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Martí Gironell: "No podemos leer algo que pasó en el siglo XIV con los ojos del XXI"

El escritor publica su nuevo libro, 'Palabra de judío', una historia sobre la necesidad de entenderse y empatizar entre religiones y culturas distintas

6/09/2020 - 

MURCIA. Tender puentes. Entre culturas, religiones, entre personas. Sea como sea, siempre desde el respeto y la empatía. Esa es la enseñanza que Martí Gironell plasma en su nuevo libro, Palabra de judío: una oda al entendimiento entre sociedades. La historia gira entorno a la construcción de un puente en la ciudad de Besalú, en Cataluña. Corren los primeros años del siglo XIV, y un joven llamado Kim Lombardo -descendiente judío de quien construyera un puente en el mismo lugar dos siglos atrás- desea involucrarse en la causa de su antepasado. Quiere ver cómo el puente sirve para relanzar el comercio de la ciudad, pero Gironell pretende que la misión de su protagonista sea en realidad tender un puente entre judíos y cristianos. Kim no comprende que su alrededor se alimente de las pequeñas diferencias, cuando las similitudes son tan numerosas. De esta forma, siempre sumergiéndose en la perspectiva vital que había en la realidad de aquel contexto, el autor plasma la apertura de miras en la conciencia de su protagonista y narra la evolución de una realidad paulatinamente erosionada por los prejuicios. Las palabras cobran un poderoso significado en esta continuación de El puente de los judíos, y se tornan elementos indispensables para construir una sociedad sana

Palabra de judío ahonda en un momento de la historia que, en cierta manera, comparte profundas semejanzas con la sociedad actual. Gironell habla de autoridades religiosas que infunden el miedo sobre dos comunidades que no solo podrían entenderse, sino que querrían hacerlo. Sin embargo, eso precisamente, el miedo, les impide ver con claridad; algo recurrente en el mundo de hoy, donde quizás ya no por las élites religiosas, pero sí por las económicas o las políticas, el mundo se ve inundado cada día de jucios de valor y de generalizaciones que rompen en seco con eso que Kim Lombardo buscaba en la historia de Gironell: entender a quien es diferente a uno mismo, huyendo de paternalismos e intentando alimentarte de esas diferencias, pues la virtud está en la diversidad.

-Con cada dificultad que se encuentran para construir el puente, el entendimiento entre culturas disminuye. ¿Es una metáfora la figura del puente, de los puentes (valga la redundancia) que se deben construir entre religiones y, como dice el protagonista Kim, de la necesidad de tener más en cuenta lo que nos une que lo que nos separa?
-La voluntad que tiene que haber para la concordia y el entendimiento está en los cimientos de la novela. Un diálogo no solo entre religiones sino también entre culturas, personas o colectivos que tienen maneras distintas de enfocar la realidad. La imagen del puente, que es muy simbólica, permite construir este relato. Yehoyakim [Kim], que es Joaquín en hebreo, significa “el que construirá”, con lo cual, la importancia de las palabras es determinante en la novela, pues no dejan de ser las piedras para construir este puente de diálogo. Esto va a estar muy presente en todo el libro, y es una manera de ver que no hay tantas diferencias entre personas y entre culturas como puede parecer a primera vista. Creo, como dicen los protagonistas, que en la diferencia está la riqueza.

-A lo largo de la novela plasma en los personajes prejuicios profundamente arraigados. Muestra de ello es la trama de la mujer de Abraham Jucem, de quien todos reniegan cuando el joven ve que no tiene himen. Tanto la abuela de Kim como el propio protagonista defienden a la chica, pero lo hacen diciendo que hay mujeres que pierden el himen sin necesidad de tener relaciones, y no defendiendo sus derechos como mujer. Naturalmente, la sociedad del momento era así, pero, ¿cómo ha sido sumergirte en las mentes de unos personajes que tienen una limitación tan grande de base?
-Cuando tú lo que pretendes es que el lector se zambulla en una realidad y un contexto tradicional -económica social y políticamente hablando-, que además nos es desconocido, lo que tienes que hacer es intentar estudiar aquel periodo y consultar expertos, para poder poner luego en boca de ciertos personajes opiniones que sean verosímiles en la época. Es lo que hice. No podemos leer algo que pasó en aquella época desde los ojos del siglo XXI. Tenemos que ponernos en la mente y la situación de aquel personaje en su contexto. Es lo que he intentado hacer en todo momento, hablase el rey, un astrólogo, un médico o un simple chico que trabaja en las obras del puente. Lo que pudieran pensar todos ellos tenía que ser verosímil, y esto es lo que creo que hace que el lector se sienta bien cuando lee.

