MURCIA. Imaginen que trabajan en una televisión pública y que, entre otros objetivos, tienen como preocupación a corto y medio plazo detener la sangría de espectadores que dejan de consumir televisión convencional ¿Cómo combatimos la telefobia y la pérdida de espectadores de determinados grupos de edad y más aún cuando hablamos de un servicio público?
Las cifras ofrecidas por la consultora Barlovento Comunicación, según datos de Kantar Media y de Comscore, en su informe “Análisis televisivo 2019” son contundentes. De entre un universo de consumo de 45 millones de espectadores de 4 o más años, en 2019 hemos bajado hasta los 31 millones de personas que han sintonizado en algún momento con la televisión cada jornada, un total de 430.000 individuos menos que el año anterior. Además la cifra de telefóbicos, aquellos que no han encendido en todo el año el aparato receptor, ha crecido hasta los 409.000 ciudadanos. De los últimos 12 años, el número de espectadores fieles a la televisión ha caído a su cifra más baja, siendo la cobertura diaria de este medio de un 68,6%. A todo esto hay que sumarle la atomización de las audiencias por la multiplicación de canales y ofertas en abierto y de pago.
Si lo analizamos, en concreto, por grupos de edad, el grupo de “jóvenes” (de 13 a 24 años) muestra un consumo por persona de 97 minutos, mientras que, por ejemplo, los mayores de 64 años, consumen hasta casi 6 horas de televisión diariamente (353 minutos). Los habitantes de entre 4 a 44 años, en resumen, registran mínimos históricos de consumo televisivo y a partir de los 45 años la tendencia se inclina de forma inversa. La situación ha puesto en alerta a todo el sector porque la televisión está envejeciendo.
Por la otra vía de mayor consumo audiovisual, la online, ya se supera el consumo por internet con respecto al sistema offline, la televisión lineal. 34 millones de internautas visitan la red a diario frente a los 31 millones que ven a diario la tele convencional. En el caso de los niños de 4 a 14 años hablamos de un consumo de 31 minutos por persona de ese grupo de edad y día. La tendencia aumenta entre el grupo de 15 a 24 años, que llega hasta los 184 minutos, una cifra casi el doble que la de su consumo diario de televisión convencional (97 minutos). Aún así, el dato más alto de consumo por internet lo poseen los adultos jóvenes (de 35 a 44 años), con 190 minutos diarios, cuando el consumo televisivo es de 181 minutos diarios.
Y aún así la estimación resulta demasiado generosa para uno de los dos polos. A estas cifras de consumo de televisión se le está sumando el consumo de contenido procedente de internet por medio de la pantalla de televisión, cuando no es lo mismo. Es decir, cuando consumimos contenidos de internet a través del televisor no se trata de un consumo de televisión lineal, simplemente se le está dando uso como pantalla. En este aspecto, por tanto, hay que coger los datos con ciertas reticencias, porque a estas cifras oficiales le podríamos quitar hasta 15 minutos de consumo televisivo diario por habitante si excluyésemos, del total minutos, lo que han llamado las “otras formas de consumo” (cuando el televisor solo hace de monitor para navegar a internet o para usar junto a la videoconsola, etc.). En cuanto a la cobertura, el número de hogares con Internet se ha incrementado en 2019 hasta el 88,9% de los hogares, según datos de la CNMC.
Después de poner encima de la mesa todas las cifras oficiales es el momento de hilar todo esto con el fenómeno de Operación Triunfo. Escucho a compañeros comentar que su ética les impide ver este programa o que no tiene sentido en una televisión pública, cuando está atrayendo masivamente a públicos dificilísimos de seducir a través de su canal online. Por último, los titulares de esta semana se han empeñado en remarcar que sus cifras de audiencias “no son buenas”. Quiero contraargumentar estas percepciones, si me lo permiten, porque en estos momentos de incertidumbre y confusión, creo que se necesita más de un punto de vista. Luego que cada uno extraiga sus propias conclusiones. No solo nos sirve para reflexionar sobre la televisión pública española, sino también para cualquier otra, privada o pública.
La mayor parte de las críticas sobre el popular talent, además de reality, es porque genera nuevos intérpretes o ejecutantes con perfiles muy mercantilizados. Estos intérpretes son abocados después a convertirse en subproductos de una gran cadena de montaje, el mainstrean. En esta edición, sin embargo, hay que recordar que el formato ha roto la exclusividad con Universal y da libertad a cada participante a elegir y negociar con la compañía que más le interese, así como su estilo musical, sus canciones, etc.
