practica el rito para acabar con esta enfermedad, un rito que era muy potente desde el punto de vista simbólico y que mantiene algunas diferencias respecto a la tradición española, la cual la hemos rastreado en otras regiones como Galicia, pero esto formará parte de otra aventura. Como decimos la tradición en nuestro país nos indica que el enfermo debe ser portado en brazos por un hombre y una mujer, los cuales no se han de conocer ni tampoco ser familiares de la persona 'infectada', hacia un ciprés. Ante este árbol el enfermo es apoyado sobre el tronco y la mujer ha de marcar su silueta sobre el mismo con una navaja u objeto punzante, dejando un importante surco de al menos un dedo pulgar a lo largo de todo el recorrido.
Una vez realizado esto entra en juego el hombre. Con su mano derecha apoyada sobre el pecho pronunciaba una oración en la que se invoca a la divinidad para que ésta sacara el 'alma sobrante' de ese cuerpo y la enviara al inframundo, al otro lado, al lugar al que pertenece una vez que su vida biológica ha llegado a su fin.
Señor Dios,
Sácame este aire de muerto de (nombre del enfermo/a)
Que con el muerto no me conforto
Más con el vivo me da suspiro
Como hemos apuntado este rito posee una carga simbólica digna de mencionar y analizar: el hecho de que se use el ciprés es ya de por sí muy llamativo, ya que estamos hablando del árbol de la muerte según la tradición grecolatina. Por su parte, que sea la mujer la que marca la silueta a modo de puerta que hay que abrir con el más allá nos llama poderosamente la atención por la relación de ente femenino con el inframundo a lo largo de la historia del ser humano (desde diosas de la fertilidad hasta apariciones de féminas iluminadas). Y para terminar la oración que realiza el hombre, quien invoca a la Dios y que desde su mano derecha 'empuja' por el acceso abierto por su compañera, esa segunda alma que bloqueaba el cuerpo del enfermo.
La creencia era que tras unas pocas horas (en ocasiones hasta dos días) el enfermo reaccionaba si el rito se había realizado correctamente. De lo contrario, como fue el caso de la Duquesa de San Mamés, se produciría la muerte. Ante este hecho se le daban algunas explicaciones al por qué el rito había fallado. Por un lado se descubrió que las personas elegidas para realizarlo eran familiares en cuarto grado de sangüineidad, y por otro que, debido a cómo había tratado en vida a sus semejantes, muy alejada de la doctrina de la iglesia católica, Dios ya tenía preparado su final con esa enfermedad y por lo tanto nada se podía hacer por su vida, pues su destino ya estaba escrito.
A pesar de que En la Región de Murcia sólo ha quedado arraigada la tradición respecto al aire de difunto, conocemos que existen otros 'aires malos' como sucede en Galicia, lugar donde podemos rastrear esta enfermedad cuyas formas de transmisión pueden ser el aire de las hembras de un animal en celo, de una mujer que haya dado a luz o con la menstruación, el aire de los animales muertos o el aire de los difuntos. Otras variantes podrían ser el aire de las brujas, quienes, además, usan a su voluntad este tipo de energías o espíritus. A continuación exponemos brevemente cada uno de estos 'aires':
Aire de hembras en celo
Este tipo de aire lo cogen principalmente los niños y los enfermos cuando están cerca de las hembras de cualquier animal durante el período de apareamiento. Puede ser, por ejemplo, durante el enero de los gatos.
Aire de la mujer tras dar a luz o menstruando
Este aire afectaría a las personas con alguna afección y a los niños pequeños cuando están cerca de una mujer que está en el período menstrual o durante el puerperio, que es el período que el cuerpo necesita para recuperarse del embarazo. El posparto también se incluye en el período posparto.
Aire de un animal muerto
El aire de los animales se puede coger al estar cerca del cadáver de un animal.
Aire de los muertos
El aire de los muertos es el más peligroso de todos. Cuando una persona va a un funeral o se despierta de un fallecido, esto puede venir con el aire de los muertos. Como si fuera un virus, es posible que este aire no lo afecte directamente, pero puede ser un vector para que alguien se case con él. Transmitido principalmente a cualquier niño o persona enferma. Incluso podría ser el caso de que el niño mismo, o un paciente mayor, por cualquier motivo, haya ido a la casa del difunto y lo haya pasado en ese ambiente.
También se cree que el aire de los muertos puede ser una venganza de los muertos, o el miedo de los muertos a enfrentar el camino hacia el otro lado.
* Santi García es responsable de 'Rutas Misteriosas' y autor del libro 'Murcia, Región Sobrenatural