-¿Cree que eso, el hecho de sumergirte en concepciones de la realidad de por sí atrasadas, es la mayor dificultad con la que te has encontrado al escribir Palabra de judío?
-Sí. Cuando te pones a intentar novelar periodos históricos antiguos, tienes que leer lo que se escribía en aquella época para saber cómo se opinaba y cómo se actuaba. Tienes que saber qué es lo que pasaba por la cabeza de un chico o una chica de aquel momento o por la de una autoridad, ya fuese religiosa o política. Llevo mucho tiempo cosechando novela histórica y esto es un gaje del oficio. Hay que trabajar mucho antes de lanzarse a escribir. He estado mucho tiempo documentándome, a la par que contrastando lo que descubría con gente que te puede dar puntos de vista diversos.

Foto: DANI ALBERTOS

-En la nota de autor dice que judíos y cristianos querían entenderse y podían hacerlo, pero que había autoridades religiosas que infundían el miedo e impedían así ese entendimiento. ¿Se puede aplicar esto a situaciones de intolerancia -hacia razas, orientaciones sexuales, sexos…- que se viven hoy en día?
-Creo que sí. Es perfectamente transportable a nuestros días, en conflictos políticos, sociales, raciales, religiosos… El pueblo y la gente llana, normal y corriente, tiene mucha más capacidad y voluntad de entenderse con el que es distinto que los poderes, ya no fácticos, sino reales. En aquel entonces los poderes eran el eclesiástico y el monárquico, no había interés para que las comunidades se entendieran y trabajaran unidas, sino que había más interés y se podía hacer más negocio en el conflicto, en sembrar la duda. Evidentemente, esto se puede leer en situaciones actuales en nuestro país, en Oriente Próximo, en EEUU…, y continúa aun con el paso de los años, está muy presente en nuestros días. La literatura tiene que abonar ese terreno y hacer reflexionar al lector en que revertir el sentido de la realidad está en nuestras manos. Podemos hacerlo y creer en ello. Yo, a través de la documentación, vi que había parejas judías y cristanas que trabajaban en esta concordia. No es como ahora, que aunque haya fake news, tenemos la capacidad de poder discernir y contrastar los bulos. Por aquel entonces, la palabra del Rey iba a misa, nunca mejor dicho. Acababan haciendo que la gente del pueblo mirara al vecino con cierto temor e incertidumbre. De ahí al odio había un paso, y de ahí a la violencia uno más. Así hemos llegado hasta hoy, con esta extraña voluntad de querer imponer nuestro credo sobre el otro, creyendo que es mejor, cuando, si nos paramos a pensar, la suma de los dos pareceres puede dar lugar a un tercero que sea más interesante.

-El libro empieza de una manera muy tranquila, contando todo el asunto del puente de Besalú y la gestión de su construcción. Todo gira en torno a eso, de forma muy apacible y, de pronto, como quien no quiere la cosa, el procurador Arnau Roig -el villano del libro- asesina a una mujer estrangulándola. A partir de ahí todo se vuelve mucho más intenso en el relato. ¿Cómo ha sido ese proceso de escritura?
-Tenía muy clara la historia desde hace tiempo. Estaba la construcción física del puente, piedra a piedra, lo que tiene sus problemas. No es solo un puente, pues surgen muchísimas implicaciones económicas, sociales, políticas... Y a la par está la voluntad de este chico de ver mundo y ensanchar su visión de la vida. Cuando le aparece la oportunidad de seguir al sabio talmudista [se refiere a Nissim Ben Rovèn, un rabino que existió en la realidad] ve la posibilidad de asistir con él a Barcelona para conocer la VIDA en mayúsculas, con todas sus luces y sombras.
En la época en que transcurre la historia , muchos judíos fueron expulsados de Francia y cruzaron el paso de los pirineos hacia Cataluña para establecerse en distintos puntos de la Penínula Ibérica. A partir de ahí se empieza a hilvanar otro relato, el cómo se va destruyendo este puente que había entre judíos y cristianos. Empieza con la figura de Arnau Roig -el villano-, y más que en él, en la de su superior, Guillermo Sanfeliu, que es el hombre que va a inventarse pruebas de crímenes falsos contra judíos, para hacer creer al Rey y a las autoridades que debían ser eliminados. Muchas veces, escarbando y buscando, ves que lo que motiva el conflicto son rencillas personales que vienen de tiempos muy pasados, y que nacieron a partir de algo que quizás en aquel momento no tenía tanta importancia. El rencor es el motor que acaba provocando lo que va a ver el lector en la novela. 

Foto: DANI ALBERTOS

-En el libro habla de las palabras como una forma poderosísima de hacer magia. De hecho, los personajes creen en su poder esotérico. ¿Es una metáfora del poder real de las palabras? Y, de ser así, ¿hasta qué punto crees que llega ese poder?
-En el siglo XIV, a partir de un libro tan poderoso y mágico como El libro de la creación [el Séfer Ietzirá, libro sagrado para la religión judía que trata el tema del esoterismo], las palabras tienen poder. Lo tenían dependiendo de cómo las permutabas, se pensaba que podían incluso llegar a crear vida. Este simbolismo va más allá del hecho en cuestión. Me refiero al sentido del elogio de la palabra, de pensar en cómo utilizamos las palabras, porque pueden crear vida, pero también sembrar violencia y generar muerte, como bien se ha visto. Muchas crisis se acaban generando por un mal uso o uso intencionado de las palabras. Hay que revalorizar su significado y su valor, así como el poder que pueden tener, pues depende de cómo las utilicemos, tendremos armas arrojadizas o bálsamos para quien las escucha. A partir de la tradición judía, esto está en la novela. Si no hay voluntad de querer hablar y escuchar, evidentemente, ni con palabras ni con nada va a ser posible construir algo de forma conjunta.