En segundo lugar se les anima a que compongan dentro de la Academia con clases sobre composición, además de dejarles la puerta abierta, si así lo desean, a interpretar un tema propio que hayan creado durante su paso por la Academia.
Por otro lado, si observamos la parrilla de RTVE, esta posee en la actualidad otro programa musical, ‘Un país para escucharlo’, conducido por Ariel Rot, y que destaca a artistas consagrados, además de viajar musicalmente hablando por los rincones de la geografía. Es decir, RTVE da cabida a diferentes gusto musicales: los mainstream y lo alternativo, los adolescentes con ganas de cantar (y de crear tramas en las redes y entretenerse, al fin y al cabo) y los más maduros que prefieren recordar canciones inolvidables de los últimos treinta años. O los que cantan en un idioma y los que cantan en otro (este año en OT ya se ha cantado en catalán y esta semana se cantará en euskera).
Y sobre todo, que el verdadero valor de OT como industria no es exactamente el musical sino el de haber sabido recuperar aquellas audiencias perdidas, los que no tienen como hábito ver la televisión. Un público joven que ahora está siguiendo masivamente todas las redes de microblogging y canales disponibles sobre el formato.
Los analistas culturales muestran su preocupación, totalmente razonable por otra parte, por el deprimente estado de la industria musical. Por el contrario dejan de lado el preapocalíptico momento de la industria audiovisual. Como sector se está viviendo un periodo complicado y poco optimista (ahí está, por ejemplo, el caso del nacimiento de À Punt), con la inversión publicitaria de televisión decayendo, consecuencia de la merma de su influencia, mientras somos globalizados por esas plataformas de streaming que tanto utilizamos y comentamos por las redes sociales.
Es cierto que estas plataformas multinacionales nos abren una ventana al mundo como sector, además de ofrecer muchas más oportunidades para producir ficción. Pero el motor Netflix/Amazon/HBO/etc como única solución a la situación de la desaceleración del sector audiovisual no cubre ni de lejos el volumen de negocio ni el de empleos que se tenían con la coexistencia de unas televisiones convencionales lineales. Es decir, ya solo por ser motor de una industria, la audiovisual, y de formar parte de las pocas y precarias salidas laborales de miles de jóvenes que han decidido estudiar alguna carrera relacionada con la televisión, cuando ésta ha generado históricamente decenas de miles de empleos, además de lograr recuperar a espectadores que ya no estaban en la tele, merece, desde los objetivos de servicio público, una importante consideración.
Luego están las contradicciones inevitables en nuestra existencia: estamos en contra del cambio climático pero tenemos estos días la calefacción enchufada a todo meter, subimos en aviones y consumimos productos importados en grandes barcos que sueltan ingentes cantidades de gasolina y C02. Un vegano nos diría: no como carne por una cuestión ética. Y todos lo respetamos, aunque sabemos que su vida tiene alguna que otra contradición.
Desde otra perspectiva siempre es útil recurrir a la comparación con los señores que corren en calzoncillos detrás de un balón y por ello cobran salarios millonarios inflados. Esas estrellas que en algunos casos defraudan a Hacienda y aquí no ha pasada nada porque están por encima del bien y del mal, mientras un más que numeroso grupo de ciudadanos siguen con devoción sus partidos (porque, ojo, también son fans). Eso sí, los dilemas sobre cómo se hacen millonarios estos deportistas, sobre las posibles corruptelas del negocio del fútbol, los dejamos fuera del campo. Dentro se viene a disfrutar. Dale al Play. Enjoy.
Otra comparación inevitable es con Eurovisión, una gala europea coproducida, entre otros países, por RTVE, cuyo resultado, para mi gusto, es tremendamente hortera y sembrado de interpretaciones horribles que, sin embargo, son vistos en nuestro país por seis millones de espectadores, algunos de ellos, paradójicamente, con reticencias para ver OT (pero no para ver Eurovisión). Otra contradicción más. No pasa nada. Somos así.
Cabe recordar que el fenómeno fan existe desde hace mucho tiempo. Fueron los Beatles quienes precisamente se encontraron en sus inicios con miles de chicas adolescentes llorando o chillando al unísono. Tanto, que casi ni se podían escuchar las actuaciones. Si estas talifans hubieran tenido internet, se hubieran comportado en las redes sociales como interactúan los seguidores más implicados con el programa de RTVE.
