la nave de los locos / OPINIÓN

Llame usted mañana

En la nueva normalidad nada hay normal. Si tienes que hacer una gestión con la Administración o una gran compañía, puedes morir en el intento. Será casi un milagro que te atiendan en persona. Todo pasa ahora por una cita previa o por llamar a un teléfono que nadie coge, o enviar correos sin respuesta. El pretexto es, cómo no, el bicho chino   

24/07/2020 - 

MURCIA. Lo único de provecho de la semana pasada fue leer La infancia recuperada, el hermoso ensayo de Fernando Savater sobre los libros que marcaron nuestra infancia, y ver Apocalypse Now en un cine de València, junto a cuatro personas, tan despistadas como yo una noche de lunes. 

Grande la fugaz interpretación final de Marlon Brando, grande Martin Sheen y grande Francis Ford Coppola al emparentar El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad con la guerra de Vietnam. Sublime la escena de los helicópteros yanquis atacando una aldea del Vietcong con la música de Wagner de fondo. Soberbio Robert Duvall al frente de la expedición. 

La humillación infligida a ciudadanos y clientes, especialmente si son ancianos, es un rasgo de esta nueva y perversa normalidad

La literatura y el cine salvaron —una vez más— una semana malgastada en noticias irrelevantes. Pura filfa periodística. Al parecer, el temible Gobierno quiere moverle la silla al pobre rey por culpa de un padre sobrecogedor. Habrá que irse preparando para la III República y la subsiguiente guerra civil. Los machistas-leninistas del señor Iglesias han rumiado su esplendorosa derrota en Galicia y el País Vasco. Ha sido la única alegría desde aquel infausto 14 de marzo. Cuentan también que el presidente maniquí emprendió un viaje/fuga por las cancillerías europeas, donde recibió tirones de orejas por su cuestionable gestión. Volvió con las manos vacías y la promesa de hacer “reformas” en la economía (por reformas hay que entender “recortes” de gasto público que nos harán añorar los de Rajoy Brey).  

FOTO: VP

La realidad es extremista por naturaleza

Mientras la España oficial sigue chapoteando en una ciénaga, espectáculo que ya no nos conmueve, todo lo más nos despierta un inmenso tedio, los de abajo, lo que Ortega llamó la España real, nos peleamos con nuestra circunstancia. La realidad, es sabido, no entiende de consensos. La realidad no es moderada como el señor Feijóo: es extremista por naturaleza.

Y así, lo peor que le puede pasar a un español corriente, a un pobre hombre como yo, es verse obligado a hacer gestiones ante una Administración, un banco, una telefónica o una aseguradora en estos tiempos oscuros. ¡Con ellos hemos topado, amigo Sancho! Todos maltratan a sus sujetos pasivos, sean ciudadanos o clientes. Si antes de la peste china guardaban las formas, ahora no disimulan su desprecio.  

En la nueva normalidad nada hay normal. Por normal entendemos que un ser humano, sea hombre, mujer o del tercer sexo, te atienda mirándote a los ojos. Que le veas la cara, qué de la cara. Esto es casi un imposible. El pretexto, la excusa, la coartada, el caramelo que te ofrecen para intentar engañarte, es la seguridad sanitaria de los funcionarios y los trabajadores. También la de nosotros, dicen riéndose por lo bajini, conscientes de la tomadura de pelo. 

Uno se siente muy poquita cosa, un mierdecilla, ante el Leviatán que llamamos Estado, esa masa amorfa que ha demostrado su incompetencia para salvar las vidas de sus súbditos (45.000 fallecidos durante la pandemia) y defender la propiedad privada (cientos de viviendas okupadas). Este Estado te chulea, te humilla, te esquilma —cada vez más— a cambio de muy poquita cosa. 

Entrada de una oficina de la Seguridad Social en València, donde se atiende con cita previa.

Ármate de paciencia con papá Estado

Si tienes que hacer una gestión con papá Estado, ármate de paciencia. Pide cita previa o haz cola para entrar en las oficinas del paro y de la Seguridad Social, que han abierto  después de estar cerradas casi tres meses. Si, por un casual, eres funcionario civil, intenta rezar, aunque el Dios todopoderoso no conseguirá que nadie de la oficina de Muface en València te coja el teléfono o conteste tus correos.  

No quedan mejor parados los bancos, las compañías de telecomunicaciones, las aseguradoras, que actúan con patente de corso porque el Estado legisla a favor de sus intereses. Si eres cliente de la telefónica de Pallete y llamas a su número de atención al cliente para cambiar tu contrato, podrás esperar diez, quince minutos. Y nada. Una voz grabada admitirá no poder atenderte como es debido: “No podemos garantizar los niveles de servicios que tenemos habitualmente para ti”. Estas son, más o menos, sus palabras. Si contratasen a más personal, tal vez “los niveles de servicios” mejorarían, ¿o no?

Pero aquí no acaba la cosa. También te desesperas con la mutua en la que tienes asegurado el coche porque no te cogen el teléfono para informarte del coste de la renovación de la póliza. Otra voz grabada de mujer te pedirá paciencia: “Todos nuestros agentes están ocupados”. Como no hay manera de contactar por teléfono, te presentas en la única sede de la mutua en València. Sólo cuenta con una empleada para estos menesteres. La otra compañera está de vacaciones. A la mutua no se le ha ocurrido contratar a un sustituto. Hubiera sido un detalle con los clientes. Cada verano sucede lo mismo, que es cuando me toca renovar el seguro. 

Cartel colocado en la oficina de Hidraqua, empresa de agua, en Benidorm.    ¿Para qué quiero yo un gestor bancario? 

Como no tenía bastante, me decido pagar una multa del Ayuntamiento de Benidorm (alcalde Toni Pérez, amor, ¿por qué eres tan malote con los turistas?) en una oficina céntrica de mi banco (un banco catalán, para más señas). Está cerrada. En la puerta hay un cartel con un teléfono para pedir cita previa. La otra opción es hablar con mi gestor. ¡Para qué quiero hablar con mi gestor! Se pensarán que soy un bróker, un Mario Conde de Picanya. Sólo quiero que un profesional me atienda en caja. Mi pretensión es muy modesta. Imposible. Esto es retrógrado, anacrónico, de cazurro, propio de los nostálgicos de la vieja normalidad. 

Abandonad toda esperanza. La humillación infligida a ciudadanos y clientes, especialmente si son ancianos, es un rasgo de esta nueva y perversa normalidad. Hace dos siglos, en la España de Larra un empleado incompetente te decía: “Vuelva usted mañana”. Pero al menos daba la cara. Doscientos años después estamos peor. Hemos pasado del “Vuelva usted mañana” al “Llame usted mañana”. Y si buscas a los responsables de este desaguisado, te dirán que es en otra ventanilla, que llames a otro teléfono y al final no los encontrarás. Nadie es responsable de nada en este terrible país, pero todos cobran. Y de ti sólo se esperan dos cosas: que calles y sigas pagando, que para eso te trajeron al mundo. 

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