-Al principio de la historia parece que el personaje de Pere Baró va a ser el protagonista del libro. Sin embargo, al momento es sustituido por la figura de Kim. ¿Qué le hizo renunciar a que un personaje tan potente como Baró quedara finalmente relegado a un segundo plano?
-Bueno, yo creo que el es el nexo de unión entre los dos libros. Introducir a Baró era necesario para asegurar la continuación natural que es este libro. Baró tiene que ponerse manos a la obra con el compromiso de Besalú de construir el puente, empieza todo ahí. Sin embargo, luego se ve a otro protagonista que toma cartas en el asunto. Es él quien “va a construir” [haciendo referencia, de nuevo, al nombre del protagonista] el puente entre las dos culturas, pero también forma parte del equipo que construye piedra a piedra el otro puente. 

-La conclusión que extraigo del libro es la necesidad de respeto y tolerancia entre personas, independientemente de la religión que profesen. ¿Cree que es posible un mundo en el que este respeto mutuo sea efectivo?
-La verdad es que no lo sé. Llevamos muchos siglos intentando contestar a esta pregunta, y me remito al hecho de que todo pasa por la voluntad, una palabra llena de significado. Si tu realmente quieres, puedes. Luego te encuentras con muchos otros problemas, pero yo creo que la gente normal, de la calle, trabajadora, del pueblo; está muy por encima de estos intereses políticos y económicos que hay detrás. Creo que las personas creen mucho más en las personas. Es tan fácil como pensar que cuando tú llegas a un sitio te gustaría que te tratasen bien y te ayudase, no que te pusieran palos en las ruedas y te miraran mal. Si tu tratas bien a alguien, creo que vas a recibir lo mismo. Si empiezas a hablar mal, es normal que en el otro crees esta reticencia y distancia. Insisto, es la voluntad, las ganas, la idea de que sumamos más que restamos. La literatura tiene que aprovechar para lanzar estos mensajes. Sé que cuesta, porque llevamos mucho tiempo pedaleando en este sentido, pero si dejamos de pedalear, nos caeremos de la bicicleta.

Foto: DANI ALBERTOS

-Desde su punto de vista de escritor y filólogo, ¿por qué cree que la comunidad judía ha sido tan perseguida durante la historia?
-Hay distintos motivos. Uno es que cuando llegó el estamento eclesiástico, vio en los judíos una gran competencia, un gran enemigo. Precisamente por cuestiones interesadas, todos los utensilios que se utilizaban en la misa los encargaban a los orfebres y a los tratantes de plata y oro, que eran judíos. Luego los sacralizaban y se olvidaba todo.
Por otra parte, siempre se ha hablado de la usura. Era tan fácil como que la Iglesia no dejaba que los cristianos volvieran a invertir el dinero ganado, así que se hacía a través de los judíos. Era una trampa a través del propio judío. Eso se cuenta en la novela.
También se les ha colgado siempre la etiqueta de que la cultura y la religión judías sacrificaron a Dios. Es la religión 'deicida', y eso nunca se les ha perdonado, traicionaron a Jesús de Nazaret.
Por otro lado, se les ha perseguido porque muchas otras culturas o imperios pretendían tener El libro de la creación, el libro que podía crear vida. Veían la posibilidad de crear ejércitos para conquistar territorios.
La suma de todas estas referencias hace que se vea al pueblo judío como una amenaza, cuando a poco que escarbes ves que tenemos en nuestros actos más tradiciones judías de las que pensamos, desde el hecho de que nos lavamos las manos (ritual que introdujeron los judíos al llegar a casa) como distintos platos de nuestra cocina, que son de origen judío, o por ejemplo los médicos judíos que estuvieron trabajando al servicio de muchos reyes de nuestro país, el conocimiento que nos trasladaron y que compartieron con nosotros geógrafos, filósofos, poetas, médicos, científicos, etcétera.

-¿Habrá tercera parte de la historia del puente de Besalú?
-Creo que se ha cerrado aquí, aunque es cierto que cuando haces clubes de lectura tienes la oportunidad de hacer cambios de parecer con el lector, que ve la novela con otros ojos a los tuyos. ¿Quién me dice que en un club de lectura no me sugerirán algún día una nueva posibilidad argumental? Creo que no, pero nunca puedes decir de esta agua no beberé. A día de hoy, la historia termina aquí.

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