El académico estadounidense Henry Jenkins, autor, entre otros, del libro “Piratas de textos: fans, cultura participativa y televisión”, explica cómo ya desde el nacimiento de la serie Stark Treck los fans se empoderaron e hicieron presión para que la NBC renovase el producto. Otro ejemplo es el de Star Wars, donde George Lucas intentó detener a aquellos seguidores más acérrimos que decidieron por su cuenta generar contenidos “sin autorización de su creador” (fanzines, comics, textos…), dando rienda suelta a sus elucubraciones sobre las tramas de las películas, como ahora hacen los fans del programa de RTVE cuando, por ejemplo, ‘shippean’ sobre posibles parejas que podrían surgir durante la convivencia.
“El juego mental de los fans no es asunto de los productores, como tampoco lo es su comunicación privada”, respondía ante las críticas una admiradora combativa de Star Trek. La pataleta de LucasFilms y su intento por controlar a los que Jenkins llamó prosumidores (consumidores de un contenido y generadores de tramas, dibujos, textos o juegos derivados del original) fue el caso más conflictivo conocido hasta la fecha. Después llegó 2008, fecha en la que coincidió la campaña electoral de Obama con el boom de redes sociales como Facebook. Como herramienta de comunicación, se dio rienda suelta de forma intencionada al trabajo de los prosumidores (fans y creadores de contenido a la vez), porque con ello estaban promoviendo una valiosa labor de comunicación y viralización de su campaña. Por entonces Jenkis ya hablaba de ‘Cultura de la convergencia’ y ponía en valor el trabajo de los fans, pasándose a llamar a estos productos audiovisuales contenidos con narrativa transmedia.
El mejor logro de Operación Triunfo es haber conseguido movilizar al público joven mediante la hibridación del offline (las galas de los domingos por la tele) y el online (el canal de Youtube, instagram, Twitter y otras redes sociales). Con ello han conseguido, en tan solo dos semanas, que 100.000 usuarios de Youtube se conecten al canal online y en directo, por ejemplo, este lunes a las 4 de la tarde (un canal con más de un millón de suscriptores) durante el repaso de temas de la gala; que acumule 600.000 visualizaciones en 24 horas gracias a un vídeo de Eli y Noemí Galera; o a que alcance medio millón de reproducciones con el vídeo sobre el pase de micros del día anterior.
La gala del pasado domingo 19 de enero obtuvo una audiencia media de 12,6% y 1.877.000 espectadores, siendo la tercera opción por detrás de la película de Antena 3 y Tiempo de descuento de Telecinco, aunque con poca diferencia entre las tres opciones (la que más despuntó fue la película). Pero donde recoge muy buenos resultados es entre los jóvenes de 13 a 24 años (un 26,7% del total de los que están viendo televisión) y los de 25 a 44 (un 12,%), grupos de edad que hacen que su target comercial de 15 a 54 años se eleve hasta un 14%.
No hay que olvidar, además, que el año 2019 ha sido el peor en toda la historia de la televisión pública española. Su media de audiencia del año 2019 ha llegado, por primera vez en su historia, por debajo del 10% (en concreto un 9,4%). Si comparamos, por tanto, el dato de share de la Gala 1 (12,6%) con respecto a la media anual del 2019, (o incluso con el dato de diciembre del 2019, que es justo de un 10%), el programa de Gestmusic mejora en dos puntos y medio los datos medios de la cadena. Un logro indiscutible.
En último lugar no se debe olvidar que RTVE tiene un canal internacional que permite recopilar seguidores por toda Latinoamérica, como así se comprueba fácilmente al revisar las redes sociales y leer a clubs de seguidores de Argentina, Méjico o Colombia. Esa gran cantidad de espectadores fuera de nuestro territorio no están incluidos en la cifra de audiencia media que nos ofrece Kantar Media. Es por eso que podemos encontrarnos que hay 50.000 personas tuiteando la gala, cuando en realidad una parte pertenecen a nuestro territorio y otra parte al resto de países de habla hispana.
Después de este análisis espero haber convencido, al menos en algunos aspectos, a aquellos que se consideran detractores del mejor formato híbrido de la televisión en España, con un canal de Youtube digno de aplauso y con una potencia en las redes sociales que ya quisiéramos en televisiones públicas como la de À Punt.