El director de Tel Aviv estrena Sinónimos, Oso de Oro en Berlín 2019
MURCIA. Entre el almíbar de películas románticas programadas este fin de semana con la percha de San Valentín, el director Nadav Lapid (Tel Avid, 1975) seduce en Sinónimos con una reflexión fragmentada sobre la masculinidad y la identidad. Su inclasificable propuesta celebra la musicalidad del lenguaje y critica ferozmente las secuelas que provoca un estado militarizado en sus habitantes.
No hay filme del realizador israelí que no turbe, descoloque y gane premios. Su ópera prima, Policía en Israel (2011), se alzó con el Premio del Jurado en Locarno, y con los galardones a la mejor película en el BAFICI y el Festival de San Francisco. La profesora de parvulario (2014) fue reconocida en una veintena de muestras internacionales y tuvo un remake protagonizado por Maggie Gyllenhaal y Gael García Bernal. Sinónimos no ha sido una excepción: Oso de Oro en la pasada Berlinale y premio a la mejor dirección en el Festival de Sevilla.
- En EE.UU. hicieron un remake de La profesora de parvulario. ¿Cómo se siente uno cuando es revisitado?
- Económicamente te sientes mejor, pero no quise verla. En primer lugar, porque era el mismo guión y yo confío en los directores, y en segundo lugar, porque ya estaba ocupado con Sinónimos. Me invitaron a ir el set y lo primero que vi al llegar fue a Gael García Bernal hablando entre dientes y repitiéndose el poema que yo escribí cuando tenía cuatro años y medio. Me resultó divertido. Es muy bizarro, son las mismas palabras que yo recitaba cuando no sabía lo que era el amor, pero dichas en otra lengua.
- Sinónimos, en cambio, no parece fácil de rehacer, porque es demasiado personal.
- Quién sabe, un mexicano que llega a EE.UU., un americano que llega a España.
- ¿En qué medida es un retrato autobiográfico?
- La película se basa en una experiencia personal. Un año después de terminar mis tres años y medio de servicio militar, de un día para otro, tuve la sensación de que debía salvar mi alma. Así que salí corriendo para nunca volver. Dos semanas después aterricé en el aeropuerto de Charles de Gaulle sin un plan, aparte de esta determinación desesperada de vivir y morir en París. Dejé de hablar en hebreo, como en la película. No conocía a nadie y mi nivel de conocimiento de la cultura gala era muy limitado. Se limitaba tan solo a símbolos, como que de pequeño sentía admiración por Napoleón Bonaparte, adoraba a Zinedine Zidane y había visto Al final de la escapada (Jean-Luc Godard, 1958). Ese triángulo de personalidades era mi resumen mental de Francia.
- De hecho, el protagonista, Yoav, va construyendo su propio panteón de símbolos a partir de postales que van de Kurt Cobain a Van Gogh. ¿Compartís referentes?
- Sí. Invocar a todos mis héroes tiene algo de juguetón. Kurt Cobain fue un modelo para mí. No puedo imaginarme a nadie más existencialista. Como dices, es un panteón, pero también es la forma en la que el cine mira la vida, eliminando las barreras históricas. Para el protagonista, Cobain y Napoleón podrían haber sido amigos y sentarse a la misma mesa. Y Zidane y el personaje mitológico griego de Héctor, jugar al fútbol. Es heroico y melancólico al mismo tiempo: reúnes tus fantasías y tus héroes y los pones en una pared desagradable de un apartamento cutre.
- La pareja que acompaña a Yoav parece salida de una película de la nouvelle vague. ¿Por qué era importante para ti jugar con arquetipos?
- La subversión en esta película no es la trama en sí, sino su punto de vista. Fíjate, por ejemplo en la manera en que se retrata París: la cámara visita sus principales atracciones turísticas: el Sena, los puentes sobre el río… Es la Francia de postal. Y, como comentas, recreo la mitología del cine francés. La película construye y deconstruye, respeta y falta al respeto. Está llena de humor y fascinación hacia lo francés, pero también de desdén y menosprecio. Podía haber rodado en el distrito 20, que es lo menos parisino que existe, pero no me interesaba, porque si alguien quiere llegar al corazón de Francia, convertirse en el emperador Bonaparte, entonces debe conocer la quintaesencia de los franceses, y situarse frente a Nôtre Dame.
- En la trama hay otro personaje israelí con síndrome de estrés post traumático que reivindica su identidad a puñetazos, en contraste con Yoav, que reniega de ella. ¿Es una dicotomía habitual en tu país?
- Los lugares anormales dan lugar a reacciones anormales. No se puede ser israelí y ser una persona normal. Siempre tendemos a los polos. Así que te avergüenzas, te escondes, intentas deshacerte de tu origen como si fuera una gran mancha o lo muestras como si izaras una bandera. Israel es una reacción al trauma judío, así que muchos muestran su identidad con orgullo, a voz en cuello en el extranjero, porque consideran que su identidad es un problema de los otros, no suyo. Es un complejo propio, pero lo convierten en ajeno.
- ¿Te gusta buscar sinónimos como a tu alter ego en la película?
- Sí, cuando llegué a Francia estaba muy solo y tenía que practicar mi francés. Me marque un objetivo: saber tantas palabras en francés como mi cabeza pudiera contener.
- ¿Y por qué no aprender palabras con diferentes significados?
- Porque quería ser más francés que los franceses: si ellos saben tres sinónimos de una palabra, yo quería saber siete. Además era un método muy eficiente para ampliar mi vocabulario. Hay algo incansable en los sinónimos…
- Por momentos parece una celebración de la riqueza del lenguaje…
- En Sinónimos las palabras no son unidades de sentido, sino que tienen diferentes niveles de valor: son música y son acción. Hay en ellas una plasticidad. Piensa, por ejemplo, en la palabra francesa 'sordid' (la repite varias veces). Me gusta como suena, puedes salir a la calle y pronunciarla 20.000 veces seguidas y disfrutarlo.
- También es singular el montaje y el uso de la cámara: por momentos, está muy presente, hay movimientos bruscos, alternas los puntos de vista… ¿Cómo planificaste la gramática audiovisual de Sinónimos?
- Estoy extremadamente preocupado por la forma cinematográfica, siento que hay tanto que explorar y al mismo tiempo, pienso que el 99,9% de las películas tienen el mismo aspecto. Antes de rodar, veo muchos filmes, algunos en fast forward, porque así te deshaces de la trama y te quedas, digamos, con la geografía del filme. Me he dado cuenta de que las diferencias son mínimas, minucias como en que orden pones el primer plano de la chica y el contraplano del chico. Para mí es como si alguien que va a escribir una carta de amor íntima y personal emplea una fórmula que ha encontrado en un libro. La mayor vocación de un cineasta ha de ser encontrar su propio lenguaje y el lenguaje de cada una de sus películas. Ese es mi intento, excavar profundamente en las raíces de la película.
- ¿Y cuáles son las raíces de Sinónimos?
- Sinónimos es una película sobre la movilidad y la inmovilidad. Si lees el guión, puedes quedarte con que reúne un puñado de anécdotas, pero hay una melodía común. Cuando pienso en una secuencia me fijo tanto en cómo se dice una frase como en lo que dice esa frase. Más en el ritmo de las palabras y menos en su significado.